Entrevista con Kumi Naidoo
Kumi Naidoo tiene una perspectiva única respecto de lo que significa trabajar a nivel internacional desde el Sur y también desde el Norte. Naidoo, que nació en Sudáfrica en 1965, es el director ejecutivo de Greenpeace desde 2009 y es el primer africano que conduce al gigante ambientalista. Antes de incorporarse a Greenpeace, luchó activamente contra el apartheid en su país de origen, dirigió una organización internacional con sede en el Sur –Civicus– y lideró iniciativas globales como el Llamado Mundial a la Acción contra la Pobreza y el Llamado Mundial a la Acción Climática.
Nunca contento con trabajar desde un escritorio, Naidoo fue arrestado, encarcelado y deportado varias veces en su lucha por los derechos humanos y la justicia ambiental, la última vez por ocupar una plataforma petrolera en el Ártico en 2011. Quizás sorprenda que también haya transitado mucho en los más altos círculos de aquéllos a quienes combate, invitado muchas veces a participar en reuniones de las Naciones Unidas y del Foro Económico Mundial, entre otros. Pero eso nunca lo encandiló. En esta entrevista, que concedió a Conectas en mayo pasado, Naidoo llama a los defensores de derechos humanos a cometer actos de desobediencia civil, cuestiona la participación de la sociedad civil en las reuniones de alto perfil y hasta pone en tela de juicio conceptos consagrados como el Estado de Derecho.
“El Estado de Derecho consolidó todas las injusticias que ya afectaban al mundo antes de su introducción”, señala. “Necesitamos una lectura nueva, más matizada y crítica de qué significa exactamente el Estado de Derecho en un contexto de extrema injusticia, en el que los poderosos de la sociedad pueden literalmente matar con toda impunidad, para asegurar así que la justicia no le sea negada a la mayoría de las personas”.
Pero ¿cómo lograr el cambio? En su opinión, las estrategias tales como la incidencia política de alto perfil tienen posibilidades limitadas de éxito. Participante habitual de reuniones de alto perfil en Nueva York, Ginebra e incluso Davos, Naidoo advierte que las organizaciones “confunden acceso con influencia” –es decir que son usadas únicamente para otorgar legitimidad a esas reuniones. “Hay un funcionario que tilda algún casillero que dice ‘se consultó a la sociedad civil’ o ‘la sociedad civil hizo sus comentarios’ porque algunos de nosotros estuvimos presentes en la reunión. Pero muy a menudo tenemos el derecho de hablar, pero no el derecho de ser escuchados como corresponde.”
La solución que propone es combinar la incidencia política con la acción directa. “Si uno pone todos los huevos en la canasta del advocacy y no representa a nadie ni lleva adelante actos de desobediencia civil, los políticos seguirán haciendo lo que hacen desde hace décadas: pronuncian lindos discursos, nos escuchan y después nos ignoran”.
Para él, la respuesta es la desobediencia civil. “Cada vez que se lograron avances frente a las grandes injusticias o desafíos de la humanidad –como el voto femenino, la esclavitud, el colonialismo, los derechos civiles en Estados Unidos, el apartheid en Sudáfrica– fue porque hubo hombres y mujeres de bien que dijeron “¡Basta!” y hubo quienes estuvieron dispuestos a ir a la cárcel o incluso a arriesgar sus vidas”.
Lea a continuación la entrevista completa a Naidoo, en la que también habla sobre temas como el derecho a la protesta pacífica, la captura de la democracia por parte de las empresas y las estrategias de Greenpeace respecto de la participación de sus socios.
Conectas Derechos Humanos • Usted nació en Sudáfrica, trabajó durante mucho tiempo para Civicus, que es una organización internacional del Sur, y ahora para Greenpeace, que es una organización internacional del Norte. ¿Cuáles diría que fueron los principales desafíos que enfrentó al trabajar a nivel internacional desde el Sur, y qué diferencias ve ahora que trabaja desde el Norte?
Kumi Naidoo • Buena pregunta. Creo que el gran desafío es que todavía vivimos en un mundo en el que los avances intelectuales claves en nuestras disciplinas –la vanguardia en derechos humanos, ciencias ambientales y demás– siguen originándose, en general, en el Norte, en los países desarrollados. Cuando hay organizaciones de la sociedad civil ubicadas en el Sur, como Conectas en Brasil y Civicus en Sudáfrica, las cosas se dan vuelta y uno se da cuenta de que, en realidad, la mayoría de las personas del mundo viven en el Sur Global y allí debería estar el motor del pensamiento, las ideas, los conceptos y demás. Entonces, si bien pienso que trabajar desde el Sur Global tiene enormes beneficios, sigue existiendo la percepción de que la excelencia sólo proviene del Norte, y eso es algo que todavía tenemos que desarticular.
Ahora trabajo en el Norte y diría que aquí hay excelentes capacidades, pero esas capacidades no siempre se adecuan al contexto en cuestión. Se puede lograr una comprensión conceptual de un asunto en particular y se pueden hacer muy buenos análisis a nivel teórico, pero cómo juega eso a nivel de un país en el que la gobernabilidad es distinta… Hay ciertos conceptos del espacio democrático que se dan por sentados en algunos lugares, pero muchos países son diferentes. Esto es un gran desafío. Una de las cosas que las organizaciones internacionales, incluso las ONG, suelen hacer es subestimar la importancia del conocimiento contextual. Pensemos por ejemplo en Brasil: uno puede ser experto en bosques, pero si no ha vivido en el Amazonas, si no respira el Amazonas, si no interactúa realmente con las comunidades indígenas del Amazonas para entender cómo organizar las cosas, puede tener el conocimiento teórico pero no el práctico. Entonces necesitamos que la gente del Sur Global sea más enérgica respecto del poder y la importancia del conocimiento contextual. Lo que digo es que creo que sí, que hay algunas capacidades técnicas que tenemos las grandes ONG internacionales, pero no son necesariamente las que están arraigadas en la comprensión contextual de manera clara y fuerte para que las campañas sean exitosas.
Conectas • ¿Observa alguna diferencia en su capacidad de influir sobre la agenda internacional o en su acceso a lugares como la ONU o los grandes foros internacionales ahora que trabaja desde el Norte?
K.N. • Históricamente, la ONU solía ser más accesible para las personas de los lugares donde se encuentra ubicada la organización, como Nueva York, Ginebra o Viena. Y también la ONU y otras organizaciones internacionales como el Banco Mundial se sentían bastante cómodas con tener representantes de Oxfam, Save the Children, Action Aid o CARE como sus principales interlocutores. Lo que está cambiando es que, cada vez más, y también porque algunos de los que provenimos del Sur lo propulsamos, esas instituciones están reconociendo la necesidad de incorporar voces mucho más diversas. Se nota un gran esfuerzo por parte de las personas que organizan conferencias de las Naciones Unidas por incorporar la perspectiva del Sur. Y las ONG internacionales que quieren hacerse oír en la Asamblea General de las Naciones Unidas llevan cada vez más líderes del Sur, mientras que en el pasado el razonamiento era “tenemos estas cinco personas en Nueva York, lo pueden hacer ellos”. Se reconoce un poquito más la importancia simbólica, además de la importancia desde el punto de vista del contenido, de brindarles a las personas más afectadas por los problemas que discutimos la posibilidad de expresar sus opiniones.
Conectas • A propósito de la representación: Greenpeace es una de las principales organizaciones de la sociedad civil del mundo con una estructura de socios, pero al mismo tiempo tengo entendido que reciben donaciones no sólo de particulares sino también de algunas fundaciones…
K.N. • La mayoría de nuestros recursos provienen de ciudadanos particulares. Y no recibimos dinero de gobiernos ni de empresas. Sí recibimos algo de dinero de fundaciones y fondos, pero sólo de los que cumplen con ciertos criterios éticos. Por ejemplo, probablemente nunca aceptaríamos dinero de la Fundación Gates, aunque sea una fundación, porque apoyan el desarrollo de organismos geneticamente modificados (GMO por sus siglas en inglés). Si una fundación ganó su dinero a partir de la explotación de combustibles fósiles o a expensas de la destrucción de los océanos o de los bosques, no aceptaríamos su apoyo. Por eso para nosotros el dinero proveniente de las fundaciones es un poco más complicado.
Conectas • ¿Y cómo se comunican con sus socios? ¿Los socios pueden influir sobre los planes o la agenda de Greenpeace? ¿Cómo funciona eso?
K.N. • Sí, influyen, pero debo ser honesto y decir que no tanto como me gustaría, y ése es uno de los cambios que estamos desarrollando como parte de nuestra nueva estrategia. Estamos tratando de darles más voz a nuestros socios, voluntarios y simpatizantes.
Esto es distinto en cada país. En España y Francia, los simpatizantes juegan un papel importante, votan formalmente a los miembros del Consejo y demás. En Alemania, se consulta a los simpatizantes y voluntarios sobre elementos claves del programa. Pero si tengo que ser brutalmente honesto, quisiera ver una forma mucho más sistemática de incorporar la perspectiva de los simpatizantes.
La dificultad reside en que son muchas personas. Si contamos sólo a quienes hacen aportes financieros, son más de 3 millones. Si contamos a todos los cibervoluntarios, estamos hablando de aproximadamente 20 millones de personas. Entonces se hace difícil. Hacemos muchas encuestas entre los socios sobre temas específicos. A veces, si quiero recibir opiniones sobre algo, tomamos una muestra. Enviamos una encuesta sobre un tema a 10.000 personas, y después recibo sus opiniones. Si la enviáramos a todos, nos llevaría tres meses procesar las respuestas.
Pero el sistema no es todo lo bueno que creo que debería y podría ser. Como parte de nuestra nueva estrategia, estamos trabajando para mejorarlo.
Conectas • ¿Cómo combinan la acción directa con los objetivos de largo plazo? ¿Es posible? Al usar los objetivos de largo plazo y las estrategias para definir la agenda, ¿Qué lugar se le da a la acción directa, por un lado, y al advocacy por el otro?
K.N. • Excelente pregunta. Creo que ambas son importantes y necesarias, pero el tema es que la acción se hace oír más que las palabras.
A menudo, las organizaciones de la sociedad civil cometen el error de confundir acceso con influencia. ¿El mero hecho de conseguir el acceso a las Naciones Unidas o al Consejo de Derechos Humanos, etc. significa realmente que tenemos influencia? Muchas veces asistimos a esas reuniones y les otorgamos legitimidad pero no necesariamente obtenemos los resultados deseados. Hay un funcionario, intergubernamental o de algún país, que tilda algún casillero que dice “se consultó a la sociedad civil” o “la sociedad civil hizo sus comentarios” porque algunos de nosotros estuvimos presentes en la reunión. Pero con demasiada frecuencia tenemos el derecho de hablar, pero no tenemos el derecho de ser oídos ni escuchados como corresponde.
Hablé en muchos eventos de advocacy de alto nivel en la ONU y puedo decir que si participan jefes de Estado, éstos llegan, dan sus discursos y se van. Además por lo general traen un discurso escrito por algún funcionario y ellos no hacen más que leerlo. A nosotros, en cambio, nos inunda el éxtasis: “¡Ay, guau! Estamos con los jefes de Estado, bla, bla, bla”, cuando en realidad es todo puro teatro, no es más que un juego.
No digo que no debamos hablar ni dialogar, pero creo que cuando combinamos esas dos estrategias es cuando el advocacy funciona mejor.
Por ejemplo, en Rio+20, si yo estuviera en una reunión con Ban Ki-moon y planteo la necesidad de escuchar más a las poblaciones indígenas en estas conversaciones, porque ellas han sido más sabias en cuanto al cuidado del medioambiente que las regiones supuestamente más civilizadas del mundo. (Si usted y yo fuéramos las últimas dos personas que quedan en el mundo y escribiéramos la historia del planeta, probablemente diríamos que las poblaciones más civilizadas del planeta fueron las poblaciones indígenas y aquéllas que trataron de civilizarlas, como se dice, fueron en realidad las incivilizadas). Entonces, en una situación así, al tratar de alentar a las Naciones Unidas a hacer lo correcto respecto de las poblaciones indígenas, por ejemplo, lo mejor es que haya también gente afuera manifestándose, organizada. Esa es una estrategia que combina la acción interior y exterior. Somos más fuertes adentro cuando nos volvemos más visibles y fuertes afuera. Porque nos pueden ignorar fácilmente si piensan “éstos dos o tres son sólo unos intelectuales con buenas ideas y buenas intenciones, pero los podemos ignorar porque no representan a nadie”.
En cuanto a la acción directa y la necesidad de llevar a cabo actos de desobediencia civil, si miramos la historia, cada vez que se lograron avances frente a las grandes injusticias o desafíos de la humanidad –como el voto femenino, la esclavitud, el colonialismo, los derechos civiles en Estados Unidos, el apartheid en Sudáfrica– fue porque hubo hombres y mujeres de bien que dijeron “¡Basta!” y hubo quienes estuvieron dispuestos a ir a la cárcel o incluso a arriesgar sus vidas.
En este momento de la historia, estamos viendo una convergencia de crisis –una crisis de la pobreza que se extiende en el tiempo, una crisis climática que se profundiza, una crisis financiera, crisis en la igualdad de género, crisis en torno a los servicios básicos– en un lapso de tiempo muy breve. Algunos hablan de “la tormenta perfecta”. En un libro que escribí en 2010 llamo a esta situación “el punto de ebullición”. Si nos fijamos en cualquiera de las demás crisis o injusticias que mencioné, la esclavitud afectó a personas de países conquistados, el colonialismo afectó a los países colonizados, el apartheid afectó a las personas de mi país, la falta de derechos civiles afectó a las personas de Estados Unidos. Pero cuando miramos las amenazas actuales, en particular si se suma la amenaza climática, los desafíos que enfrentamos ahora son más importantes que todos los anteriores porque, si bien es cierto que es terriblemente injusto que las personas que sufren los primeros y más brutales impactos del clima sean del mundo en desarrollo y a menudo de realidades de bajo consumo y pocas emisiones de carbono, la realidad es que tenemos que solucionar esto, los países ricos y los pobres deben actuar juntos para asegurar el futuro de todos nuestros hijos y nietos.
Esa es la realidad que tenemos. ¿Y quiénes son las personas que hoy celebramos como figuras históricas que deberían inspirarnos? Mahatma Gandhi, Nelson Mandela, Rosa Parks, Martin Luther King. Son personas que pasaron largo tiempo en prisión, que fueron muertas por lo que hacían. Como dijo una abuela estadounidense, “si quieres un omelette, tienes que romper algunos huevos”.
Y dicho sea de paso, no se trata de salvar al planeta, porque el planeta no necesita que lo salven. Si la humanidad llega al punto de no poder seguir existiendo en el planeta, el planeta va a seguir estando acá. Va a estar lastimado y golpeado por los crímenes cometidos por la humanidad en su contra, pero en realidad estaría mejor, porque los bosques volverían a crecer y los océanos se recuperarían. La lucha no tiene que ver con salvar al planeta, sino con asegurar que la humanidad pueda convivir con la naturaleza de una manera interdependiente por muchos siglos más. En otras palabras, la lucha tiene que ver con asegurar el futuro de nuestros hijos y nietos.
Algo en lo que ayudan un poco más las comunidades de derechos humanos es en el fortalecimiento de todo este cuerpo de conocimiento en torno a lo que yo llamaría solidaridad intergeneracional y derechos intergeneracionales. Nuestra actual generación de líderes se comporta como si no vinieran otras generaciones detrás de la nuestra, nuestros niveles de consumo ya son una vez y media lo que hoy puede soportar este planeta.
En ese sentido, volvemos al principio. No estoy diciendo que el trabajo de incidencia política no sea importante y que sólo lo sean las acciones. Ambas cosas lo son de maneras diferentes. Sin embargo, si uno pone todos los huevos en la canasta de advocacy, y no representa a nadie ni lleva adelante actos de desobediencia civil, los políticos seguirán haciendo lo que hacen desde hace décadas: pronuncian lindos discursos, nos escuchan y después nos ignoran.
Los únicos cambios que estamos viendo, ya sea el derrocamiento de Mubarak o el del gobierno yemení, son los que se producen cuando los ciudadanos dicen “¡Basta! Estamos dispuestos a ocupar las plazas. Disparen contra nosotros si quieren, pero no nos vamos a retirar”. Ése es el espíritu que necesitamos ver en todas las áreas del accionar social, ya se trate de la igualdad de género, de los derechos de las poblaciones indígenas o, por cierto, del clima.
Conectas • El año pasado hubo muchas protestas en las calles de Brasil, y el problema es que si las organizaciones de derechos humanos emprenden acciones directas, el gobierno dice “son vándalos, son delincuentes, están violando la ley. ¿Cómo quieren que respetemos la ley si ustedes no lo hacen?” Eso no deslegitima la acción, pero la vuelve mucho más difícil de justificar ante el público general.
K.N. • Los miembros de la comunidad de derechos humanos tenemos un dilema respecto del Estado de Derecho y qué hacer frente a él. En gran medida, somos esclavos del Estado de Derecho, pero este no es un concepto milenario. Es algo que introdujeron los poderosos. Algunos de nosotros luchamos por ciertas cosas –en Sudáfrica luchamos por la Constitución, para que fuera progresista, etc. –, pero los gobiernos deben saber que no vamos a aceptar que el derecho a la protesta pacífica sea ilegítimo.
Es de importancia crucial que las protestas sigan siendo pacíficas. Los gobiernos tienden a pintar a todos con el mismo pincel, lo que es totalmente inaceptable. En muchos casos, incluso en países llamados democráticos como Canadá, puedo dar pruebas que demuestran que cuando ha habido manifestaciones de violencia, como en Quebec hace un par de años cuando tuvo lugar la reunión de los Tres Amigos,* quedó demostrado sin duda que la persona que estaba instigando la violencia era un empleado de la Real Policía Montada de Canadá. Fue descubierto porque llevaba calzado de policía. Se puede ver en un video. Era el que decía “¡Tiremos piedras!”. Y la gente decía “¡No, no, no! Es una protesta pacífica, por favor, guarden esas piedras”. Y algunos decían “¡Hey! ¡Miren! ¡Tiene botas de policía!”. Y él sale corriendo y la policía le abre un camino y se lo lleva. Lo negaron por unos días, pero finalmente tuvieron que admitirlo.
Entonces digámosles a los gobiernos: “Creemos que el derecho a la protesta pacífica es un derecho al que no vamos a renunciar”. Digámosle a la presidenta Dilma y a todos los demás: “No se llenen la boca hablando de Mandela, Martin Luther King y Gandhi para después negar aquello por lo que ellos lucharon, que es la democracia”. La democracia no es poner un voto en una urna una vez cada cuatro o cinco años. Se trata del derecho de participar activamente de la vida pública, incluso en los períodos entre una elección y otra, de manera que podamos expresar nuestro apoyo u oposición a las políticas de nuestros gobiernos.
Volviendo al Estado de Derecho, básicamente, el Estado de Derecho consolidó todas las injusticias que ya afectaban al mundo antes de su introducción. Se convirtió en el niño mimado de los poderosos y en casi una amenaza para quienes carecen de poder. Porque, si tomamos el juicio a O.J. Simpson, tenemos un ejemplo de cómo, si eres rico, puedes usar el sistema jurídico para salir impune de un asesinato. Mi mejor ejemplo: el HSBC lavaba enormes cantidades de dinero para los carteles de la droga en México. Se hallaron todas las pruebas y el gobierno de Estados Unidos los podría haber llevado a la justicia para que se condenara a los gerentes y directores involucrados. Pero lograron que sólo se les cobrara una multa de USD 1.000 millones, que no llega a ser lo que gana el HSBC en una semana. Pero después, si la policía encuentra a un joven afroamericano o latino en California tres veces con un cigarrillo de marihuana en el bolsillo, éste se pasa años en la cárcel. Durante muchos años, si alguien me preguntaba si estaba a favor del Estado de Derecho, yo decía que sí, por supuesto. No estoy diciendo que debamos descartar el Estado de Derecho por completo, pero sí que necesitamos una lectura nueva, más matizada y crítica de qué significa exactamente el Estado de Derecho en un contexto de extrema injusticia, en el que los poderosos de la sociedad pueden literalmente matar con toda impunidad, mientras se deniega la justicia a la mayoría de las personas.
Conectas • Mi última pregunta iba a ser justamente sobre eso: si el lenguaje de derechos humanos sigue siendo efectivo para lidiar con las injusticias y promover el cambio social. Por ejemplo, si los principales violadores no son actores estatales sino grandes empresas, y los derechos humanos apuntan a los Estados, ¿Cómo atendemos a este tipo de injusticia y promovemos el cambio social? Tenemos eso en común con el movimiento ambientalista, ¿no es cierto?
K.N. • Es complicada esta respuesta.
En primer lugar, ¿qué es la democracia? Se suponía que la democracia debía ofrecer un equilibrio frente a las billeteras de los ricos por medio del voto. Se suponía que el voto equilibraría las billeteras y equipararía la voz de las personas comunes y corrientes con la de los poderosos. Hoy, para ser brutalmente honesto, debo decir que nuestras democracias han quedado cautivas de los intereses económicos de los poderosos.
En mi opinión, la mejor descripción de Estados Unidos hoy es que es la mejor democracia que puede comprar el dinero. Hay tres tipos de personas que pueden postularse a cargos políticos electos a nivel nacional en ese país: los ricos, los extremadamente ricos y los obscenamente ricos. Nuestros sistemas electorales son cautivos. El dinero del sector empresarial ha contaminado a la democracia estadounidense al punto de que, si la miramos desde la perspectiva del clima, aunque se observan impactos graves en Estados Unidos, lo que ocurre es… por cada legislador en Estados Unidos, hay entre tres y ocho lobistas a tiempo completo a quienes les paga la industria petrolera, del carbón y del gas para asegurarse de que no se sancione legislación progresista sobre el clima. Básicamente, están comprando a los políticos que necesitan ese dinero para hacer sus campañas electorales.
En demasiados países del mundo hoy los funcionarios políticos electos carecen de todo poder. Su existencia depende del poder de las empresas. Tenemos que erradicar el poder del dinero de la democracia, de nuestra política democrática. Debemos volver a algunos de los principios básicos de la democracia, uno de los cuales es que todas las voces puedan oírse por igual, lo que ciertamente no se da en la mayoría de los sistemas políticos del mundo actual. En muchos países, tenemos la forma de la democracia sin el fondo de la democracia. Muchas cosas que hoy llamamos democracias realmente no son democracias sino oligarquías liberales, es decir que tienen la forma de las elecciones. Pero celebrar elecciones, creo yo, ya no equivale a tener una democracia. Cuando las mujeres no podían participar en un pie de igualdad, cuando no se escuchan a las perspectivas de la clase trabajadora, cuando se margina a las poblaciones indígenas, no se tiene una democracia efectiva que escucha a las diversas voces. Y hoy las elecciones se han convertido en un ejercicio predeterminado de legitimación de las élites. Pensemos en esto: cuando la gente va a votar, no va a votar por el mejor candidato, sino por el menos malo. Ésa es la situación que se vive en muchos países. ¿Qué significa eso para el activismo? Para el activismo y para la sociedad civil, significa que no podemos darnos el lujo de decidir concentrar nuestro trabajo sólo en las empresas o sólo en algunos gobiernos. Tenemos que hacerlo en ambos. Y si no nos concentramos en el rol de las empresas, no estaremos realizando nuestro potencial ni cumpliendo nuestra misión como sociedad civil.