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“Fuera de los derechos humanos no veo solución para atender a las víctimas”

Paulo Sérgio Pinheiro

Entrevista con Paulo Sérgio Pinheiro

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Paulo Sérgio Pinheiro ha desempeñado innumerables funciones como defensor de derechos humanos. Como militante contra la dictadura militar, fundó la Comisión Teotônio Vilela. Como académico, creó el Núcleo de Estudios de la Violencia (NEV) de la Universidad de São Paulo (USP), donde se jubiló recientemente como profesor del Departamento de Ciencias Políticas. También ha enseñado en las universidades de Brown, Columbia y Notre Dame (Estados Unidos), Oxford (Reino Unido) y École des Hautes Études en Sciences Sociales (Francia). En el gobierno brasileño, Pinheiro fue Secretario de Estado de Derechos Humanos durante la presidencia de Fernando Henrique Cardoso y relator del primer Plan Nacional de Derechos Humanos. Más recientemente, coordinó la Comisión Nacional de la Verdad. En la Organización de las Naciones Unidas (ONU), fue relator especial para Burundi (1995-1998) y Myanmar (2000-2008) y especialista independiente nombrado por Kofi Annan para elaborar un informe sobre la violencia contra los niños y niñas en el mundo, publicado en 2006; también fue relator de la niñez en la Comisión Interamericana de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Desde 2011 ocupa la presidencia de la comisión independiente de investigación sobre la República Árabe Siria, creada por el Consejo de Derechos Humanos.

Quizá por su larga experiencia ocupando puestos tan distintos y examinando situaciones tan diversas, Pinheiro se muestra reacio a las generalizaciones y previsiones categóricas. No ve, por ejemplo, grandes novedades en las manifestaciones que tomaron las calles de muchos países, desde Oriente Medio hasta Sudamérica, ni cree que representen una amenaza para los modelos políticos actuales. “Ese [modelo de protestas, manifestaciones] es un modelo antiguo y, de alguna manera, necesario e inevitable, porque el sistema político no logra resolver todas las contradicciones”, afirmó, en una entrevista concedida a Conectas el pasado marzo. “[Pero] no es que los partidos hayan dejado de tener sentido, que los parlamentos ya no representen nada.” Tampoco está en peligro el lenguaje del derecho —o de los derechos— como recurso para lograr cambios sociales. En su opinión, el Estado es ineludible: “No es posible escapar del lado bueno del Estado, como regulador de conflictos y garantizador de derechos. Y el derecho está incrustado en la negociación. La solución del conflicto siempre va a tener que ser algo formalizado [por el Estado]”.

Dentro del universo del Estado y del derecho, afirma, no hay ningún otro lenguaje, aparte del de los derechos humanos, que permita “en la diversidad universal, algunas exigencias fundamentales para que el ser humano viva de manera digna y respetable”. Según Pinheiro, la relevancia de los derechos humanos proviene de su capacidad de situar en el centro a las víctimas de las violaciones de derechos. “[Ese lenguaje se centra] no en el discurso del Estado, ni en los nacionalismos, ni en el discurso de la competición por el poder, el renombre o el prestigio, sino en saber si efectivamente estamos siendo eficientes [en la defensa de las víctimas]”.

En ese sentido, Pinheiro considera que la gran línea de acción del movimiento de derechos humanos para el siglo XXI ha de ser luchar por el monitoreo y por la verdadera implementación de las normas ya establecidas en el sistema internacional. Lea a continuación la entrevista completa.

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Conectas Derechos Humanos • ¿Cómo ve esas protestas recientes, principalmente a partir de la Primavera Árabe, como el movimiento Occupy, las recientes protestas en Brasil, etc.? ¿Cree que pueden considerarse un desafío al papel de las organizaciones más tradicionales de la sociedad civil, entre ellas las de derechos humanos, como mediadoras entre las reivindicaciones de la población y los gobiernos? ¿Cree que las protestas están poniendo en peligro el modelo de operación y la representatividad de esas organizaciones? ¿Qué papel le resta al movimiento de defensa de los derechos humanos?

Paulo Sérgio Pinheiro • Esas manifestaciones no pueden considerarse ni de manera aislada, ni como una nueva vía. Desde el comienzo de la industrialización, siempre ha habido protestas, desde los trabajadores de máquinas hasta los sindicalistas o anarquistas protestando por las condiciones de trabajo, hasta las manifestaciones… Se trata de un modelo antiguo y, de alguna manera, necesario e inevitable, porque el sistema político no logra resolver todas las contradicciones. La novedad actualmente se debe en buena medida a los cambios en las comunicaciones desde finales del siglo XX. ¿Quién pensaría que un teléfono podría ser también una cámara fotográfica? Facebook y todos los nuevos medios sociales también ayudan en la convocatoria. Pero el modelo es muy antiguo. Se dio en todas las revoluciones que tuvieron lugar en Europa, desde 1848 hasta mayo de 1968.

Además, es necesario tener en cuenta que, en mayo de 1968, durante prácticamente un mes de manifestaciones en París, no se produjo ni una sola muerte. Eran diversas clases sociales desfilando, protestando, en que llegó a producirse algún hecho violento. Eso significa que la cuestión de la violencia policial y de la falta de preparación de la policía en muchos países es un elemento específico de algunas sociedades, como la nuestra, pero también de varios países del Norte.

Cada tipo de manifestación tiene elementos distintos. No hay que meter todo en el mismo saco: la llamada Primavera Árabe tiene elementos específicos de esa región, de los sistemas autoritarios vigentes hace muchísimo tiempo, los cuales en un determinado momento, se aliaron al acceso que la juventud mundial tiene actualmente a las noticias y a las redes sociales, haciendo que comenzasen a presentar nuevas reivindicaciones. Pero no se puede mirar lo que sucedió en Libia y pretender entender con ello la situación en Siria, pues son asuntos que guardan muy poca relación entre sí. Túnez, por ejemplo, tiene décadas de experiencia parlamentaria. Es, históricamente, un régimen mucho menos represivo que Egipto o Libia, en donde un tirano, con algunas características personales específicas, destruyó el ejército, destruyó el gobierno y, en cierta forma, gestionaba el funcionamiento del Estado. Y tampoco se puede meter en el mismo saco a Occupy Wall Street y las manifestaciones callejeras en Egipto. Para entender todo eso, es fundamental tener en cuenta la especificidad de cada situación. ¿Presentan trazos en común? Un elemento común es el recurso a las nuevas herramientas de los medios sociales.

La cuestión de la representatividad es una falsa cuestión. Dado que la ONU es una organización de Estados, la participación de la sociedad civil es bastante limitada; un poco más amplia desde finales del siglo XX, pero aún muy limitada. Yo no creo que esas manifestaciones que estamos viendo, desde el movimiento Occupy hasta las protestas en España, las de junio en Brasil y las que continúan dándose, sean ilegítimas por el hecho de no haber sido canalizadas por las organizaciones de la sociedad civil. Pero hay varios papeles contradictorios y complementarios: tenemos la gente de la calle, las manifestaciones, las organizaciones de la sociedad civil y hasta el sistema de partidos. Y el hecho de que haya manifestaciones callejeras no significa que el sistema de partidos deje de existir; pese a que muchas veces ese sistema esté desconectado de la realidad que expresan esos movimientos. Pero no es que los partidos hayan dejado de tener sentido, que los parlamentos ya no representen nada. Está claro que hay muchos parlamentos desconectados de las nuevas demandas, pero eso no significa que vayamos a tener que cerrar los congresos e imaginar otra sociedad en la que vayan a gobernar los movimientos de protestas callejeras.

Conectas • Hay una crítica interesante que afirma que a veces el lenguaje de derechos, de las normas internacionales, es el que despolitiza a los movimientos sociales de base, llevando todo hacia la vía del litigio…

P.S.P. • Yo no creo en esa despolitización, porque hay una dimensión de la política que es la confrontación, y también existe el debate, la movilización. Hay un momento en el que toca luchar, pero en cierto momento es necesario pasar a otra etapa. Los Estados son ineludibles. No es posible escapar del lado bueno del Estado, como regulador de conflictos y garante de derechos. Y el derecho está incrustado en la negociación. La solución del conflicto siempre tendrá que ser algo formalizado. Por ejemplo, en cuanto al Movimiento Pase Libre, esa reivindicación tendría que ser establecida por decreto, por una definición del gobierno con respecto a lo que se está reivindicando; un transporte público gratuito.

Fuera de los derechos humanos, no veo solución para atender a las víctimas. Son campos de fuerzas, y en esos campos de fuerzas hay fases diferentes de la lucha, tanto en lo que respecta al contenido como a la evolución temporal.

Pero creo que en la actuación de las Naciones Unidas es fundamental trabajar con las organizaciones de base, como lo hice yo, por ejemplo cuando trabajé para el Secretario General de la ONU con UNICEF (Fondo de Naciones Unidas para la Infancia), durante cuatro años, elaborando el informe mundial sobre la violencia contra los niños y niñas. Realizamos nueve consultas regionales con una presencia activa de ONG, y un consejo consultivo de ONG monitoreó toda la preparación del informe (sus miembros llegaron a escribir un prefacio reconociendo la participación de la sociedad civil).

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Conectas • En cuanto relator, ¿Cómo sabía con qué organizaciones de la sociedad civil hablar?

P.S.P. • Como relator, tenía contacto directo con las entidades, y mi equipo averiguaba con quién hablar. Pero mi trabajo con la sociedad civil no pasaba por la autorización del Estado: nunca ningún Estado me dijo con quién debía hablar. Claro que, por ejemplo, en Burundi, que estaba en guerra civil, había un excelente secretario de derechos humanos con el que yo dialogaba. Pero hay un momento para el Estado y un momento para la sociedad civil. Yo nunca mezclé las dos cosas.

Ahora bien, es evidente que en la ONU, que es una organización de Estados, quien crea los mandatos son los miembros del Consejo de Derechos Humanos. La realidad es esa, y yo la acepto porque creo que no existe ningún organismo alternativo para hacer avanzar esos temas. Quizá sean mis propias contradicciones, pues a mí también me resulta interesante lidiar con Estados, y el Estado me parece algo fascinante. Y me alegra mucho poder decirles cosas a los gobernantes que no podría decirles bajo ninguna otra condición. Pero primero es preciso creer [en lo que se está haciendo], después, no impresionarse mucho, y tampoco olvidar quiénes son las víctimas. Nunca se puede olvidar a las víctimas. Hay que tenerlos siempre en cuenta, incluso cuando se está en una cena conmemorativa con gobernantes.

Conectas • En cuanto a las agendas de las organizaciones de derechos humanos, hasta fechas recientes han estado muy centradas en la regulación. Todavía hay algunas cuestiones que han de ser reguladas, mejoradas, pero muchas organizaciones creen que la mayoría de las pautas de derechos humanos ya han sido reguladas y que ahora hay que encontrar las formas de garantizar su aplicación…

P.S.P. • Estoy absolutamente de acuerdo. Desde la Declaración Universal, se ha recorrido un largo camino en lo referente a la especialización de la agenda de los derechos humanos. No se trata de decir: “¡Se acabó! Ya no habrá más convenciones”. No defiendo esa posición. Comparto la idea de no tocar lo que ya está consolidado. Estoy en contra de revisar las convenciones, porque cambiar una convención requiere que todos los Estados y sus partes se manifiesten de nuevo. Hubo un momento en la ONU en que se pensaba en reformar los órganos de tratados y establecer un único órgano de tratados para todas las convenciones. A mí esa idea siempre me pareció un delirio, y afortunadamente no prosperó. Incluso las nuevas convenciones, que tratan de las personas con discapacidad y de los inmigrantes, tienen órganos de tratado. La Convención contra la Tortura también es excelente y tiene magníficos mecanismos que se están aplicando en todo el mundo. Por suerte, nadie piensa en revisar la Convención sobre los Derechos del Niño. Pero no podemos decir “Se acabó”. En 1948, nunca hubiéramos podido prever… Y tampoco yo, cuando comencé a ocuparme de esos temas en los años sesenta, podía prever que tendríamos normas internacionales tan bien definidas. Eso se logra caminando, y aparecerán otras reivindicaciones. Los derechos de la comunidad LGBT, por ejemplo, no están contemplados en ninguna convención. Los pactos internacionales pueden ser utilizados, pero… ¿Quién sabe? Tal vez un día existirá esa convención.
También estoy totalmente de acuerdo en que lo que falta es monitoreo. Creo que los Estados democráticos no han aprovechado todo el potencial que ofrecen las normas y mecanismos definidos por las Naciones Unidas. Brasil y México, por ejemplo, forman parte de un grupo de decenas de países que son los que reciben más relatores especiales. Tienen lo que llamamos standing invitation, o invitación permanente. Ese mecanismo de los relatores especiales —sobre el cual mi opinión es bien parcial, pues durante muchos años fui relator especial para varios países y causas— es uno de los mecanismos más decisivos de Naciones Unidas para ayudar a las sociedades civiles a hacer monitoreo. No se trata solo de un monitoreo por parte de los países que ratificaron las convenciones, sino también de su interacción con la sociedad civil. Por ejemplo, Catarina de Albuquerque, de Portugal, que es una de las mejores relatoras especiales sobre el derecho al agua, y la brasileña Raquel Rolnik, relatora sobre el derecho a la vivienda, siempre trabajan directamente con la sociedad civil en todos los lugares a que acuden. Es una forma también de reforzar el papel de la sociedad civil en el diálogo con los Estados.

Es decir, hemos avanzado enormemente respecto al standard setting, la fijación de normas, pero eso no significa que ya no quede nada más por hacer. Y el propio mecanismo de las Naciones Unidas para el monitoreo de derechos humanos ha avanzado, tanto en la esfera de los Estados como de la comunidad internacional, pero aún tiene algunas limitaciones que deben ser abordadas. Creo que esa es la línea de acción del siglo XXI: implementación y monitoreo.

Conectas • Una cuestión importante para Conectas es de qué manera las organizaciones del Sur logran incidir en la agenda de derechos humanos, principalmente en los foros multilaterales. En su paso por la ONU, ¿Tendría algún ejemplo de organización o de estrategia específica que haya visto funcionar bien?

P.S.P. • Hay un problema, porque las grandes organizaciones internacionales están en el Norte, y buena parte de esos organismos opera en Nueva York o en Ginebra, o en otras capitales europeas. El mecanismo de relatores especiales temáticos tendió un cierto puente hacia el Sur, porque ellos también cuidan de los países del Norte, y se aprovecharon del ascenso de esas organizaciones de la sociedad civil. Yo creo que, en ciertos temas específicos, no habrá ningún problema, y aunque no soy especialista, sé que en medio ambiente y salud hay un diálogo permanente con interlocutores dentro del Estado. Pero cuando la agenda de un mandato es muy amplia y no específica, es más difícil actuar. Pero el problema de funcionamiento de las organizaciones de la sociedad civil del Sur es, frecuentemente, el acceso a recursos. En el caso más específico de América del Sur, Central y el Caribe, lo que se necesita más es una cierta coordinación en el Sur. Recientemente ha habido una tendencia que considero positiva: la formación de conglomerados o plataformas de entidades trabajando en torno de una misma temática, como por ejemplo los derechos de los niños o la política exterior. Hay algunos ejemplos de éxito; las ONG de la India obtienen muy buenos resultados en la comunidad internacional. Y hay algunos Estados del Sur —Senegal, por ejemplo— que practican un activismo muy intenso y que quizás estén incluso más presentes internacionalmente que Brasil.

Conectas • En base a su experiencia, ¿Cree usted que los derechos humanos son aún un lenguaje eficaz para promover cambios sociales?

P.S.P. • Como estoy involucrado en la lucha por los derechos humanos hace treinta años, no voy a tirar piedras sobre mi propio tejado. Creo, efectivamente, que no existe ningún otro lenguaje, ni ningún otro conjunto de principios, que pueda permitir, en la diversidad universal, el respeto a algunas exigencias fundamentales para que los seres humanos vivan de forma digna y respetable. Hasta ahora no se ha encontrado otra referencia. Los derechos humanos siguen siendo el horizonte del siglo XXI. Precisamente porque las agendas están tan bien definidas, tan universalizadas (y ya nadie repite aquella tontería de que los derechos humanos son una imposición del imperialismo del Norte), y las sociedades civiles han ayudado a universalizar tales derechos, porque se enfrenta la realidad concreta, y para ello es necesario tener como referencia los derechos humanos.

Hay diversas discusiones sobre informes y relatores; dicen que nadie se lee esos informes. Eso no importa. Lo que importa es que, para las víctimas, son relevantes. Al menos en mi experiencia —y he redactado decenas de informes—, las víctimas aprecian el trabajo del relator especial y de las comisiones de investigación. Para mí, la actividad de los derechos humanos que cuenta es la que se centra en las víctimas.

Podría hacer una cita pedante… Es un diálogo de Mahatma Gandhi; una ocasión en que una mujer que trabajaba con él se le acercó, muy preocupada y asustada, y le dijo: “No sé si lo que estoy haciendo es lo correcto, si estoy en el camino adecuado.” Y Mahatma le habría dicho: “Siempre que tengas dudas, haz la siguiente prueba: recuerda el rostro de la persona más pobre y más débil que hayas visto, y pregúntate si el paso que estás dando tendrá alguna utilidad para él o ella. ¿Esa decisión le devolverá el control sobre su vida y su destino? ¿Le hará ganar algo? Entonces tus dudas desaparecerán.”

Lo que es fantástico de los derechos humanos es que las víctimas de las violaciones de derechos ocupan el centro. El centro no lo ocupa el discurso del Estado, ni los nacionalismos, ni el discurso de la competición por el poder, el renombre o el prestigio, sino saber si de hecho estamos siendo eficientes para las víctimas. De ahí la importancia no solo de los parámetros internacionales, sino del monitoreo y de la implementación. Debemos servir al interés superior de las víctimas —es el término que se usa en la Convención sobre los Derechos del Niño: best interest, el interés superior de los niños. Yo diría que la prueba consiste en preguntar: ¿servimos al interés superior de las víctimas? No hay mejor manera de atender esas necesidades que la gramática, los principios, la doctrina, en suma, la referencia a los tratados y a los pactos internacionales de derechos humanos.

Paulo Sérgio Pinheiro

Paulo Sérgio Pinheiro ocupó diversos papeles como defensor de derechos humanos. Como militante contra la ditadura militar, fundó la Comision Teotônio Vilela. Como académico, creó el Núcleo de Estudios de la Violencia (NEV) de la Universidad de São Paulo (USP), en donde se retiró recientemente como profesor del Departamento de Ciencia Política.  También fue profesor en las universidades Brown, Columbia y Notre Dame (EUA), Oxford (Reino Unido) y École des Hautes Études en Sciences Sociales (Francia). En el gobierno brasileño, Pinheiro fue Secretario de Estado de Derechos Humanos durante la presidencia de Fernando Henrique Cardoso y relator del primer Plan Nacional de Derechos Humanos. Más recientemente, fue miembro y coordinó la Comisión Nacional de la Verdad. 

Original en portugués. Traducido por Fernando Campos Leza.

Entrevista realizada en marzo de 2014 por Maria Brant (Conectas Derechos Humanos).