Multipolaridad

Organizaciones sólidas en un mundo líquido

Lucia Nader

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RESUMEN

En este artículo, la autora formula algunos comentarios preliminares sobre el papel de las organizaciones que buscan la transformación social en un mundo en ebullición, como lo muestra la erupción de distintas protestas masivas en todo el mundo. Tal reflexión es el fruto de sus años de experiencia al frente de la ONG Conectas Derechos Humanos y de conversaciones con aliados en Brasil y en el mundo. Reflexionar sobre las perspectivas del movimiento internacional de derechos humanos en el siglo XXI presupone, para la autora, analizar tres cuestiones centrales: (i) el contexto de la multiplicidad de luchas, interlocutores y niveles de acción de las organizaciones de derechos humanos; (ii) la relación de esas organizaciones con la crisis de representatividad y efectividad de las instituciones estatales; y (iii) la forma como esas organizaciones interactúan con el fortalecimiento del individuo como activista y actor político. Finalmente, concluye que, frente al escenario actual, hay que intentar mantener el difícil equilibrio en la construcción de organizaciones que sean sólidas, con resultados a largo plazo, pero a la vez lo suficientemente líquidas como para adaptarse a la sociedad contemporánea.

Palabras Clave

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(…) El cambio es la única permanencia y la incertidumbre la única certeza. Hace cien años, ‘ser moderno’ significaba buscar un ‘estado final de perfección’; hoy significa una infinidad de mejoras, sin estado final a la vista ni deseado.1
(Zygmunt Bauman, Liquid Modernity, 2012)

“Ustedes son el antes y el después de las calles”. Esta fue la respuesta que le oí a Bruno Torturra, el periodista que se dio a conocer por haber retransmitido en directo, desde su celular, las protestas que se desataron en junio de 2013 y que movilizaron a millones de personas en Brasil. Hablábamos sobre el futuro de las organizaciones de derechos humanos —sólidas y profesionales—, que de la noche a la mañana parecían haberse vuelto prescindibles. Una conversación similar se daba en la mesa de al lado, en un grupo formado por lo que parecían miembros de partidos, sindicatos u otra entidad de la sociedad civil. Nos preguntábamos cuál era el papel de las organizaciones que buscan la transformación social en un mundo en ebullición.

No me cabe duda de que la lucha por los derechos es la mejor forma de transformar el mundo en que vivimos y que el trabajo continuo y perseverante de organizaciones estructuradas resulta fundamental en esa labor. Las protestas que se extendieron recientemente por el mundo —desde El Cairo a Estambul, de Madrid a Santiago, de Túnez a São Paulo y a Bangkok— pusieron de manifiesto que hay cientos de millones de personas que también quieren sociedades más justas, dignas y humanas. Un análisis de esas protestas recientes, que tuvieron lugar en 90 países, muestra que la “democracia real” es la principal bandera de quienes salen a la calle reivindicando el cambio.2

Sería ingenuo creer que el sinfín de demandas de las manifestaciones guarda relación con los derechos humanos y con respecto a las minorías. Tampoco creo que la ebullición “de las calles” signifique una ruptura definitiva con las instituciones y formas de organización social vigentes. Pero es innegable que las movilizaciones recientes pusieron al descubierto fenómenos cada vez más apremiantes en la sociedad contemporánea: la diversificación de actores y luchas, un malestar con ciertos aspectos de las instituciones públicas y el fortalecimiento del individuo como actor político. En las organizaciones de derechos humanos se dan reflexiones en torno a preocupaciones similares desde hace por lo menos una década, las cuales han tenido una repercusión significativa sobre los objetivos, estrategias y estructuras de esas organizaciones.

Así, en mi opinión, reflexionar sobre las perspectivas para el movimiento internacional de derechos humanos en el siglo XXI —tema de esta edición conmemorativa de la Revista Sur— presupone analizar tres cuestiones centrales: (i) el contexto de la multiplicidad de luchas, interlocutores y niveles de acción de las organizaciones de derechos humanos; (ii) la relación de esas organizaciones con la crisis de representatividad y efectividad de las instituciones estatales; y (iii) la forma como esas organizaciones interactúan con el fortalecimiento del individuo como activista y actor político. Estas reflexiones dialogan con otras preguntas de esta edición de SUR, tales como: a quiénes representamos como organizaciones de derechos humanos; cómo aunamos cuestiones urgentes e impacto a largo plazo; de qué manera influyen en el activismo las nuevas tecnologías de la información y la comunicación; y cómo puede el lenguaje de derechos humanos ser efectivo para la transformación social.

Cualquier pretensión de respuesta conclusiva sería, como mínimo, precipitada. Desde el prisma de mi experiencia al frente de Conectas Derechos Humanos, me arriesgo, pues, a hacer algunos comentarios preliminares, anclados en la realidad brasileña y enriquecidos por fructuosas conversaciones con aliados de otros países.3 Espero con ello fomentar el debate para que podamos reforzar el impacto de las organizaciones que fueron y siguen siendo esenciales en la construcción de un mundo más justo.

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1.  Multiplicidad

Las organizaciones de derechos humanos se encuentran ante una gran cantidad de posibilidades en cuanto a qué caminos seguir y qué decisiones tomar. Los flujos de comunicación e información aceleran como nunca antes la velocidad con que nos deparamos con una multiplicidad de luchas, interlocutores y niveles de acción.

La necesidad de defender “nuevos” derechos se suma a las agendas tradicionales de las organizaciones de derechos humanos, como la libertad de expresión y el combate contra la tortura y la discriminación. Tal es el caso, por ejemplo, del derecho a la ciudad, que incluye la movilidad y las políticas urbanas, o del derecho a la privacidad, relacionado con el mundo virtual y las nuevas tecnologías. Es enorme la variedad de temas y violaciones de derechos sobre los cuales las organizaciones han de actuar y pueden potencialmente incidir. Al mismo tiempo, pese a ciertos éxitos notables, muchas de nuestras luchas históricas no han sido superadas y nuestras agendas se muestran posiblemente más amplias y diversas cada día.

La diversificación se produce también en lo tocante a nuestros interlocutores, que hoy van más allá del Estado. Pienso, por ejemplo, en la interlocución de las organizaciones de derechos humanos con empresas privadas. Desde hace mucho sabemos que los intereses comerciales y financieros son fuentes de abusos y violaciones de derechos. Pero hay un debate emergente que considera que los entes privados poseen obligaciones directamente derivadas de las normas internacionales de derechos humanos (BILCHITZ, 2010). A ello se suma la dificultad creciente de territorializar las violaciones que implican a empresas, en función de su naturaleza a menudo transnacional, para poder, si fuera necesario, judicializarlas. Si, por ejemplo, una multinacional de origen chino, cuya principal área de actuación está en Europa, comete con dinero público violaciones en un país de una tercera región —como el desplazamiento forzado de comunidades en Angola—, ¿quién es el responsable?

Las organizaciones de derechos humanos también se encuentran con una multiplicidad de opciones en cuanto a los ámbitos en los cuales deben actuar. Cada vez es mayor la tensión entre centrarse plena y exclusivamente en el trabajo nacional o ampliarlo hacia niveles regionales e internacionales. Como las anteriores, esa elección tampoco es fácil. En determinados casos, sabemos que adoptar una perspectiva que vaya más allá de las fronteras nacionales viene adquiriendo cada vez mayor importancia. Pensemos, a modo de ejemplo, en una organización que busca incidir estructuralmente en el impacto sobre los derechos humanos de la “guerra a las drogas”. Es muy probable que tenga que tener en cuenta las dimensiones regionales e internacionales de esa cuestión. Eso no significa necesariamente que tenga que actuar directamente en diversos países, pero habrá de estar informada y tener conexiones o alianzas. De lo contrario, es posible que no logre la repercusión deseada.

Navegar entre esa multiplicidad de luchas, interlocutores y niveles de acción hace posible, por un lado, que las organizaciones se actualicen, elaboren estrategias innovadoras y se replanteen su actuación. Por otro lado, impone varios desafíos, como la dificultad de mantenerse fiel a la identidad y misión de la institución, de tener la expertise y los recursos necesarios para ampliar su rango de actuación, de desarrollar formas saludables de trabajo en asociación con otras instituciones, de combinar actuaciones de largo y corto plazo, etc.

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2.  Centro de gravedad

Asistimos actualmente a una creciente desconfianza sobre la verdadera capacidad del Estado para garantizar derechos y la dificultad de las instituciones estatales para actualizarse y seguir cumpliendo funciones estratégicas en las complejas sociedades en que vivimos (NOGUEIRA, 2014).

El propio concepto de Estado nación está siendo contestado, pues sufre las consecuencias de la intensificación de los flujos internacionales y la emergencia de cuestiones que sobrepasan sus fronteras. También se ve sacudido por el fortalecimiento de otros poderes, como los entes privados y no gubernamentales.

Pero el mayor desafío quizás proceda del interior de las propias sociedades, en una reacción a lo que se percibe como una falla de las instituciones representativas. Tal es el caso del sistema legislativo, por ejemplo, que muchas veces se convierte en rehén de una lógica partidaria con la que muchos ciudadanos no se identifican (WHAT’S…, 2014). Eso es lo que expresan los indignados, en España, al decir que “nuestros sueños no caben en sus urnas”.4 Hay un gran desfase entre las promesas que legitiman a las instituciones estatales y lo que estas realmente están siendo capaces de propiciar.

Ese descontento respecto a la efectividad del Estado supone un desafío para las organizaciones de derechos humanos al menos de dos maneras.

La primera, más directa, es el riesgo de que esas organizaciones sean vistas por la población con la misma desconfianza con que suele verse a las instituciones públicas, con los consiguientes efectos sobre su credibilidad. Por servir como canal de diálogo con una máquina estatal disfuncional, la credibilidad de esas organizaciones puede verse comprometida. El Barómetro de Confianza de 2013 mostró que, en Brasil, las ONG y el Gobierno se consideran “menos confiables” que los medios de comunicación y las empresas, según la opinión de los entrevistados (EDELMAN, 2013).

Un segundo desafío, más importante si cabe, atañe al referente alrededor del cual giran las organizaciones de derechos humanos. Estos derechos constituyen una gramática construida en torno al Estado, estableciendo lo que este debe o no debe hacer. Las organizaciones que buscan promover esos derechos operan en torno a esa lógica, teniendo al Estado como su “centro de gravedad”. Cuando la credibilidad de las instituciones estatales se pone en duda, las organizaciones de derechos humanos sienten debilitarse su centro de gravedad.

No estoy afirmando que el Estado deba abandonar, o que ya haya abandonado, su papel de principal responsable de garantizar derechos y, por lo tanto, de foco central de las organizaciones de derechos humanos. Pero sí que afirmo que las organizaciones pueden sentirse parcialmente desorientadas cuando la representatividad y la efectividad de las instituciones estatales para garantizar esos derechos son severamente cuestionadas. Ya pueden ser notados algunos efectos en ese sentido en ciertas estrategias utilizadas por las organizaciones, tales como el litigio estratégico, los mecanismos de incidencia en el poder legislativo (advocacy) y las herramientas de influencia en las políticas públicas.

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3.  Autoactivismo

Históricamente, al menos una parte de las organizaciones de derechos humanos se propuso representar a grupos vulnerables o actuar en su defensa, dotados de intereses específicos, constituyendo así un canal de participación en la vida pública.

La potenciación del individuo como actor central de la sociedad contemporánea desafía a esa lógica. Actualmente existe la percepción de que cada cual podría ser su propio portavoz y llevar a cabo transformaciones sociales profundas, prescindiendo de instituciones que unifiquen banderas, organicen demandas y representen causas comunes. Para algunos, vivimos en la era de la “hipermodernidad” (LIPOVETSKY; CHARLES, 2004) o de la “modernidad líquida” (BAUMAN, 2001).

Estaríamos ante el autoactivismo —un “activismo autoral” (SILVA, 2013) o “activismo multifocal” (NOGUEIRA, 2014) — en que cada individuo abraza diversas causas simultáneamente y de forma fugaz. La alianza y la relación con organizaciones serían asimismo esporádicas y espasmódicas, basadas en la elección de causas específicas, y no en la totalidad de los valores y la misión de la institución.
El activismo digital, a través de las redes sociales y las nuevas formas de comunicación, fortalece ese fenómeno. “Si antes los activistas eran definidos por sus causas, hoy en día lo son por sus herramientas” (GLADWELL, 2010). Por un lado, se favorece el acceso a la información y hay estímulos constantes para la toma de posiciones. Por otro, se produce una dilución de conexiones duraderas o institucionales que alimentan la perseverancia necesaria para la transformación social a largo plazo. Serían, respectivamente, conexiones débiles y conexiones fuertes, o weak ties y strong ties (MCADAM, 1990; GLADWELL, 2010).
Crear tipologías que definan ese nuevo activismo puede parecer una contradicción en los términos. La mensuración de su impacto tampoco es tarea fácil. Sin embargo, recurriendo nuevamente a la experiencia vivida en las protestas callejeras y osando crear “tipos ideales”, podemos arriesgarnos a establecer la comparación que muestra el siguiente cuadro.

Diferencias entre activismo organizativo y autoactivismo
Activismo organizativo Autoactivismo
Estructura y jerarquía Liderazgo y gobernanza Sin liderazgo formal
Demandas Indivisibilidad de los derechos Fragmentación de las causas
Procesos Planeados Espontáneos
Resultados deseados Cambios estructurales Transformación urgente
Construcción de redes Offl ine y duraderas Online y fugaces
Propulsor de la acción Violaciones recurrentes Evento específico
Temporalidad Largo plazo Corto plazo
Representatividad Causas colectivas Autorrepresentación individual
Lenguaje Técnico Narrativas variables

Transitando entre el activismo organizativo y el activismo independiente, descritos de manera aproximada en la tabla anterior, es como las organizaciones de derechos humanos actúan y buscan aumentar el apoyo público a sus causas actualmente. Para que puedan navegar por ese nuevo escenario resulta imprescindible que esas organizaciones comprendan la naturaleza diversa del activismo autoral. En él —y sin elaborar aquí ningún juicio de valor— la descentralización, la fragmentación, la espontaneidad, la fugacidad y la radicalización dominan el discurso del cambio social. Predominan los individuos, autorrepresentados, y no las organizaciones.

Hay que recordar, por supuesto, que la legitimidad de esas organizaciones no emana, necesariamente, de a cuáles o a cuántas personas representan, sino del derecho de asociación y la expresión de la credibilidad e impacto de sus objetivos de interés público. Sin embargo, un mayor apoyo público parece cada vez más vital no solo para que las organizaciones tengan mayor repercusión, sino para que estén también más en sintonía con las sociedades en que actúan.

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4.  Consideraciones finales

Se nos plantean actualmente diversas indagaciones sobre las formas que adoptará la lucha por los derechos y la envergadura de los pasos necesarios en ese camino. En este breve artículo se han analizado tres de esas cuestiones: la multiplicidad de luchas, interlocutores y niveles de acción de las organizaciones de derechos humanos; la interacción de esas organizaciones con la crisis de representatividad y efectividad de las instituciones estatales; y, por último, el impacto del fortalecimiento del individuo como activista y actor político en la acción de esas organizaciones.

El cristal de la historia es testigo del sinfín de éxitos alcanzados por los defensores y por las organizaciones de derechos humanos. Estas lograron afectar positivamente la vida de millones de personas, transformar instituciones, influenciar políticas públicas y contribuir a la creación de normas y valores que hoy sirven de timón para la humanidad.

Una organización de derechos humanos tiene responsabilidades respecto a los principios y valores que promueve a través de su misión, su actuación e impacto y a la forma en que lleva a cabo sus actividades (INTERNATIONAL COUNCIL ON HUMAN RIGHTS POLICY, 2009). Esas responsabilidades están relacionadas con la buena gobernanza, la efectividad, la calidad y la independencia, atributos que exigen perseverancia y solidez organizativa.

Actualmente parece haber una tensión que nos lleva a cuidar y velar por todo lo que hemos conseguido y construido y otra que nos lleva a desconstruir, innovar, reinventar y transformar. Pero no son necesariamente polos opuestos.

Es necesario que seamos lo suficientemente sólidos para persistir y lograr el impacto que deseamos y lo suficientemente “líquidos” para adaptarnos, arriesgarnos y aprovechar las oportunidades que nos ofrece la sociedad contemporánea. En ese difícil equilibrio parece encontrarse el camino hacia la garantía de los derechos de los seres humanos, que sí son de carne y hueso. Ese es el referente inamovible de nuestra lucha diaria.

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Notas

1. Traducción libre.

2. La Fundación Friedrich Ebert Stiftung analizó 843 protestas en 90 países, entre 2006 y 2013, y constató que el mayor conjunto de reivindicaciones (218 protestas) es por democracia real y más representación. Véase: Ortiz; Burke; Berrada; Cortés (2013).

3. Algunas de las ideas expuestas aquí fueron discutidas con activistas de todo el mundo durante el XIII Coloquio Internacional de Derechos Humanos sobre “¿Un nuevo orden mundial en derechos humanos? Actores, desafíos y oportunidades”, organizado por Conectas Derechos Humanos (octubre de 2013, São Paulo, Brasil) y durante la reunión “Different Moment, Different Movement(s)”, promovida por la Fundación Ford (abril de 2014, Marrakech, Marruecos).

4. Véase:http://www.movimiento15m.org. Visitado en: jul. 2014.

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Referencias

Bibliografía y otras fuentes

BAUMAN, Zygmunt. 2012 [2000]. Forward to the 2012 Edition: Liquid Modernity Revisited. In: Liquid Modernity. Cambridge: Polity Press.

BILCHITZ, David. 2010. The Ruggie Framework: An Adequate Rubric for Corporate Human Rights Obligations. SUR, v. 7, n. 12, june.

EDELMAN. 2013. Edelman Trust Barometer 2013, Annual Global Study. Disponible en: http://www.edelman.com/insights/intellectual-property/trust-2013/. Visitado en: jul. 2014.

EDWARDS, Michael. 2014. When is civil society a force for social transformation?. openDemocracy, openGlobalRights [online], May 30. Disponible en: http://www.opendemocracy.net/transformation/michael-edwards/when-is-civil-society-force-for-social-transformation. Visitado en: jul. 2014.

GLADWELL, Malcolm. 2010. Small Changes. Why the revolution will not be tweeted. The New Yorker, Annals of innovation, October 4. Disponible en: http://www.newyorker.com/magazine/2010/10/04/small-change-3. Último acceso en: Jul. 2010.

INTERNATIONAL COUNCIL ON HUMAN RIGHTS POLICY. 2009. Human Rights Organisations: Rights and Responsabilities. Disponible en: http://www.ichrp.org/files/reports/67/119_report.pdf. Visitado en: jul. 2014.

MCADAM, Doug. 1990. Freedom Summer. New York: Oxford University Press.

NAÍM, Moisés. 2013. The End of Power: From Boardrooms to Battlefields and Churches to States, Why Being in Charge Isn’t What it Used to be. New York: Basis Books.

LIPOVETSKY, Gilles; CHARLES, Sébastien. 2004. Os Tempos Hipermodernos. São Paulo: Barcarolla, pp. 2004. 129.

NOGUEIRA, Marco A. 2013. As ruas e a democracia: ensaios sobre o Brasil contemporâneo. Contraponto.
________. 2014. Representação, crise e mal-estar institucional. Revista Sociedade e Estado, Jan/Abr. Disponible en: http://www.scielo.br/scielo.php?pid=S0102-69922014000100006&script=sci_arttext. Visitado en: jul. 2014.

ORTIZ, Isabel; BURKE, Sara; BERRADA, Mohamed; CORTÉS, Hernán. 2013. World Protest 2006-2013.
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SILVA, Marina. 2013. Ativismo Autoral. Folha de São Paulo, 22 de febrero. Disponible en: http://www1.folha.uol.com.br/colunas/marinasilva/1234798-ativismo-autoral.shtml. Visitado en: jul. 2014.

WHAT’S gone wrong with democracy?. 2014. The Economist. March 1st. Disponible en: http://www.economist.com/news/essays/21596796-democracy-was-most-successful-political-idea-20th-century-why-has-it-run-trouble-and-what-can-be-do. Visitado en: jul. 2014.

Lucia Nader

Lucia Nader es, desde abril del 2011, Directora Ejecutiva de Conectas Derechos Humanos. Integra el equipo de la organización desde 2003, habiendo sido Coordinadora de Redes (2003-2005) y Coordinadora de Relaciones Internacionales (2006-2011). En esta última función, creó el programa de Política Exterior y Derechos Humanos y fue secretaria del Comité Brasileño de Política Exterior y Derechos Humanos. Tiene un posgrado en Desarrollo y Organizaciones Internacionales por el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences-Po) y una licenciatura en Relaciones Internacionales por la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP). Lucia fue nombrada Emprendedora Social por Ashoka (2009) y es autora de varios artículos, entre los que se destacan Descompasso: por que ONGs de direitos humanos em países emergentes não emergem? (Open Democracy, 2013) y Reflexões sobre a política externa em direitos humanos no governo Lula (Fundação Henrich Boll, 2011).

Email: lucia.nader@conectas.org

Original en portugués. Traducido por Fernando Campos Leza.

Recibido en agosto de 2014.