A partir de la experiencia en el tema migratorio en Mesoamérica, el autor presenta una reflexión sobre la situación del movimiento de derechos humanos de migrantes en la región, apuntando desafíos, críticas y propuestas que buscan contribuir con el fortalecimiento de la lucha social necesaria para efectivizar los derechos de las personas migrantes y refugiadas.
Resulta quizá demasiado pretencioso el título de este artículo. Afrontar una realidad organizativa y humana tan amplia como la de acción social para las migraciones en Mesoamérica posibilita caer en generalizaciones, más aún en un ámbito donde hay una gran cantidad de proyectos y procesos en marcha en diferentes temáticas relacionadas con los derechos humanos de las personas migrantes, no todos muy conocidos y sin siquiera comunicación entre sí.
Sin embargo, creo que mi experiencia durante los últimos años en el ámbito de las organizaciones y redes que trabajan la realidad de las personas migrantes en México y Centroamérica, me permite comentar algunas situaciones vividas y ciertos retos que observo en el funcionamiento de estas entidades, que resultan del contexto social y político en el que desarrollan sus acciones y de sus dinámicas internas. Por ello, este artículo trata de describir y analizar estas realidades, tanto externas a las organizaciones como aquellas que se viven en su interior, cuya interacción marca la vida y procesos que se van desarrollando en este complejo mundo de las organizaciones dedicadas a las migraciones y los derechos humanos.
En este sentido, considero importante mencionar previamente mi experiencia en este ámbito, para que se pueda comprender mejor desde que óptica y experiencia se escriben estas líneas y de donde surgen los análisis y propuestas que realizo. Son ya más de 15 años dedicados a temas sociales y organizativos, siempre volcados a la realidad de las migraciones y los derechos humanos. Siento que las personas migrantes y las situaciones que viven en su discurrir migratorios es una de las realidades sociales donde la discriminación y la exclusión tienen mayor relevancia y donde se generan graves injusticias. Una realidad donde mi formación como abogado puede ser útil, una vez uno logra romper con la educación individualista y cerrada recibida en la licenciatura en derecho, pues permite promover el sentido de justicia en el trato hacia las personas migrantes, en un ámbito donde la excepción al Estado de Derecho se convierte en la regla general.
Han sido 15 años de trabajo divididos entre el Estado español, en materias vinculadas con la discriminación y el racismo y un cambio de residencia a América Latina en el año 2008, a lugares como México y Guatemala, donde se viven situaciones muy diferentes de discriminación con relación a personas migrantes y refugiadas, pero con dinámicas que pueden considerarse similares. Este cambio me da una mirada comparativa interesante para identificar retos y propuestas. Son casi 7 años en esta parte del mundo, donde ha sido muy intenso el contacto con redes de migración que desarrollan su trabajo especialmente en el centro y sur de México, Guatemala, El Salvador y Honduras.
Desde una mirada crítica, aunque siempre con la intención contribuir con el fortalecimiento de la lucha social necesaria para efectivizar los derechos de las personas migrantes y refugiadas, he podido conocer diferentes organizaciones que trabajan esta temática desde diversas perspectivas, ya sea apoyando a personas migrantes en tránsito, migrantes asentados/as hace años e invisibilizados/as en sus lugares de destino, o migrantes obligados/as a salir forzadamente de sus comunidades y los efectos que ello genera en las mismas.
Esta experiencia me ha permitido observar como son siempre factores tanto internos como externos a las organizaciones, estos últimos no vinculados con su trabajo pero si con el contexto en el que trabajan, los que van interactuando y afectando el desarrollo de sus acciones y proyectos. Por eso, este artículo trata de describir la realidad que se vive en la región considerando ambos aspectos, su interacción en forma de retos por afrontar y por último se presentan algunas propuestas que van en la misma línea de no dejar de ver ambos factores relacionados entre sí.
Desde el inicio pido disculpas si alguien considera que las reflexiones que realizo caen en generalizaciones e inexactitudes. Es complicado poder abarcar toda la realidad de proyectos y procesos existentes debido a la dispersión que se observa en el mundo organizativo pro-migrante, donde abundan numerosos proyectos y procesos que solamente son conocidos en ámbitos muy limitados. Mi respeto y admiración hacia estas acciones y las de todas las organizaciones. Nadie puede dudar de su compromiso y entrega, pero sí creo importante la autocrítica para evolucionar en nuestro quehacer.
Un factor que influye de manera esencial en la vida de las organizaciones de derechos humanos, sea la temática que sea, es la inmensa problemática que tratan de afrontar. Es muy importante considerar este elemento en contextos como el mesoamericano, cuyos Estados se ven perjudicados por una corrupción e impunidad que les afecta ya de manera estructural.
Se vive y trabaja en contextos en los que no dejan de surgir problemáticas complejas y difíciles de afrontar, que son resultado de configuraciones estructurales que se desarrollan de manera particular en cada contexto, aunque siempre asociadas a la desigualdad crónica que existe en la distribución de la riqueza, la corrupción e impunidad que impera en la acción de las autoridades y la discriminación y racismo presentes en amplios sectores de las sociedades de estos países.
Esta situación se da especialmente en materia migratoria, debido a la forma en que se están desarrollando las migraciones en la región, y por su carácter transversal con otros problemas sociales que las afectan desde su origen, en la ruta migratoria, en el lugar de destino o cuando la persona migrante retorna forzosa o voluntariamente a su comunidad de origen. A mi juicio, las migraciones forzadas que se generan en América Latina son una de las muestras más claras de cómo se está deteriorando la realidad social, económica y política en nuestros países, a causa de un modelo de desarrollo clasista, antidemocrático, patriarcal y desigual en casi todas sus expresiones.
Afrontar esta realidad social tan amplia y compleja, donde tantos elementos y problemáticas están interactuando, es un trabajo muchas veces extenuante y desbordante. No se observa un final a la acción que se ejecuta, al contrario, cuanto más se desarrollan acciones son más las problemáticas que deben ser encaradas. La frustración surge entonces como un factor a tener en cuenta y que explica muchas veces como ciertos procesos de acción social inician con mucha fuerza y terminan deteriorándose y cansando a quienes los promovieron. Es este impacto psicoemocional uno de los elementos internos que afecta a las organizaciones, causado también por factores externos y al que sin embargo no se le ha prestado mucha atención dentro de las mismas, desgastándose así los equipos de trabajo y las personas en lo individual.
Al tiempo que las organizaciones se multiplican para atender una problemática social tan intensa, para la que cuentan con recursos humanos siempre escasos y desgastados, surge como factor un lento pero continuo proceso de deslegitimación de su trabajo. Algunas noticias divulgadas en los medios de comunicación masivos que criminalizan sus acciones; errores, escándalos y corrupciones cometidas por ciertos miembros del movimiento social; el intento de cooptación del sector social por algunos partidos políticos, como ocurre en México; y la política de algunas instituciones públicas de tratar de desprestigiar por diferentes medios a quienes critican sus políticas, no han sido suficientemente contraatacadas desde las organizaciones afectadas y esto ha ido dejando un sentir en la opinión pública de desconfianza y generalización hacia las organizaciones no gubernamentales. Especialmente se siente este prejuicio en la gente más joven, entre los 15 y 25 años, quienes suelen expresar sentimientos de desprecio y desconfianza hacia el movimiento de derechos humanos y dudas sobre su finalidad social.
Expresiones referidas a la falta de transparencia en nuestras acciones, de desconfianza hacia los procesos que iniciamos, entre otros estigmas, son recurrentes en esta población, que es quien podría dar el relevo en el compromiso social. El trabajo y compromiso que exige involucrarse en una organización de derechos humanos, enfrentando realidades sociales tan complejas, muchas veces nos aísla de gran parte de la sociedad, sin que nuestro esfuerzo sea conocido. Esto provoca que, en una sociedad como la actual donde se maneja más información que nunca pero de forma confusa, los prejuicios hacia la cultura organizativa de los derechos humanos vayan aumentando e impidiendo que se consolide una base social que ha de apoyar y promover nuestras acciones. Además de ser un desprestigio que llega a oídos de los actores públicos y económicos que tenemos que enfrentar, lo cual afecta especialmente nuestra capacidad de incidencia frente a ellos.
Un elemento externo que afecta el trabajo de las organizaciones son las políticas y prioridades que siguen las entidades donantes para apoyar nuestro trabajo. Políticas que muchas veces se deciden en espacios muy diferentes a los contextos donde luego se desarrollan las acciones, provocando duplicidades en las acciones y que alientan diferencias de por si existentes, por ejemplo, entre organizaciones del centro de los países y la periferia/provincia. Esta situación genera relaciones de poder demasiado desiguales entre donantes y donatarios, y entre unos donatarios y otros, lo que influye a veces decisivamente en cuales proyectos serán puestos en marcha, apoyándose a personas y organizaciones que no siempre son las más adecuadas para afrontar la problemática social en cuestión.
Esta realidad genera una excesiva competencia para conseguir los recursos de los donantes, más aún en estos tiempos donde se destina cada vez menos dinero a la lucha social, lo que impide en ocasiones una adecuada articulación. Una realidad que afecta especialmente al mundo organizativo de las migraciones en Mesoamérica, al desarrollarse sus principales problemáticas en lugares alejados de los centros de poder. Se trata de una dispersión que es fatal para afrontar contextos tan complejos, y que incrementa el desprestigio que sufren las organizaciones sociales frente a la sociedad en general.
Un último factor externo a tener muy en cuenta, que está complejizando todavía más la acción de las organizaciones de derechos humanos y migraciones, son las acciones intimidantes ejercidas por parte del Estado más represor y sus diferentes manifestaciones, ya sean regulares o al margen de la Ley. Esta amenaza hacia defensores y defensoras de los derechos de las personas migrantes se ha incrementado durante los últimos años debido a la mayor presencia del tema en las agendas políticas, por lo que hay más interés de los grupos de poder en el tema, y a la presencia del crimen organizado en el tema migratorio, al considerar la extorsión y abuso a migrantes un negocio lucrativo.
Es un riesgo evidente causado también por el involucramiento del crimen organizado en las rutas migratorias, en colusión con un Estado corrupto por acción u omisión, y por el hecho de que los grupos con origen humanitario han ido incrementado su acción social y su mirada política, más allá del asistencialismo. Estas circunstancias han llevado a actores públicos y políticos que sólo enfocan el tema migratorio desde una perspectiva de control y de la mal llamada “seguridad nacional”, a incrementar sus ataques a los y las defensoras de derechos de migrantes, con tal de mantener su prevalencia y estatus en sus zonas de acción, coincidentes con muchos pasos de la ruta migratoria hacia el Norte.
Todos estos factores externos a la acción del movimiento social están muy presentes en quienes se dedican al tema migratorio en Mesoamérica, y tienen su correspondiente reflejo y efecto en la marcha interna de las entidades sociales. Algunos ya se han apuntado, como el desgaste emocional, que se combina con otros factores que son consecuencia de elementos más internos y propios de las dinámicas de todo grupo humano que trata de organizarse, a los que hago mención a continuación.
En primer lugar, la intensidad ya mencionada del contexto social y político en que se desarrollan las migraciones en la región, no sólo complejiza la definición de acciones a desarrollar y su ejecución, sino que hace vivir a las organizaciones en una constante saturación de sus agendas de trabajo. Es muy complicado distinguir entre lo urgente y lo importante, sin que puedan establecerse prioridades adecuadas en el trabajo. Esta realidad convive con un movimiento social como es el pro migrantes que tiene su origen en muchos casos en el asistencialismo basado en la caridad cristiana. Lo anterior marca fuertemente el tipo de acciones y análisis que realizan estas entidades a la hora de afrontar el contexto, acciones que suelen tener un sentido humanitario y de atención social de la emergencia, más que el confrontar las causas estructurales que se encuentran detrás de los efectos que atienden.
Un compromiso admirable por ayudar a quienes más necesitan un apoyo cuando se encuentran en tránsito o en su destino migratorio, pero que no permite avanzar en procesos más sostenibles de defensa de derechos humanos ni permite avanzar hacia una mirada más política e integral del hecho migratorio. Una atención humanitaria que provoca a largo plazo frustración al no tener fin, lo que genera una importante y constante movilidad en las personas que abordan este trabajo, salvo de aquellas personas asociadas a ministerios religiosos, quienes permanecen en apego a la misión religiosa encomendada, pero sin cuidar mucho su situación emocional.
Esta falta de evolución y de trabajo más estructurado tiene importantes excepciones en proyectos de índole religiosa católica, que provienen de espacios religiosos más politizados. Sin embargo, esta Iglesia más política no se encuentra frecuentemente entre quienes en su interior se dedican a la defensa de las personas migrantes, a diferencia de lo que puede ocurrir en otros temas de derechos humanos. Esta diferencia, junto con la mirada humanitaria caritativa que prevalece en amplios sectores pro migrantes, dificulta todavía más acortar la brecha existente entre la lucha por los derechos de las personas migrantes y el movimiento en general de derechos humanos.
Esta circunstancia es esencial para entender la dimensión de la respuesta social que existe en la actualidad ante las problemáticas que enfrentan las personas migrantes y refugiadas. No podemos olvidar por ejemplo que las principales violaciones de derechos hacia estas personas se cometen además en zonas escasamente conocidas de países como México, Guatemala, El Salvador y Honduras, al ser habitualmente núcleos poblaciones de escasa población o poco conocidos y accesibles. Lugares donde muchas veces el único grupo organizado y de vocación social es la Parroquia o alguna otra comunidad religiosa.
Encontramos en estas zonas recónditas grupos sociales con gran sentido humanitario, normalmente vinculados con alguna Iglesia, pero con poco análisis político y estratégico. Estos grupos humanitarios se complementan con otros grupos humanos que desarrollan su trabajo en organizaciones más estructuradas, presentes normalmente en las capitales de los países o en ciudades de mayor importancia. Estas últimas entidades más estructuradas aprovechan en ocasiones su posición de poder, de acceso a información y contacto con actores clave para conseguir financiamientos importantes, a pesar de trabajar a distancia la problemática migratoria más intensa.
Organizaciones donde impera más una lógica de ejecución de proyectos y no de encarar procesos, que suelen contar con personas con un perfil formativo importante, en ocasiones provenientes de la Academia pero con una sensibilidad social y política escasa. Personas de origen acomodado que han trabajado su capacidad ejecutora de proyectos y su formación académica, pero no el clasismo en que fueron educadas y que suelen establecer relaciones de poder desiguales, tanto con organizaciones ubicadas “en el terreno” como con las personas migrantes cuyos derechos defienden.
Esta combinación de recursos humanos sin una mirada política fortalecida, ya sea por su origen humanitario, ya sea por la formación recibida, muchas veces provoca en el movimiento pro migrantes de la región un panorama de acciones sin un fin claro, sin análisis políticos estructurales, con excesivo centralismo y sin una mirada estratégica a largo plazo, como creo se necesita para afrontar un tema tan complejo como el migratorio. Estos factores impiden muchas veces que en las acciones que se ejecuten se puedan tener en cuenta enfoques tan importantes como la perspectiva de género y el pleno respeto a la diversidad étnico-cultural existente en Mesoamérica, lo que provoca a su vez estrategias y acciones a mi juicio incompletas y contraproducentes con el fin de justicia que se está buscando.
La poca disposición a la crítica y a la autocrítica de quienes trabajan desde esta mirada, y en general de quienes nos dedicamos a temas sociales por todo el trabajo y compromiso que le ponemos a nuestras acciones, impide muchas veces analizar con frialdad esta realidad, sacar lecciones aprendidas y rectificar errores, que acaban desprestigiándonos y desvalorizándonos ante quienes queremos influir, sean actores políticos o la sociedad en general.
El cúmulo de elementos emocionales y personales presentes en las organizaciones van desgastando proyectos y procesos, y con ello a las personas que tratan de impulsarlos. Especialmente porque la mirada gerencial que se tiene es limitada entre quienes lideran las organizaciones, más acostumbrados/as a la gestión de proyectos y a apostarle a procesos que a la pura gestión de recursos humanos. Esto provoca un deterioro fuerte al interior de los equipos, que casi siempre se afronta ya tarde, es decir, cuando las acciones ya están en marcha y el trabajo en equipo o en red necesario para el éxito no ha podido cuajar.
Existe un desgaste en particular emocional entre quienes muchas veces lo han dado todo, pensando en que sus acciones iban a tener mayor efecto, y que les lleva a frustrarse y abandonar no sólo el trabajo social que en ese momento están desarrollando, sino su intención de seguir trabajando de manera colectiva en procesos sociales. Un desgaste motivado por la falta de entendimiento entre los grupos humanos, que resulta a su vez de la diferencia de experiencia y de forma de análisis con que se enfrentan los problemas sociales. Lo que se une al temor que provoca en las personas defensoras las acciones intimidantes ejercidas por la parte del Estado o el crimen organizado.
Este panorama se complejiza ante la falta de personas o procesos de defensa de derechos humanos que puedan ser una referencia para quienes se están integrando en las organizaciones sociales. Unos referentes sociales que puedan mostrar gracias a su desarrollo e historia una propuesta más colectiva e integral de lucha social. No podemos dejar de lado que estamos en una época de la historia en la que muchos referentes políticos que hubo en el pasado dejaron de existir, o se desgastaron hasta su desaparición o quedaron anacrónicos. Ocurre esto en países como México donde el sistema político priista cooptó además durante muchos años al movimiento social o lo desapareció cuando no se atuvo a sus directrices. Lo mismo ha ocurrido en Guatemala o El Salvador, donde el conflicto armado acabó con la mayoría de las personas más propositivas y al finalizar con los acuerdos de paz, provocó una desintegración de opciones políticas progresistas y muchas tensiones y desconfianzas. Esta ruptura o ausencia de un tejido social más comprometido genera una falta de referentes confiables, donde muchas personas en las organizaciones puedan reflejarse para saber hacia dónde ir. Esto lleva a que fijen su referencia hacia procesos académicos u organizativos sin un fin social, donde abunden los intereses personales por encima de los colectivos.
A pesar de los obstáculos y factores apuntados, no todo es negativo. Como en todo proceso social y visto con amplia perspectiva, las organizaciones y redes pro migrantes van poco a poco fortaleciendo su propuesta política y sus redes sociales, así como su vínculo con el movimiento en general de derechos humanos. Van reforzando su análisis y ante el riesgo apuestan por elevar el costo político de quienes quieran atacarlas, al tiempo que amplían su mirada estratégica y política para afrontar su contexto de riesgo. Sin embargo cada semana encontramos nuevas amenazas, que siempre hacen tambalear procesos de defensa muy interesantes en la región. El desarrollo de la realidad migratoria en lugares recónditos, como ya se ha apuntado, no ayuda a que este riesgo pueda disminuir o a reforzar el proceso de formación política y estratégica en que está inmerso el movimiento social pro migrante, pero ahí va avanzando pasito a pasito.
Por último, otro factor de gran importancia para explicar el contexto organizativo existente en materia migratoria, es la ausencia muchas veces de las propias personas afectadas no sólo en el liderazgo de las organizaciones que defienden sus derechos, sino incluso su ausencia total en su interior. La vulnerabilidad a la que son sometidas las personas que migran, ya sea en el tránsito, en su destino o en su origen al regresar, impide muchas veces que puedan participar en procesos organizativos. Tampoco los procesos de organización social en la región están todavía muy preparados para incluir entre sus miembros a quienes se encuentran lejos de su origen, y las diferencias culturales organizativas e idiomáticas no ayudan a mejorar este panorama.
Esta ausencia afecta a todos los procesos de incidencia que se inician, pues no permite contar con el sentir de las personas más afectadas y su mirada sobre las problemáticas que les afectan. Se genera así una realidad particular con respecto a lo que sucede en otros movimientos de derechos humanos. Quienes solidariamente o asistencialmente defienden los derechos de las personas migrantes son los que protagonizan los procesos, y no las personas directamente afectadas.
Aún así, también hay avances en los últimos años en este sentido, con la aparición de los comités de familiares de migrantes desaparecidos en Centroamérica; la mirada más integral hacia la realidad política de su lugar de origen de las organizaciones de latinos/as en Estados Unidos; organizaciones de personas deportadas o de migrantes con discapacidad generada en la ruta migratoria; o la combatividad de organizaciones y redes de trabajadoras del hogar en América Latina, muchas de ellas compuestas y lideradas por mujeres migrantes.
Es importante seguir reforzando este sujeto migrante exigente de sus derechos, porque cada vez la realidad migratoria se complejiza y genera escenarios más intensos de violaciones de derechos humanos, afectando cada vez a más personas. Algo que es posible porque a pesar de sus dificultades y vulnerabilidades, estos grupos han logrado organizarse y ganar cada día más visibilidad. Son procesos organizativos en formación, débiles todavía en liderazgo y mirada estratégica, pero que van dando mayor protagonismo, con sus aciertos y errores, a quienes más directamente son afectados/as por la migración forzada.
El sentido de autocrítica y reflexión que tienen los apartados anteriores de este artículo no pretenden en absoluto caer en la frustración o en un sentimiento de decepción, al contrario, son reflexiones que buscan pensar en caminos y propuestas que permitan afrontar con más efectividad las realidades expuestas y buscar acciones y estrategias que mejoren el panorama asociativo pro migrantes y refugiados/as en Mesoamérica. Por eso, no puedo terminar estas líneas sin convertir críticas anteriores en retos a afrontar, y realizar algunas propuestas que podrían, desde mi experiencia, ayudar a fortalecer este panorama.
Mi principal propuesta, la que considero debe ser siempre el primer paso cuando se afronta una realidad tan compleja, es dedicar mayor esfuerzo en las organizaciones y redes a reforzar su análisis político-estratégico de la realidad migratoria que trabajan, abriendo espacios para indagar con mayor fuerza en las causas estructurales de las problemáticas que se viven. Se lograría así ideologizar así sus acciones y propuestas, logrado un análisis más completo de la realidad y más cercano a las causas estructurales que provocan en el fondo el hecho migratorio.
Este refuerzo del análisis no suele traer más que beneficios, si hacemos memoria de lo acontecido en otros movimientos sociales, pues: fortalecería estrategias a desarrollar, dándoles un sentido más a largo plazo lo que disminuye el desgaste y frustración que se generan al afrontar realidades sociales y políticas tan complejas; mejoraría el sentido de pertenencia y de trabajo colectivo necesarios para un verdadero y complementario trabajo en equipo; acercaría al movimiento pro migrantes a otros sectores de la defensa de los derechos humanos, permitiéndoles encontrar puntos comunes desde las que trabajar juntos/as; y reforzaría la seguridad y protección de los y las defensoras de derechos humanos, dándoles más herramientas y redes de protección ante ataques y amenazas sufridas en su acción, de parte del Estado o de actores al margen de la Ley.
Desde mi experiencia veo como ventajoso cuando se incrementan los espacios de análisis y se adoptan estrategias a largo plazo y más politizadas en la acción social. Para ello, es necesario que las entidades sociales se den tiempo dentro del contexto intenso en el que trabajan, para tener estos espacios de análisis y formación interna, algo que no suele ocurrir con frecuencia. Una formación que no debe pasar necesariamente por espacios formales, sino que debería, a mi juicio, complementarse con momentos formativos basados en los intercambios de experiencias con organizaciones con mayor recorrido en la defensa de derechos humanos y con miembros de mayor experiencia. Se irían construyendo así referentes más colectivos y comprometidos, hacia los que dirigir la acción de las organizaciones.
Si en algún tema resulta importante generar estos intercambios, tanto puntuales como de largo plazo, pienso que es en el mundo de las migraciones, al ser similares las dinámicas discriminatorias que viven las personas migrantes en diferentes partes de Mesoamérica, en América Latina y en general en el mundo entero. Además, el trabajo muchas veces está centrado en apoyar a personas en movimiento, que un día pueden encontrarse en una zona y meses o semanas más tarde en otro lugar de la región. El intercambio ayuda de igual forma a superar visiones a veces muy locales del hecho migratorio, y a encontrar de nuevo puntos comunes de trabajo donde reforzar el trabajo en red. Un trabajo articulado que siempre genera mayor incidencia e impacto ante los actores políticos que toman decisiones clave para la mejora o agravamiento de la situación de derechos humanos de las personas migrantes.
Esta ampliación de visiones, redes y perspectivas son vitales, desde mi experiencia, no sólo para incrementar la capacidad de respuesta e impacto de las acciones de las organizaciones sociales, sino especialmente para que en el discurso contenido en estas acciones se reflejen las causas y efectos de las migraciones forzadas. Acercaría una mirada más amplia de este fenómeno social, en constante incremento por los efectos del modelo neoliberal, a una visión del mismo con un enfoque pleno de derechos humanos, tan necesario para no caer en soluciones parciales ni incompletas, que no dejen ver el sentido social y político que tiene el hecho migratorio.
Generaría además procesos más sostenibles, donde se renueven con mayor frecuencia liderazgos, al contarse con más recursos humanos con mayores capacidades y propuestas políticas más estables. Habrá que tener en cuenta que afrontar procesos sociales desde esta perspectiva será más complejo de entender por parte de la sociedad, e incluso por los propios donantes. No obstante, si se logra explicar adecuadamente el porqué de las migraciones forzadas de la región, puede conseguirse una base social más fuerte que apoye y entienda nuestras acciones y convencer a donantes y actores políticos de la necesidad de un cambio de mentalidad, y con ello del modelo de desarrollo.