Casi 16 años después de salir de Irán con destino a Brasil, Hasti Khoshnammanesh respira aliviada y celebra: “No hay palabras para expresar mi felicidad al poder decir que soy bahá’í”. En su país natal, expresar su fe le daba miedo, ya que ahí los bahá’ís son perseguidos hace más de cien años.
Hasti Khoshnammanesh nació en Teherán en 1980, solo un año después de la Revolución Islámica y en el mismo año del comienzo de la guerra contra Irak. Cuando era pequeña, oír bombardeos era rutinario. También era común tener que correr a los refugios subterráneos cuando comenzaban los ataques. “Prácticamente toda mi infancia fue en la guerra”, resume.
Con el fin del conflicto que duró ocho años, sin embargo, su vida no se volvió más tranquila. Esto porque Hasti nació en una familia que, por herencia, en el caso del padre, o por elección, en el caso de la madre, tiene una fe que no es aceptada.
A pesar de las negaciones del gobierno, el cual, cuando es confrontado en los foros internacionales, afirma respetar los derechos de todas las minorías, en Irán ser bahá’í está prohibido.11. En la práctica, la prohibición incluye tanto ser bahá’í, como también expresar esa fe públicamente. Como la Constitución Islámica solo considera las religiones musulmana, zoroastriana, cristiana y judía, diversos derechos civilles de aquelllos que siguen la Fé Bahá’í son negados. Eso ocurre, por un lado, por el no reconocimiento de la religión y, por otro, por la obligación de declararlo, impidiendo, por tanto, que los bahá’ís sean vistos como ciudadanos iraníes. La mayoría musulmana que dirige el país detiene, tortura y hasta mata bahá’ís desde la creación de la religión. La Fe Bahá’í es la religión independiente más joven del mundo, y desde 1863, cuando su fundador, Bahá’u’lláh, comenzó a divulgar los principios de su creencia, es vista como una amenaza a los intereses vigentes. Ya en esa época, tanto el propio Bahá’u’lláh como sus seguidores fueron perseguidos.
El tema central de la Fe Bahá’í es la unidad. Creen en un solo Dios, una sola humanidad y en la unidad en la diversidad. Los seguidores de esta religión, no obstante, son hasta hoy victimas de actitudes intolerantes en nombre de otras fes.
Cuando era niña, en la escuela, Hasti era llamada por la directora, que le entregaba una hoja en blanco y le pedía que hiciese una lista de todos los bahá’ís que ella conocía. El objetivo era delatar para el gobierno los nombres y contactos de los bahá’ís que eventualmente sería reprimidos. Hasti no contiene las lágrimas al contar ese pasaje.
En cambio, ríe con buen humor cuando recuerda su osadía al inscribirse para las pruebas de admisión algunos años más tarde. En Irán, los bahá’ís tienen prohibido ir a la universidad, y trabajar en órganos del gobierno y hablar de su propia fe, entre otras restricciones. Incluso así, decidió inscribirse para el examen y, al rellenar el formulario, se encontró con una casilla en la que debía indicar cuál era su religión. Las opciones eran islamismo, cristianismo, judaísmo o zoroastrismo. Viendo que nada la representaba, Hasti añadió una casilla más, donde escribió “Bahá’í”.
Al recibir de vuelta el documento con la confirmación de la inscripción, comprobó que ahí decía que su religión era musulmana. Inconformada con el error, fue personalmente al departamento donde debían hacerse las rectificaciones y dijo que no era musulmana, y sí bahá’í. El resultado, sin embargo, no fue el esperado, y Hasti fue, entonces, prohibida de hacer el examen y perseguir su sueño de ser doctora.
“Para una joven de 17 años esto es duro. Recuerdo que aquel día volví a casa y lloré todo el día, ‘¿por qué?, ¿por qué nos pasa esto a nosotros?’”, cuenta. Para permitir que las personas como ella continuasen estudiando, los profesores bahá’ís que fueron expulsados de las escuelas y universidades donde enseñaban crearon clandestinamente el Instituto Bahá’í para la Educación Superior (BIHE, por su sigla en inglés), una universidad para los jóvenes a los que se impide ingresar en otras instituciones en función de su fe.
Hasti entró en el BIHE en 1997, y el tiempo que estudió allí estuvo marcado por una gran tensión. Las clases tenían lugar en Teherán, en casas prestadas por miembros de la comunidad. Ella, que en esos momentos vivía en Karaj, una ciudad en los alrededores de la capital, se desplazaba diariamente a Teherán y, al llegar al local de las clases, tenía que tener el máximo cuidado para que los vecinos no desconfiasen de nada y los denunciasen. “Siempre sentías ese miedo, ¿sabes? Que en cualquier momento alguien podía invadir esa sala de estudio”, relata. Su clase pasó ilesa, pero muchas otras fueron descubiertas y, en esos casos, los profesores podían ser condenados a hasta cinco años de prisión. En la actualidad, la mayor parte de las clases del BIHE son en línea, minimizando los riesgos de represión.
Funcionando en la clandestinidad en Irán, el BIHE es reconocido por gran parte de los demás países, y su diploma es aceptado en universidades de gran porte en lugares como Estados Unidos, Inglaterra y Australia, por ejemplo.
La educación es un tema importante para los bahá’ís. Una de las principales campañas internacionales promovidas por los que viven fuera de Irán se llama “La Educación No Es Un Crimen”. En esta acción usan videos y anuncios para llamar la atención sobre las violaciones que sufren los miembros de la comunidad bahá’í en Irán y para defender el derecho de tener acceso a la educación.
Para Hasti, personalmente, la educación también es valiosa. Hace siete años ella es profesora en la Escuela de las Naciones, en Brasilia, donde estudian niños y adolescentes de distintas nacionalidades y religiones. Allí, ella comenzó como profesora de inglés, pero hoy trabaja en el departamento de Educación Moral, responsable de transmitir a los estudiantes valores y virtudes. En este escuela internacional de inspiración bahá’í, aparte de los planes de estudio brasileño e internacional, los estudiantes también aprenden a prestar servicios. “Porque creemos que solo tener fe no es bastante, tienes que poner tu fe en acción, y eso se llama servicio”, explica Hasti.
La historia que construyó en Brasil, donde nacieron sus dos hijas; actualmente una con 15 y otra con 6 años, comenzó cuando, en 2002, Hasti se mudó a São José dos Campos, en São Paulo, con su marido de entonces. Se conocieron y casaron en Irán, pero él ya vivía en el país latinoamericano, donde buscó refugio después de huir de Irán para no tener que servir en el Ejército.
Desde que salió de Irán, Hasti llegó a vivir dos años en Australia, pero fue en Brasil donde echó raíces. Sobre la vida aquí, cuenta: “Cuando vine a Brasil, esta libertad de expresión fue una cosa muy muy valiosa en mi vida, extraordinaria”. “En Irán no podía de modo alguno enseñar mi fe, ni decir abiertamente que soy bahá’í, porque podía acabar en prisión o muerta”.
Como ella, sus padres y hermanos ya no corren riesgo, pues viven fuera de Irán, en Estados Unidos. Los familiares que se quedaron en su tierra natal, sin embargo, siguen en peligro. Recientemente, un primo que tenía una imprenta fue encarcelado y, a pesar de haber salido de prisión al pagar la fianza, sigue esperando el juicio con temor. ¿Su crimen? Ser bahá’í.
Y todo eso, ¿a cambio de qué? “¿Cómo es posible que, por tu religión, puedas ser encarcelada/o? se pregunta. Para Hasti la persecución de los bahá’ís responde a intereses particulares y no es guiada por ninguna tipo de fe. “En la fe bahá’í creemos que todas las religiones vinieron para establecer la paz, el amor y el respeto entre las personas. Todo esto que ocurre, lo que hace el gobierno islámico, es en verdad una distorsión del mensaje que Mahoma trajo, ellos hacen todo eso para su propio beneficio”, explica. “Ellos lo hacen en nombre de la religión, pero yo me he leído todo el Corán y en ningún lugar está escrito hacer eso con los bahá’ís, o con cualquier ser humano. Todo eso viene del ego, de la ignorancia de las personas.”
Incluso ante este historial y la persecución sistemática de los días de hoy, los bahá’ís no se meten en política partidista y no se manifiestan contra el gobierno, siguiendo lo que indican los preceptos de su Ley Sagrada. La resistencia de la comunidad bahá’í es silenciosa. Siguen sus vidas y sus actividades y responden todas las veces que reciben una citación judicial, y es que incluso cuando implica más sufrimiento, jamás niegan su fe.