Entrevista con Sonia Correa
“Tengo muchos problemas con la categoría ‘mujer’.” Fue con esa salvedad crítica que la investigadora brasileña Sonia Correa, fundadora de algunas de las organizaciones más importantes en la lucha por los derechos sexuales y reproductivos, como SOS Corpo – Instituto Feminista para a Democracia (SOS Cuerpo – Instituto Feminista para la Democracia), aceptó ser entrevistada para la SUR 24.
Para ella, que hoy coordina el Observatorio de Sexualidad y Política, (SPW, por sus siglas en inglés), un proyecto con sede en el ABIA (Observatorio Nacional de Políticas de SIDA) la temática de la publicación debería superar el modelo de los dos sexos, separando el feminismo del cuerpo femenino. “Es siempre importante volver a [Judith] Butler, quién argumenta en las primeras páginas de su libro Problemas de Género que ‘mujer’ es una construcción cultural, ideológica y filosófica. Es una ficción representacional”, afirmó.
A partir de ahí, fue una clase sobre cómo el movimiento feminista trabajó en los últimos cuarenta años, por lo menos, para desvincular el feminismo de la experiencia exclusiva de las mujeres. Citando a Gayle Rubin, Judith Butler y Anne Sterling; referencias fundamentales para entender el debate, Corrêa discurre sobre la “restauración conservadora” en todo el mundo y su impacto en debates concretos, como en el caso del referéndum de Colombia, en el que la población rechazó por una estrecha mayoría el acuerdo de paz firmado entre el gobierno y las FARC.
La fluidez con la que transita por distintos temas proviene de su larga experiencia como investigadora, pero también de su participación activa y militante en espacios como la comisión de especialistas que diseñaron los Principios de Yogyakarta en 2006, con directrices para la aplicación de la normativa internacional de derechos humanos en relación a la orientación sexual y la identidad de género, o la Conferencia del Cairo sobre Población y Desarrollo en 1995.
Su actuación, en gran medida pionera, en foros internacionales, también aparece en los análisis críticos sobre el papel de los países emergentes en el debate global sobre derechos sexuales y reproductivos.
Conectas Derechos Humanos • En la próxima edición SUR, el tema es “mujeres y derechos humanos”. Tendremos una sesión con perfiles de mujeres que trabajan con este tema y queríamos contar tu trayectoria.
Sonia Correa • Me siento muy incómoda con hablar de “mujeres y derechos humanos”, porque mi perspectiva de trabajo en este campo no es una perspectiva esencialista, no es una perspectiva de política identitaria. He intentado justamente hacer un movimiento en el ámbito feminista, para desestabilizar esa osificación de la categoría y hace muchos años que ya no hablo como “mujer”. Tengo muchos problemas con la categoría “mujer”.
Conectas • Hay una serie de cuestiones que no son tratadas a fondo en una publicación sobre “mujeres y derechos humanos”, como por ejemplo el tema de los derechos LGBT, pero creemos que forma parte de un debate más amplio, que merecería una publicación separada.
S. C. • El problema es separar. Porque en el momento que separas, echas agua en el molino de la política de identidad: a un lado tienes “mujer” y, al otro “género”, que es utilizado erróneamente como sinónimo de mujer, como proxy para las identidades que escapan de la norma dominante. Con la guerra en curso contra la “ideología de género”, que hay en Brasil, y también en muchos otros países, reiterar la separación es políticamente problemático. Hay una articulación transnacional muy eficaz creada por la derecha religiosa norteamericana en los años 1990 y posteriormente entronizada por el Vaticano, para atacar el concepto de género, del cual hablaré más adelante.
Es entonces cuando comienza a constituirse una amplia “formación” anti género, articulando fuerzas religiosas de distintas tonalidades, pero también laicas, como en el caso de Francia, y que tiene como objetivos bloquear y erosionar, de manera articulada e integrada, todas las transformaciones que se están dando en el ámbito del género y la sexualidad. Es una agenda que ataca la educación sexual, los derechos trans, la cuestión de las nuevas estructuras de familia y la identidad de género. En este contexto tan conflagrado, necesitamos mantener una distancia crítica con respecto a las formas de vínculo político con la categoría mujer que no reconocen su inestabilidad y contingencia., Hoy, más que hace veinte años, es crucial hablar de géneros y sexualidades como construcciones plásticas e inestables que se articulan, pero que también se distinguen.
Conectas • Has mencionado que hace mucho tiempo que no hablas en términos de derechos de las mujeres. ¿Por qué?
S. C. • Teórica y políticamente, hace muchos años que no pienso en la perspectiva feminista como una perspectiva adherida al cuerpo y a la experiencia de las mujeres o en una esencia femenina. Diría que, posiblemente desde siempre en mi formación, en mi exposición al pensamiento feminista, esa siempre hubo esa tensión. Leí a Beauvoir muy pronto: la idea de que no naces mujer, de que la mujer es una construcción y una construcción cultural, ideológica, filosófica. Comencé a dialogar con el ámbito de los estudios sobre sexualidad muy pronto. A principios de los años 1980, recién instituido SOS Corpo11. Sonia fue una de las fundadoras de la organización no gubernamental feminista brasileña SOS Corpo – Instituto Feminista por la Democracia. tradujimos el artículo “El Tráfico de Mujeres: Notas sobre la Economía Política del Sexo”, de Gayle Rubin, de 1975, que es uno de los textos inaugurales fundamentales de lo que se llama teoría contemporánea de la sexualidad. Justo después tradujimos el clásico de Joan Scott, “Género como Categoría de Análisis Histórico”.
Junto con los textos antropológicos de Rosaldo, Lamphere, Ortner, esos son los primeros momentos de la teoría feminista post años 1960 que produjeron fisuras en las concepciones de la mujer como un sujeto discreto, que tiene una ontología radicalmente distinta de la ontología masculina; esa construcción profundamente enraizada en lo que el historiador Thomas Laquear llamó el modelo de los dos sexos. En sus estudios sobre representaciones de la biomedicina en la transición hacia la modernidad, Laquear muestra como ese pasaje significó en el mundo occidental un gran cambio en las marcas de diferencia entre masculino y femenino. Hasta el siglo XVII, siguiendo la concepción aristotélica, lo femenino era representado como un masculino imperfecto, la mujer era un “hombre” menor, cuyos órganos sexuales estaban interiorizados. La mujer como otro radicalmente distinto de lo masculino es una construcción característicamente moderna. En este marco, está el hombre con H de la Ilustración; blanco, burgués, varonil, guerrero, colonizador, y su opuesto, la mujer, inestable, impregnada de fluidos sexuales, criatura del mundo de penumbras que es la vida privada, donde los hombres recuperan la energía para poder retomar después los enfrentamientos de la esfera pública y las guerras. Las otras figuras de este panteón son el hombre femenino, el pederasta, el desviado y la prostituta, construida a veces también como ninfómana.
Las teorías contemporáneas de género y sexualidad, inauguradas anteriormente por la proposición de Beauvoir de que no se nace mujer, iban gradualmente a desestabilizar esos modelos. En 1975, Rubin comienza su investigación diciendo que el marxismo no es suficiente para entender lo que pasa con las mujeres – puede explicar lo que pasa con las mujeres en el capitalismo, pero no explica la diferencia constitutiva de lo masculino y lo femenino que está presente en todas las culturas y sociedades, marcadas por desigualdades, violencia y coerción. Uno de sus ejemplos es el pie vendado de las mujeres chinas, que no puede ser explicado por el capitalismo. A partir de entonces, va a dialogar con [Claude] Lévi-Strauss y el psicoanálisis; [Sigmund] Freud, Anna Freud, Lamp de Groult y con [Jacques] Lacan en busca de claves para comprender cómo la cultura domestica a los sujetos para que encajen bien en los moldes de masculino y femenino.
Estoy hablando aquí de teorías, de textos que tienen 40 años. Es casi medio siglo. Es intrigante y preocupante que, pasados tantos años, esas rupturas conceptuales, que de hecho interrogan no sólo si las mujeres están o no en la política, o cuánto las mujeres ganan en el mercado de trabajo, cuál es la situación de la autonomía reproductiva de las mujeres, el control de la sexualidad, sino que también interrogan el hecho de que las genealogías socioculturales de lo masculino y lo femenino no hayan sido, todavía, incorporadas al ámbito feminista de los derechos humanos. Como dije antes, todos estos temas son muy relevantes, pero la producción teórica de los últimos 40 años tiene el mérito de hacer con que comprendamos que esas desigualdades y problemas son síntomas de los modos en que los sistemas de sexo y género están organizados y organizan la lógica de las formaciones sociales.
En la primera página del libro “Problema de Género”, por ejemplo [Judith] Butler dice que uno de los problemas del feminismo es haber unido su trayectoria y condición política a la figura de la mujer, que es una ficción representacional. Partiendo de eso, desarrolla la idea de que no es solo la concepción dualista que sostenía el binarismo, que pensaba el sexo como una base material esencial sobre la cual la cultura añadía capas que acabarían por producir lo masculino y lo femenino en sus desigualdades y concepciones. Butler muestra, y ciertamente no hace esto sola, sino pensando a partir de [Michel] Foucault y de otras autoras como Monique de Wittig y la psicoanalista Joan Rivière, que la propia noción de sexo es una construcción. El sexo también es una convención social, y el sexo tal y como lo comprendemos, es fundamentalmente una construcción occidental del siglo XIX, enraizada en las concepciones darwinianas de evolución y reproducción sexual de las especies. Es siempre importante recordar que otras culturas tienen otras concepciones de la sexualidad y el género. Las trayectorias teóricas de Butler, Foucalut y de otros autores de este ámbito, son amplias y complejas. No es posible exponerlas de manera adecuada en una entrevista. Pero aun así voy a intentar exponer en pocas palabras lo que desarrolló Butler, aun corriendo el riesgo de simplificar en exceso su marco de lectura. Según ella, el sexo y el género nos parecen naturales porque son constantemente reiterados en el discurso y en las prácticas culturales e institucionales: la designación, la insistencia en las diferencias anatómicas, las leyes, la separación de los espacios y funciones. O como dijo Bourdieu en su clásico La dominación masculina, rasgos que están en los modos de pensar, en las palabras, en los objetos, en los modos de ver y de experimentar la corporalidad. Butler recurre a la figura de la drag queen, de la travesti, de la persona trans, como la figura filosófica que desestabiliza estas construcciones naturales.
En otro momento ella, y tal vez más específicamente la bióloga Anne Fausto Sterling, otra autora fundamental, señala que el sexo es atribuido incluso antes de que la persona llegue al mundo. La cultura atribuye sexo y género a los embriones antes del nacimiento. Eso ya ocurría antes de las técnicas de visualización que hace que ese etiquetado de sexo-género sea cada vez más automático y acentuado. La visualización de la anatomía produce, de inmediato, la marca de una diferencia sexual profunda en el sujeto, incluso cuando esa persona que va a nacer puede, en algún momento de su trayectoria, percibir su deseo, su constitución, su expresión y su manera de ser radicalmente diferentes de la diferencia sexual que le fue atribuida.
Hace mucho tiempo que es insuficiente pensar el feminismo como exclusivo de las mujeres, y mucho menos en referencia a la experiencia del cuerpo de las mujeres. Si lo que determinase la posibilidad de las personas de ser feministas fuese una vagina natural, no se llamaría feminismo, sino vaginismo. Esto es una broma que hago hace mucho tiempo pero es muy pertinente hoy, porque hay una batalla en el ámbito de la política sexual. Hay sectores feministas que tienen una posición radicalmente esencialista, fundamentalista, que afirman que las mujeres trans no existen, que serían un mero producto del patriarcado capitalista. Una mujer de verdad necesita tener una vagina y órganos sexuales femeninos, en caso contrario no puede llamarse mujer, no puede vestirse como mujer, no puede ir a un lavabo femenino.
Por todas esas razones, desde hace algún tiempo, utilizó la fórmula “derechos humanos, géneros y sexualidades”.
Conectas • ¿Cómo crees que el feminismo podría incorporar esa visión que no es esencialista y, al mismo tiempo, volver a cuestiones específicas, como por ejemplo la representatividad de la mujer en la política y la igualdad salarial?
S. C. • Las teorías contemporáneas sobre el sexo y el género nos permiten pensar la construcción de lo masculino y lo femenino como cuestiones que son modales en la conformación de las estructuras sociales e institucionales. Ellas desestabilizan ese orden, interrogan el sentido de las normas sociales y legales que lo sostienen, sus efectos de desigualdad y también de inclusión y exclusión selectiva.
La persona trans, especialmente la mujer trans, es arrojada por la cultura dominante a un lugar de rechazo extremo, que es lo que explica, por ejemplo, que Brasil sea hoy en día el vergonzoso campeón del mundo de asesinatos de personas trans. Por supuesto, esto no se puede disociar de la violencia estructural brasileña, que tiene proporciones colosales, pero los rasgos, las características de los asesinatos de las personas trans con los niveles de barbarie y espectacularidad que en general tienen, son la expresión del límite de las relaciones de los derechos humanos, de la manera como el sistema sexo-género funciona.
Este no debe ser considerado como un límite que afecta únicamente a la identidad trans, sino como un efecto letal de la violencia normativa que se deriva de la lógica binaria del sistema de sexo-género, y que también da lugar a la violencia de género en un sentido más clásico contra las mujeres. Y es por eso que es importante no pensar esas dos expresiones graves de la violencia normativa como perteneciendo a universos separados. Los asesinatos de personas trans y de mujeres derivan de las mismas assemblages, de un mismo aparato o un mismo andamio de sustentación que es discursivo, que está en las normas, está en la ley, en las instituciones, está en la forma en que la educación produce a las personas. No es por nada, que hace unos 20 años las fuerzas que desean preservar esas estructuras geológicas intactas hicieron del género su principal objetivo de ataque.
Desde el punto de vista de los derechos humanos esta cuestión implica desafíos conceptuales y semánticos. Articular género y sexualidad, en esos términos, a los derechos humanos, requiere cuestionar el esencialismo que todavía caracteriza las concepciones y el lenguaje de los derechos humanos. Es decir, exige que dejemos atrás la igualdad-desigualdad entre los sexos establecida en la Declaración Universal y que refleja el binario biológico: masculino femenino, hombre mujer. Es necesario tomar el camino iniciado por los Principios de Yogayakarta que no sólo cuestionan directamente este binarismo, sino que también abordan las violaciones basadas en la orientación sexual y la identidad de género sin mencionar nunca ‘mujer’ o ninguna de las otras categorías identitarias que caen en la red convencional de los derechos de las minorías: gays, lesbianas, trans, etc. Hay que buscar formas de ‘afirmar derechos’ escapando al mismo tiempo de la malla fina del lenguaje propagado por las máquinas de producción de identidades discretas en género y sexualidad.
Conectas • ¿Cómo ves esa bandera contra la supuesta ideología de género hoy en día?
S. C. • No es de hoy, esto tiene veinte años. En primer lugar, es un fenómeno transnacional. Actualmente hay terribles batallas en curso, incluso con efectos desastrosos, como en el caso del referéndum colombiano. Evidentemente, creo que es una exageración atribuir el resultado del referéndum en Colombia [sobre el acuerdo de paz con las FARC] a los ataques a la ideología de género, especialmente porque hubo un 60% de abstención, pero de cualquier forma hubo una movilización de los actores, sobre todo evangélicos y de la Iglesia Católica conservadora contra la ideología de género inmediatamente antes de la votación.
En julio, nosotros del SPW pedimos a Frank Hernandez, que es nuestro socio colombiano, que escribiese sobre la situación de la política sexual en Colombia en su relación con el debate sobre la paz y el fin del conflicto. Él terminó eso en julio, y al mes siguiente, las fuerzas contrarias a la ideología de género estaban en la calle, llenaron las calles de Bogotá y de otras ciudades colombianas. Él hizo un post scriptum interpretando lo que estaba ocurriendo y mostrando que no era accidental, que lo que estaba pasando guardaba una relación directa con la negociación, porque quienes estaban por detrás de las movilizaciones contra la ideología de género eran las mismas fuerzas contrarias al acuerdo de la Habana. Justo después sale el resultado mostrando que el papel de los actores evangélicos y del voto evangélico, particularmente, fue fundamental para definir el resultado del referéndum. Hubo otro factor más “pedestre”, pero no menos importante, y es el hecho de que la ministra de educación, que es lesbiana, fue transferida para la coordinación de la campaña del referéndum – lo que algunos analistas políticos consideran que fue un error – y fue directamente atacada por esas fuerzas. La cuestión es que, cualquier análisis que se haga sobre el sorprendente resultado del referéndum en Colombia no puede pasar por alto el ataque que se hizo a “la ideología de género”. Esa cuña está siendo abierta en el contexto colombiano hace por lo menos 15 años con una presencia fuertísima de los actores, de los pensadores del llamado catolicismo constitucionalista o constitucionalismo católico.
Tienen una presencia fuertísima en Colombia, como entre nosotros, en Brasil, tienen los señores Ives Gandra, Hélio Bicudo, la señora Janaína Paschoal, que son personajes vinculados a esta corriente de producción intelectual. Esta pauta regresiva está lejos de ser reciente, sino que, como dije antes, comenzó en la preparación para Pekín. En El Cairo, el término género había quedado registrado en un texto negociado entre los Estados miembro. Antes de entonces, era un término utilizado en los documentos de investigación de las agencias de la ONU, pero nunca había sido registrado en un texto de negociación. Inmediatamente después de eso viene un ataque directo al término en la preparación para Pekín, en marzo de 1995.
Ya conté esta historia muchas veces, pero necesita ser contada de nuevo para que las personas entiendan la trayectoria de la “guerra contra el género” hoy en curso. En 1995, en el proceso de preparación para la Conferencia de Pekín, Dale O’Leary, líder de la derecha religiosa norteamericana (representante de la Asociación Nacional de Investigación) creó la tesis de la “ideología de género”. En la reunión preparatoria de marzo de ese año, esos grupos religiosos distribuyeron a los delegados oficiales, en especial a los países del Sur, un panfleto que, distorsionando un artículo de la bióloga feminista Anna Fausto Sterling sobre el continuum de género de la intersexualidad, afirmaba que, al utilizar el término género, las feministas reivindicaban la existencia de cinco sexos.
La antropóloga Mara Viveros que acababa de escribir un artículo sobre el ataque a la “ideología de género” para el SPW, recuerda que el paso siguiente fue un artículo de Jutta Burggraf, una teóloga de la Universidad de Navarra en España, que es administrada por el Opus Dei, publicado en Costa Rica en 2001. Desde entonces, el artículo “¿Qué quiere decir género?” ha sido replicado geométricamente en América Latina. En ese mismo año, en una carta emitida por el Vaticano a los obispos norteamericanos, Joseph Ratzinger afirmó que “la colaboración entre hombres y mujeres en la Iglesia y en el mundo debe estar fundada en la premisa de su diferencia”. En 2004, otra carta sobre la colaboración entre hombres y mujeres sería enviada a todos los obispos del planeta en la cual el Vaticano atacaría duramente la teoría de género, pero sin nombrarla, en los siguientes términos: “Esta teoría de la persona humana destinada a promover perspectivas de igualdad de las mujeres a través de la liberación del determinismo biológico ha inspirado, en realidad, ideología que, por ejemplo, ponen en cuestión la familia, su estructura biparental natural de madre y padre, volviendo a la homosexualidad y la heterosexualidad virtualmente en equivalente, en un nuevo modelo de sexualidad polimorfa”.
Hoy esa producción intelectual, conservadora, retrógrada, que tiene por objetivo contener ese proceso de desestabilización crítica adoptado por las feministas, por los movimientos LGBT, está enraizada en muchos países. Así que estamos en medio de una batalla, que en Brasil estamos casi perdiendo, y lo mismo está ocurriendo en México, en Colombia, en España, en Polonia, en Italia, en Francia, en Croacia, en Hungría. En todos los lugares en los que hubo una desestabilización, aunque mínima, de los órdenes de género y sexualidad, hay una batalla en curso. No es accidental: es una estrategia muy bien diseñada y cuenta con muchos recursos y una amplia infraestructura institucional. Los pensadores de la derecha católica percibieron, en los años 1990, el impacto potencialmente desestabilizador de las teorías de género y sexualidad e invirtieron esfuerzos contra ellas de manera sistemática y continua. Ese es el estado de las guerras de género en 2016.
Conectas • El año pasado tuvimos una serie de protestas contra las nuevas iniciativas conservadoras en este ámbito, especialmente en el Legislativo. Ante este escenario, ¿cuáles crees que deben ser las estrategias y prioridades del movimiento feminista, en particular en Brasil?
S. C. • No hay respuestas fáciles para problemas difíciles. De hecho, no tengo como responder a esta pregunta de un modo consistente. Puedo hilvanar desafíos y tareas. Tanto en Brasil como en el mundo, el mayor desafío que tenemos todos y todas es exactamente comprender ese carácter estructural y amplio de esas cuestiones de los géneros y la sexualidad para ir más allá de la lógica de la política identitaria que ha caracterizado la política en estos ámbitos en Brasil y en la mayor parte del mundo. Las mujeres se sitúan en un lado defendiendo sus derechos, los LGBTs en otro defendiendo los suyos, las feministas que luchan por el aborto van por un lado, y las que trabajan con la violencia muchas veces ni siquiera tocan el tema del aborto. Luego está la tensión brutal que ya mencioné entre ciertas corrientes feministas y la política trans, y esas y otras corrientes están contra la prostitución y por lo tanto no apoyan las demandas de las trabajadoras sexuales.
Esas fracturas se deben en parte a que todas y todos fuimos más o menos capturados por las máquinas de producción de identidades, siendo una de ellas el Estado. La lógica de la gobernabilidad de los aparatos estatales es la compartimentación. Se trata de una dinámica del tipo divide et impera, característica de los estados poscoloniales. O sea, el gobierno de las diferencias entre los grupos poblacionales: blancos, indígenas, negros, otros extranjeros. Pero el mercado también estimula lógicas de diferenciación. Sobre todo en el marco de la producción de la visibilidad digital y en la dinámica de una economía basada cada vez más en el consumo.
Hemos sido de hecho capturadas/os. En el lado de aquí, la política sexual y de género de los últimos años fue construida fundamentalmente a partir de la lógica identitaria. Los adversarios adoptaron una estrategia común que se sustenta en una visión amplia y estructural de lo que consideran el final de los tiempos: la desestabilización de los órdenes naturales. El ataque a la “ideología de género” lanza una red para contener muchas cosas al mismo tiempo: la educación sexual, las transformaciones de las estructuras familiares, el aborto, la orientación sexual, la identidad de género; incluso la premisa de igualdad entre hombres y las mujeres.
Pienso que, para contener esa regresión, es necesario reconstruir los tejidos de eso que llamo las políticas de amistad. Nuestro ámbito está atravesado por conflictos producidos, en gran medida, por la adhesión al esencialismo sexual o por esa lógica de la maquinaría del poder. Creo que superar esa crisis de identidades es absolutamente fundamental. Y en la situación que vivimos hoy en Brasil, que creo que va a durar mucho tiempo, no veo otro horizonte que no sea la articulación política en torno a espacios y formas de resistencia.
En verdad, es un desafío global. Especialmente después de la victoria de Trump, las palabras que más he leído y escuchado son: fascismo y resistencia. La victoria de Trump no es un hecho aislado o una excepción, sino que tiene que ser colocada en la cadena de eventos regresivos inaugurada con el derrumbamiento de la Primavera Árabe en 2013, seguida de la elección de BJP en India, ultraconservadores en Hungría y Polonia, del golpe parlamentario en Brasil, de la elección del presidente filipino que, tan pronto asumió el cargo, anunció una campaña abierta de ejecuciones extrajudiciales, el BREXIT, el estado de excepción en Turquía, la derrota del plebiscito en Colombia y la eternización de la dinastía Ortega en Nicaragua.
Vivimos tiempos extraordinariamente sombríos, y eso tiene que ser dicho a los cuatro vientos. Tenemos que estar preparadas para lo peor. Philip Alston, en su conferencia en la LSE en el pasado diciembre, decía que estos eran los tiempos más inciertos y difíciles de su larga carrera como defensor de los derechos humanos.
Conectas • ¿Tienes ejemplos de grupos y organizaciones que estén haciendo esa resistencia de modo interesante a nivel internacional, nacional o en alianzas?
S. C. • Creo que hay un poquito de esfuerzo de superación en todas partes. En las Naciones Unidas no tanto, porque lamentablemente los derechos humanos están muy marcados por la lógica identitaria. Eso comienza a desconstruirse, pero todavía muy lentamente. Veamos el ejemplo de América Latina. En los últimos tiempos, hemos visto a gobiernos de izquierda latinoamericanos –Brasil, Argentina, El Salvador- adhiriéndose con una facilidad más razonable a la agenda de los derechos LGBT, incluso al matrimonio igualitario, en detrimento de los derechos de aborto. Las excepciones son Uruguay y la ciudad de México. En los demás países, lo que prevaleció fue el “pinkwashing” latino: somos modernos apoyando los derechos de los LGBT, pero, en lo que respecta al aborto, ni pensarlo. Esos gobiernos de izquierda de hecho entregaron el tema del aborto a los sectores conservadores. Esta es la lógica del divide et impera de los Estados, pero no vimos que esas fracturas fuesen debatidas ampliamente por los movimientos. Todo apunta a que la ola conservadora nos va a forzar a reestablecer conexiones y programas conjuntos.
Como dije antes, hay una fuerte tendencia en la política de derechos humanos de conducir los debates y las demandas a la lógica identitaria. En la India, donde hay una tradición teórica y política muy crítica de la ley y de las categorías occidentales de identidad, hubo un momento de ruptura con la máquina identitaria durante el proceso de impugnación del artículo 377 del Código Penal, la llamada Ley de Sodoma. Pero, según me cuentan, hoy hay de nuevo mucha fragmentación. Los resultados de la elección norteamericana, sobre todo, nos muestran que la fractura entre políticas de reconocimiento; genero, raza, etnia, y de redistribución; clase, precariedad, inseguridad económica, puede ser fatal políticamente. Esto implica que el otro gran desafío es reconstruir estos puentes, es decir, ampliar aún más las redes de las políticas de amistad.
Conectas • En un artículo publicado en SUR 20 cuestionas la capacidad de los países emergentes, de los BRICS y del Ibas, de promover esa agenda progresista sobre los derechos sexuales y reproductivos. ¿Esa valoración sigue vigente?
S. C. • La situación hoy es mucho más problemática que hace tres años. Ya entonces, tenía muchas dudas sobre la fantasía que se había creado alrededor de la emergencia del Sur global como posibilidad de constituirse en una plataforma virtuosa, para que los debates sobre género y sexualidad pudiesen escapar de las trampas Norte-Sur en las que se habían enredado desde hace mucho tiempo. En los años 1990, vimos juegos de cambalache secuestrando los temas de género y sexualidad en los debates de la ONU. Más recientemente, esa maraña se volvió aún más perversa, puesto que los derechos humanos en los ámbitos del género y la sexualidad pasaron a ser utilizados como justificación de intervenciones “imperiales”; proteger los derechos de las mujeres en Afganistán, suspender ayuda para proteger los derechos LGBT, y para el cierre de fronteras; como las pruebas de homofobia a las que fueron sometidos los migrantes del Sur si querían vivir en Europa.
En la Cúpula BRICS de Fortaleza, en 2014, cuando la agenda del lenguaje de género y de los derechos reproductivos fue incluida en el documento final de los BRICS, puede haber habido una cierta vacilación por parte de las feministas. Pero la escena se alteró muy rápidamente justo después, con los fuertes movimientos de contracción democrática en Brasil e India, recrudecimiento autoritario en China y un proceso político también conturbado en Sudáfrica. El conjunto de los países en emergencia volvió a ser sinocéntrico y claramente orientado a los intereses económicos. Justo después del impeachment de Dilma [Rousseff, presidenta de Brasil], en agosto, precediendo a una reunión del G20, el gobierno chino publicó un artículo en la Folha de S. Paulo. En el primer párrafo, el texto aclaraba que la relación entre China y Brasil no era una relación entre gobiernos, sino una relación estratégica de cooperación a largo plazo. O sea, sustentada por los intereses capitalistas del país tropical y de la Tierra del Medio. Al menos se mostraron todas las cartas, deshaciendo las ilusiones.
Sin embargo, ni siquiera eso cuenta después del 9 de noviembre. Hoy estamos frente a los potenciales efectos desastrosos de la política exterior norteamericana post Trump, que ya se vislumbra, con la fustigación de China y tiende a implicar una volátil y arriesgada relación entre los EE.UU. y Rusia (Rusia ha sido la inventora y China el buque insignia de los BRICS). Aunque tengamos que esperar hasta el comienzo de 2017 para delinear mejor esa cartografía, tengo serias sospechas de que, así como la época de los derechos humanos revitalizados que comenzó en 1989 parece estar llegando a su fin, la llamada emergencia del Sur, en los términos que la conocemos, también puede tener sus días contados.