Entrevista con Silvia Federici
Silvia Federici nació en 1942, en Parma, Italia. Era muy niña para tener hoy recuerdos directos de la Segunda Guerra Mundial, pero afirma que el impacto de la guerra “moldeó profundamente” su visión política. “Muy pronto me di cuenta de que había nacido en un mundo peligroso, en el cual las personas no confiaban en el Estado o en las autoridades, y en el cual la experiencia de la guerra era muy diferente para hombres y mujeres”, dijo en entrevista a la Revista Sur durante su paso por São Paulo el pasado septiembre. Cuando Federici llegó a la adolescencia, hacía algún tiempo la guerra había terminado, pero la cultura fascista y patriarcal sobrevivía. “El fascismo no se acabó de la noche a la mañana, eso estaba bien claro”, contó, y ella se rebelaba contra los dictámenes morales de su época, que determinaban lo que podía o no podía hacer un niña. Al mismo tiempo, absorbía con mucho interés las noticias sobre el movimiento de los derechos civiles en los Estados Unidos de América (EE.UU.), la lucha anticolonial en Argelia y las políticas comunistas de Mao Tse-Tung en China. “A los 15 años, ya me consideraba una pequeña revolucionaria”.
Es en el ámbito doméstico, sin embargo, que Silvia reconoce uno de los pilares de su formación política: su madre, un ama de casa “clásica”, que a menudo decía que no entendía cómo ciertas mujeres podían cuidar de la familia y trabajar fuera al mismo tiempo, pero que se quejaba constantemente de la falta de reconocimiento de su trabajo. “Durante mucho tiempo”, afirma, “lo que más quería era no ser mi madre”.
A los 25 años, Federici se ganó una beca para terminar su doctorado en los EE.UU. Su llegada coincidió con el inicio de los principales movimientos feministas norteamericanos. “Me di cuenta de que siempre había sido feminista – no hizo falta convencerme”.
Fue dentro de esos movimientos que Silvia entró en contacto con el trabajo de Mariarosa Dalla Costa y Selma James, que identificaban en el trabajo doméstico no solo una labor de amor o servicio personal, sino un trabajo reproductivo (en oposición al trabajo productivo): el trabajo que permite que la clase trabajadora se reproduzca, que hace posible que los trabajadores vuelvan a trabajar después de ser consumidos en fábricas u oficinas.
“Yo había tenido aquella experiencia inmediata del trabajo doméstico con mi madre, sabiendo que algo estaba mal”, cuenta Federici. “Crecí en un pueblito comunista, entonces tenía la jerga comunista, el lenguaje del socialismo. Miraba a mi madre y sabía que ese era un trabajo que no le otorgaba ningún poder político, que era socialmente devaluado. Cuando leí esos análisis, tuvieron total sentido para mí, porque conectaban mi experiencia de infancia con mi madre, con mi noción de lucha de clases, de anticapitalismo”.
Pocos años después, Federici se juntaría a Dalla Costa y James para fundar el Colectivo Feminista Internacional, que lanzó el movimiento “Salarios por el Trabajo Doméstico”. Fundó oficinas del movimiento en los EE.UU. y dio clases en la Universidad de Hofstra, en Nueva York, donde permanece como profesora emérita. Nunca abandonó la militancia feminista, y habla con gran interés sobre los nuevos movimientos de mujeres surgidos recientemente, especialmente en América Latina.
Lea a continuación los principales trechos de la charla que la Revista Sur entabló con Federici, sobre el feminismo, el movimiento que ayudó a crear, su relación con las jóvenes feministas y también sobre sus utopías.
Conectas Derechos Humanos • ¿Cómo empezó “Salarios por el Trabajo Doméstico” y por qué asumió usted esa problemática?
Silvia Federici • Entré en contacto con Mariarosa Dalla Costa y Selma James cuando estaba en los Estados Unidos, en 1972, buscando materiales para la Nueva Izquierda Italiana. También me encontré con el artículo “Women and the Subversion of the Community” (Las mujeres y la subversión de la comunidad), de Mariarosa Dalla Costa [y Selma James], centrado en el análisis de la labor doméstica. Es un análisis sumamente revolucionario, que dice que el trabajo doméstico es, en las sociedades capitalistas, la raíz de la explotación de las mujeres, porque es muy conveniente para la clase capitalista hacer que millones de mujeres reproduzcan la fuerza de trabajo a cambio de nada. Si el capitalismo no hubiera sido capaz de imponer ese trabajo a las mujeres y hacerlo parecer algo natural, y por ende mantenerlo no remunerado, habría tenido que proveer todos esos servicios. Cuando leí ese análisis, me resultó realmente inspirador. Aquel verano, volví a Italia a ver a mi familia. Entonces fui a visitar a Mariarosa Dalla Costa en Padua, donde se estaba realizando una gran reunión con muchas otras mujeres. Aquel encuentro lanzó el Colectivo Feminista Internacional, que fue el colectivo que lanzó la campaña a favor de “Salarios por el Trabajo Doméstico”.
“Salarios por el Trabajo Doméstico” era una idea atractiva porque resultaba muy lógica: si la explotación de las mujeres y la dependencia económica de las mujeres en relación a los hombres se construye sobre la base de este trabajo no remunerado, lo primero que hay que hacer es rechazar ese trabajo no remunerado. ¿Y cómo lo rechazamos? Muchas feministas dijeron: “Bueno, ustedes salen y se consiguen un trabajo fuera de casa”, y de hecho muchas mujeres ya estaba haciendo eso. Nosotras dijimos: “No, lo primero que hay que hacer es realmente pelear por ese trabajo, después podemos tomar trabajos fuera de casa.” Para nosotras, el camino para la liberación de las mujeres no debería ser el de trabajar fuera de casa. El primer paso sería tratar el tema del trabajo en casa, en la medida en que no lo hacemos para nosotras mismas, sino para ellos. Entonces empezamos a decir que el trabajo doméstico es malo porque no está organizado para nuestra felicidad. No está organizado para nuestro bienestar o para el bienestar de nuestras familias. Está organizado, en realidad, para el beneficio del mercado laboral. No se trata de la producción de los seres humanos para la felicidad. Se trata de la producción de los seres humanos para la explotación. Trabajamos en condiciones que no elegimos y que nos constriñen, limitan nuestras vidas y las vidas de nuestros hijos o hijas y de las personas a las que amamos. Por todo ello, lo primero que debemos hacer es dejar de brindar este trabajo al capital a cambio de nada, porque ellos han engordado a nuestras expensas, y eso nos ha hecho dependientes. Es por eso que hemos decidido defender que se paguen salarios por nuestro trabajo en casa.
Eso fue muy mal comprendido. Se interpretó con frecuencia que estábamos contentas de estar en casa, de trabajar como trabajábamos antes y que tan solo queríamos ganarnos algún dinero a fin de mes – lo cual, de hecho, para algunas mujeres no hubiera estado nada mal. Pero esa no era nuestra visión. Nuestra visión era que ese mote representaba una estrategia que nos permitiría poner una serie de temas sobre la mesa, mostrar a muchas mujeres de qué se trataba el trabajo, señalar que era un tema que teníamos en común y tratar de entender qué había hecho por nosotras este trabajo. Solo entonces estaríamos en condiciones de pelear por derechos. Ni siquiera era necesario que fuera un salario. Nosotras empezamos diciendo: “Trabajamos en nuestros hogares. Pagamos alquileres por nuestras casas. El hogar es un lugar de trabajo y nosotras pagamos un alquiler por él.” “Salarios por el Trabajo Doméstico” fue realmente una forma de transformar nuestra relación con el capital y nuestra relación con los hombres y de decir que nos negábamos a relacionarnos con el capital y con el Estado a través de los hombres, es decir, por la vía de la mediación de los hombres. Dijimos que nos podríamos involucrar en una lucha autónoma nuestra, empezando por nuestra propia explotación. Nos negamos a seguir siendo las trabajadoras de apoyo o las tropas de apoyo para las luchas que los hombres estuvieran entablando.
Para nosotras, eso era lo que significaba “Salarios por el Trabajo Doméstico”: una estrategia para cambiar las relaciones de poder. Nunca se supuso que sería un punto de llegada. La idea era que fuera un instrumento para crear una relación de poder diferente entre las propias mujeres, reuniéndolas, al igual que para dejar atrás la dependencia entre hombres y mujeres, y también entre las mujeres, el capital y el Estado.
Conectas • Es un tema todavía muy actual. Incluso para mujeres que trabajan fuera – y muchas lo hacen hoy – el trabajo doméstico todavía está en sus manos. Después de trabajar fuera, hay que volver a casa…
S. F. • Y hacer todo el trabajo. ¡Sí! Y, luego, ese trabajo se vuelve inmenso cuando alguien se enferma, cuando tienes que cuidar a personas mayores o cuando tienes niños pequeños. Y esa es la situación de la mayoría de las mujeres. Las más jóvenes no lo ven porque piensan: “Yo no, no me voy a casar”. Bueno, yo no me casé, ni tuve hijos, pero todavía tengo padres, y ellos se enferman. Una todavía tiene amigos que se enferman. Me resulta interesante que el primer punto del trabajo doméstico abordado por las feministas fue el de los niños. Entonces era todo cuidado de los niños, cuidado de los niños, cuidado de los niños. Ahora que nuestra generación está más grande, muchas mujeres están en sus sesentas y sus padres están viejitos, hay un boom del tema del cuidado de los mayores.
Conectas • Usted dijo recientemente que el feminismo no es una cuestión de luchar por igualdad. ¿Podría hablar un poco más sobre ello?
S. F. • Creo que existe una concepción general de la igualdad ahora. Es como la democracia: ¿cómo puede alguien ser contrario a la democracia? ¿Cómo puede alguien ser contrario a la igualdad? Son los grandes mitos liberales: igualdad, democracia, ¿verdad? Pero en realidad, cuando el movimiento de mujeres ponía la equidad en sus banderas, resultaba de veras problemático. Primeramente, de acuerdo, ¿quieres ser igual a los hombres?, ¿pero qué hombres? ¿Quieres ser igual, por ejemplo, a los hombres negros de Río o Nueva York que están siendo asesinados por la policía? ¿Quieres ser igual a los hombres de la clase trabajadora, qua van todas las mañanas a la fábrica y reciben salarios de miseria? Entonces nosotras [el Colectivo Feminista Internacional] dijimos: “No, no queremos ser iguales a los hombres porque, antes que nada, no creemos que los hombres sean libres: Necesitamos cambiar nuestra posición. Queremos rechazar la explotación. No queremos cambiar un tipo de explotación por otra. No queremos propagar la idea de que el estatus de los hombres es bueno o ideal porque reconocemos que los varones también son explotados”.
Además, el capitalismo ha construido la feminidad y la masculinidad, y la forma en que construyó la masculinidad no es la más positiva. Por lo tanto, no queremos ser hombres. Nos dimos cuenta de que, en realidad, el camino para la liberación que nos fue ofrecido por las instituciones fue el de volvernos como los hombres. Cuando las mujeres luchan por algunos empleos en particular o por salario igual por trabajo igual, eso otra cosa: es algo específico, muy concreto. Sí, nosotras queremos igual paga por trabajo igual. Pero la noción de igualdad general, sentimos que es muy mistificada, por las razones mencionadas y porque la condición de las mujeres no es la condición de los hombres. Está todo el tema de la procreación, la relación con los niños, con nuestros propios cuerpos. Así, decir que luchamos por la igualdad es asumir que los hombres son libres y que ellos son un modelo, y más aún, declarar que estamos listas para olvidar toda una serie de cuestiones que son muy específicas de las mujeres. Es por eso que no podríamos luchar por la igualdad.
Conectas • Hay otro debate entre feministas en Brasil que es sobre la prostitución. Usted tiene una reflexión muy interesante a ese respecto.
S. F. • Fue el movimiento feminista el que empezó el análisis de la sexualidad que le ha dado el poder a las prostitutas para decir: “Soy una trabajadora del sexo”, y salir de las sombras, luchar y decir: “Mi lucha también es una lucha feminista”. Fue el movimiento de mujeres el que comenzó analizando la sexualidad como parte del trabajo doméstico, como parte de los servicios que se espera que las mujeres brinden a los hombres, como parte del contrato matrimonial. Hasta los años 1970 o 1980, el crimen de violación en la familia no existía en los Estados Unidos, porque se entendía que cuando una mujer se casa, el hombre adquiere el derecho sobre su cuerpo y tiene el derecho de obtener servicios sexuales de ella a cualquier momento. Se entendía – y el movimiento feminista lo ha analizado – que los hombres siempre se venden a sí mismos, o trataban de venderse, en el mercado de trabajo asalariado. Nosotras también nos vendemos en el mercado matrimonial. Para muchas mujeres, casarse es una solución económica, porque la división del trabajo ha sido organizada de tal manera que es muy difícil para las mujeres acceder a empleos remunerados. Entonces, muchas mujeres se casan no porque lo quieran, sino como una solución económica para sus vidas. Y tienen sexo porque esa es una parte de su trabajo. Nosotras hicimos esa desconstrucción de la sexualidad, de la familia, de la relación entre hombres y mujeres , y dijimos que el casamiento es prostitución. En muchos casos, puedes tener una buena relación con tu marido, pero no importa. La realidad es que la forma como el Estado ha construido el matrimonio ha forzado a las mujeres a contar con el casamiento para sobrevivir y, por ende, ofrecer sexo a cambio de subsistencia. El Estado nos ha llevado a la situación de prostitución. Este es un tema antiguo – ya en los años 1900 tuvimos feministas anarquistas como Emma Goldman hablando sobre eso. Por eso hemos insistido en que hay una continuidad entre el ama de casa que, por la noche, después de lavar los platos y el piso ha abierto sus piernas y tenido sexo, haya querido o no, estuviera cansada o no – y muchas mujeres han sido golpeadas por negarse al sexo – y las mujeres que venden sexo en las calles. Una lo vende a un solo hombre y la otra lo vende a muchos, pero hay una continuidad entre las dos. Yo creo que ese tipo de análisis le ha dado poder a las prostitutas.
Hubo un evento famoso en julio de 1975, en Lyon, Francia, cuando prostitutas ocuparon la Iglesia de Saint Nizier porque la municipalidad había aprobado una legislación que les prohibía estar en las calles. Ellas habían tenido que irse de la ciudad a lugares sin luz y muchas de ellas habían sido asesinadas. Entonces, un día, después que otra prostituta más fue asesinada, todas las prostitutas ocuparon la iglesia. Fue un fuerte disparador: muchas mujeres feministas fueron hasta allá y la ocupación duró un mes o más. Se convirtió en un sitio de debate, de discusión acerca del feminismo, de la prostitución. Fue un momento de mucha liberación. Aquella ocupación inició el movimiento de las trabajadoras del sexo en Europa. En un mes, tenías un gran reunión en París, prostitutas ocupando carreteras, una reunión en Holanda. Eso les dio poder. Fue entonces cuando empezaron a llamarse a sí mismas trabajadoras del sexo. Llamaron a conferencias de prensa. Abiertamente denunciaron la hipocresía y la forma como las mujeres son separadas entre las buenas mujeres que están casadas – que muchas veces no disfrutan de estarlo – y las malas mujeres. Y las feministas también – nosotras también denunciamos esa separación. Esa es entonces, para mí, la posición sobre el trabajo del sexo.
Sé de algunas trabajadoras del sexo y algunas feministas que celebran el trabajo del sexo como liberación: “Somos aquellas que no lo entregamos gratis”. Yo creo que todas las mujeres, en alguna medida, ya sintieron un poquito de orgullo en eso. Pero es explotación – lo que no quiere decir que sea más degradante que muchos otros trabajos. A decir verdad, yo tengo poca paciencia con las feministas que se escandalizan tanto con la existencia de la prostitución, porque ven la prostitución como un trabajo particularmente violento y, sobre todo, un trabajo que es particularmente degradante para las mujeres. A las mujeres que dicen que la prostitución es tan degradante, yo les digo que si tuviéramos que decidir que hay ciertos empleos que son tan degradantes que las mujeres no deberían aceptarlos, entonces empecemos con las mujeres que trabajan en las cárceles, con las mujeres que trabajan en la policía, con las mujeres que están en el ejército. Empecemos por ahí y después podemos discutir la prostitución. Es muy hipócrita pensar que hay algo peor en vender tu vagina en la calle que en trabajar en la policía y golpear a las personas o en trabajar en la cárcel y ser parte del sistema de opresión.
Si realmente queremos decir: “No, nosotras las mujeres nos negamos a aceptar esos trabajos”, si queremos ser coherentes, empecemos por esos. No seamos moralistas al seleccionar a las prostitutas en particular y hacerlas sentir que su existencia es una vergüenza para las demás mujeres. Creo que eso es muy injusto.
Conectas • ¿Cómo es su relación con los movimientos de feministas más jóvenes y cuáles piensa que son los principales desafíos para ellas hoy?
S. F. • Tengo una muy buena relación con las mujeres más jóvenes. Doy clases sobre estudios de la mujer hace muchos años y hubo un período en que me agarraba la cabeza porque tantas mujeres – al menos en los Estados Unidos, o en mis clases – estaban diciendo: “Yo ya no necesito más al feminismo. Estoy liberada. Puedo hacer esto, puedo hacer lo otro”. Mirando a esas mujeres, particularmente mujeres de clase media, podía ver que tenían mucho más poder social [que generaciones anteriores]. El movimiento de mujeres ha abierto nuevos espacios y muchas mujeres han adquirido alguna autonomía en relación a los hombres – pero no en relación al capital. Yo creo que hay una importante distinción que hacer: una cosa es ganar autonomía en relación a los hombres y otra es ganar autonomía. Puedes trabajar en tres empleos y, de esa forma, no tener que depender de un hombre, pero eso no significa que seas libre o autónoma.
Pienso que atravesamos un momento muy difícil para las mujeres jóvenes. Fundamentalmente, lo veo difícil porque todavía no hay un nuevo movimiento fuerte de mujeres. Es también más difícil para las mujeres más jóvenes porque la globalización neoliberal significa para muchas mujeres – y también para los hombres – que el trabajo y la posibilidad de bancarse sola son más precarios. Y, al mismo tiempo, te pasan una idea de que tienes infinitas posibilidades, movilidad – hoy, estás en Nueva York y mañana te vas a… donde sea. Hay mucha confusión sobre qué es posible y qué no. La creciente movilidad ha vuelto más difícil para los jóvenes, para las mujeres jóvenes, comprometerse con algo, ver claramente qué es posible, qué es lo que quieren. Entonces está la ilusión de las muchas opciones, pero la realidad es de una verdadera precarización de la existencia.
Y, en función de toda la ideología de que las mujeres deben emanciparse y no depender de los hombres, se te hace una confusión sobre los valores que tienes que poner en el centro de tu vida. ¿Todavía debes darle un montón de espacio a la pasión, al amor? ¿Qué es el amor? ¿Y la sexualidad? ¿Todavía debes pensar en tener hijos? En este momento, hay muchas mujeres jóvenes que ya no siguen el modelo de sus madres, pero, al mismo tiempo, no tienen en claro cuál sería la alternativa. Porque la alternativa del trabajo remunerado, o cualquier tipo de trabajo que te dé un ingreso, es muy precaria. Es un momento de confusión. ¿Qué es lo que importa en esta vida?
Yo creo que [mi generación] tenía menos poder social, pero éramos afortunadas porque para nosotras las opciones eran claras. Teníamos el modelo de nuestras madres de lo que las mujeres deberían ser. Sabíamos que no nos gustaba y teníamos el modelo de lo que queríamos: ser capaces de decidir por nosotras mismas. Teníamos algunas demandas muy claras: si no quiero tener hijos, tengo el derecho de no tener hijos; si no quiero hacer el trabajo doméstico, debo tener el derecho de mantenerme a mí misma; no quiero depender de un hombre. Esos eran todos objetivos muy claros. Porque veníamos de una sociedad que tenía un modelo tan definido, tan rígido de la mujer, que de alguna manera era más fácil para nosotras defender lo que queríamos.
Por otra parte, la relación de las mujeres con el Estado y el capital es hoy mucho más clara. Creo que eso es positivo. No hay espacio para pensar: “Estoy luchando contra mi marido, mis hijos o simplemente los hombres”. Hoy vemos más claramente que, por detrás del hombre está también el Estado; está el capitalismo. Ahora vivimos una situación en la cual, para muchas mujeres jóvenes la idea de liberación a través de un empleo, a través del trabajo, está completamente en crisis. Eso se debe a la continua intensificación de las políticas neoliberales – los cortes de empleos, la precarización del trabajo, el aumento de los costos de la educación. De hecho, me ha sorprendido todo el interés que hay ahora en “Salarios para el Trabajo Doméstico”, en la discusión sobre el cuidado y el trabajo del cuidado.
Esa es una parte de la historia. Al mismo tiempo, veo que las mujeres jóvenes ahora están empezando a reapropiarse de algunos de los temas, a darse cuenta de que algunas cuestiones defendidas por el viejo movimiento de mujeres todavía están en abierto, que en realidad no estamos del otro lado de la montaña. Están volviendo a ellas, pero de una nueva forma: con más conciencia de la interseccionalidad, la diversidad, los diferentes tipos de mujeres, todo el tema de las trans* etc. Me genera mucha expectativa ver el crecimiento de ese nuevo movimiento de mujeres. Siempre que he estado en Europa y, especialmente, en América Latina, me ha asombrado el entusiasmo de las mujeres más jóvenes. He estado en Argentina, Ecuador, México y veo que hay toda una nueva generación de mujeres jóvenes muy, pero muy ávidas por leer, comentar y entender. Ahora, ellas también están ávidas por entender lo que hemos hecho nosotras, las mujeres más grandes, de dónde vinimos, qué tipo de soluciones pensamos y cómo concebimos su situación.
Conectas • ¿Piensa usted que la lucha de las mujeres es la misma en el Norte y en el Sur?
S. F. • Norte y Sur son conceptos muy limitados en este momento porque hay un Sur en el Norte y un Norte en el Sur. Cuando miras una ciudad como Nueva York, por ejemplo, está llena de inmigrantes, de comunidades negras que son tan pobres como las que hay aquí en São Paulo. En los Estados Unidos hay 53 millones de personas que no tienen lo suficiente para comer. Hay una inmensa e intensa pobreza, y hay una descomunal represión policial y militar contra esas comunidades, que no es muy diferente a lo que ustedes tienen en Río o São Paulo. Tal vez en los Estados Unidos no haya 60.000 personas asesinadas todos los años, pero sí hay miles y miles y miles. En los últimos tiempos, vemos casi todos los días un joven negro asesinado en los Estados Unidos y, en muchos casos, se trata de ejecuciones. Hay un enorme contingente de pobres en Europa también, y que sigue creciendo. Sumado a esto, la expansión del capitalismo ha creado, en Europa y en los EE.UU. nuevas poblaciones sin derechos: refugiados, inmigrantes, indocumentados. Al mismo tiempo, vienes a São Paulo y paseas por barrios en los que se ve un claro estilo de vida de clase media alta. Es muy importante no tomar a los países como una sola cosa homogénea, no pensar que uno es pobre y el otro es rico.
El Sur tiene una condición específica porque es en muchos de sus países que se encuentran los mayores depósitos de riqueza mineral y natural – y, desafortunadamente, eso es una maldición. Las áreas que llamamos el Sur en general han sido las más ricas. No es casual que sean también el objeto de guerra y el objeto de deseo, porque que es allí donde encuentras la mayor parte del petróleo, del carbón, cobre, litio etc. El Sur es la fuente de nuestras computadoras. La destrucción del Sur ocurre para que podamos tener computadoras y trabajar.
Y hay una diferencia más [entre el Norte y el Sur] porque, a partir de principios de los años 1980, el FMI y el Banco Mundial sistemáticamente implementaron un proceso de recolonización. Este proceso fue implementado a través de los programas de ajuste estructural que han sido aplicados mundialmente, al igual que con el cambio de las leyes de propiedad privada, convenciendo a los gobiernos a alterar su legislación para privatizar tierras, destruir relaciones comunitarias, lo cual significa atacar tierras de pueblos indígenas, permitiendo a compañías que las exploten. El neoliberalismo básicamente busca eliminar todos los límites a la explotación del suelo, de los mares y de las selvas. Todos esos tratados de libre comercio significan libre explotación del mundo, libre explotación del trabajo sin reconocimiento de ningún derecho, ningún límite. Significa abrir la tierra, estrujarla, como lo que están haciendo en los procesos de fracking, así se puede sacar todo de adentro sin preocuparse por la vida humana o el medioambiente. Luego, por supuesto, está la guerra a las drogas. No puedes estrujar a una población sin usar una inmensa violencia y algún tipo de justificación, y la guerra contra las drogas, así como la guerra contra el terrorismo, ha sido el tipo de material de apoyo para la violencia necesaria para imponer esos brutales programas de austeridad económica y esos programas de desposesión que están realmente al servicio de las grandes corporaciones.
Conectas • Estamos viviendo una situación política muy dramática en Brasil ahora. Y, en otras partes, la derecha y los movimientos fascistas están creciendo alrededor del mundo. Tuvimos recientemente una ola de luchas importante: Occupy, 15-M y Podemos en España, Grecia. Pero, al mismo tiempo, la izquierda no tiene un verdadero proyecto de sociedad hoy en día. ¿Podría comentarnos un poco más sobre esta crisis del movimiento anticapitalista? ¿Cuál es su utopía? ¿Cuál sería la alternativa a lo que tenemos?, porque es muy difícil vislumbrar una.
S. F. • En primer lugar, nunca les he tenido fe a los denominados gobiernos progresistas. Viajando por ahí y hablando con distintos grupos de mujeres, tuve contacto con mucho entusiasmo. Hace años en Bolivia hablé con Mujeres Creando, y ellas fueron súper críticas con Morales desde el principio. Ellas solían reírse del hecho de que él va por el mundo pregonando la Pacha Mama y la naturaleza y luego quiere construir la carretera que corta las tierras indígenas. También estuve leyendo mucho sobre el Partido de los Trabajadores de Brasil. Ellos crearon el Bolsa Familia, pero no cambiaron la estructura. Es como una curita. Y dieron 10 veces más a las finanzas, al agronegocio etc. Nunca me hice ninguna ilusión con Syriza y con Podemos tampoco, con ninguno de los dos.
Pero no es accidental que tengamos esos extremos, porque los partidos están en crisis y tienen que atraer personas, y las personas están cada vez más hartas de los partidos.
Yo creo que lo que han demostrado los últimos 20 años de gobiernos progresistas es que no se cambia el mundo solo llegando al Estado. Ahora hay un campo de fuerzas, que está moldeado por las grandes corporaciones, grandes intereses – militares y económicos. Entonces uno elige a los llamados partidos progresistas y hay un campo de mala energía en el Estado con el cual ellos van a tener que trabajar. Lo hemos visto ocurrir una y otra y otra vez.
En Bolivia, por ejemplo, a principio de los años 2000, tenías prácticamente una revolución porque toda la población dijo que no quería su agua privatizada. Ellos no querían que su gas fuera explotado. Y empezaron a crear espacios donde las personas se reunieran a discutir lo que querían y hacer demandas: queremos esto y aquello, y donde se pudiera empezar a moldear un autogobierno. Entonces, Evo Morales fue electo y la gente pensó: “Oh, nuestros intereses están en el gobierno ahora”. Y después empezó a pasar lo que pasó. Existe un estudio interesante que muestra cómo este movimiento fue desmantelado: Morales empezó a contratar a uno y a otro, los puso en el gobierno, les asignó un pequeño presupuesto etc. Lo hemos visto una y otra vez. Y por lo que sé eso ocurrió aquí también [en Brasil]. Estaba el MST. Ellos ocuparon y recuperaron muchas tierras. Bajo el gobierno del PT, se cortaron las ocupaciones de tierras – habían prometido la reforma agraria, pero esta nunca llegó.
¿Conclusión? Desistamos de la idea de elegir la persona correcta y trabajemos para construir formas de resistencia y formas alternativas de producción desde abajo. Ese es el camino para crear un nuevo mundo y no perder tiempo delegando al Estado, ni siquiera al Estado progresista.
Es muy importante abandonar la ilusión de que el gobierno será la solución. Obviamente, eso no quiere decir que te separas completamente del gobierno. Tienes que continuar a negociar y luchar ante el gobierno, porque el gobierno hoy tiene el control de gran parte de la riqueza que existe en la sociedad y que las personas han producido. Por eso el tema es cómo recuperar esos espacios y esa riqueza, porque no se puede reconstruir la sociedad, o el mundo, si no recuperamos también tierras, edificios, si no tenemos una base material más amplia. Por allí pasa la lucha. No por llegar al gobierno, sino por crear resistencia.
Es un doble proceso. Hay que crear resistencia suficiente en la base para ser capaces de reapropiarse de cosas que están en manos del Estado y hay que empezar a conectar las luchas que se dan en la base, la lucha urbana, la lucha por las selvas, la lucha de los indígenas, de las mujeres, de los estudiantes. Esa es la utopía. Ese es el camino.
Hay muchos campos de batalla. Está la educación, la salud, la guerra, pero están todos interconectados. Cada una de nosotras decide dónde puede dar su mejor contribución, en qué movimiento. Pero el desafío es reunir las luchas. No solo las protestas.
No creo que se pueda trabar una lucha exitosa salvo que se reconstruya la sociedad. La lucha debe empezar por construir nuevas formas de vida, nuevas estructuras – aunque sean pequeñas. Por ejemplo, los comedores populares en el barrio – un espacio donde las personas puedan reunirse a debatir, una vez al mes, o una vez a la semana – lo que sea posible – para discutir cuáles son las necesidades de salud de la comunidad, cuáles son las necesidades de educación, qué problemas están enfrentando nuestro niños y niñas, qué tipo de trabajadores pueden ayudarnos a impulsar nuestra lucha… Quizá podamos reunirnos con las enfermeras en el hospital, quizá ellas nos puedan ayudar a ver cómo hacer la lucha en el hospital para mejorarlo y obtener servicios para la comunidad. Entonces, no se trata de que el Estado esté solo de un lado y una luchando con su propio poder del otro lado.
Lo principal es ver cómo ampliar tu base. Cómo vas desde tu lucha personal y empiezas a formular: “Ok, ¿qué necesitamos? ¿Cuál es nuestro objetivo ahora? ¿Qué es lo más importante?” No porque eso sea todo, sino porque desde allí partimos. No importa si es un inicio modesto, pero es un inicio que empieza a reunir gente, a generar la confianza en que, en mi problema no estoy completamente sola. Creo que estar sola es lo peor. Estar sola es una derrota. Y, como dicen, la verdadera derrota es la de la lucha que no se lleva adelante.
Transformar las comunidades de reproducción en comunidades de resistencia: cómo traducir eso en la vida diaria es el desafío. No hay una regla única. Depende de la vecindad, depende de las posibilidades. No se empieza con un gran slogan, “la revolución anticapitalista”, pero es importante tener en mente el largo plazo también. En la reproducción de la política, o la micropolítica de la reproducción, una empieza a preguntar: “¿Qué tipo de sociedad queremos? ¿Cómo lo que estoy haciendo va a mejorar realmente las cosas, no solo para mí, sino que también me pondrá más en contacto con la comunidad y con las personas a mi alrededor y me dará más poder mañana? Creo que esa es la visión – mi visión.
Conectas • ¿Conoce usted ejemplos de personas que hayan estado haciendo eso?
S. F. • Sí, por supuesto. Un montón de ellas. Creo que América Latina es el lugar donde se ha ido más lejos haciendo eso – las mujeres de América Latina. Mujeres Creando, sus instalaciones, La Virgen de los Deseos, y lo que están haciendo en Bolivia. Empezaron con la guardería. Se imaginaron una guardería que no fuera un sitio para estacionar a los niños y niñas mientras sus madres se van al trabajo, sino que significara formar una nueva generación. ¿Qué queremos que aprendan las niñas y niños? ¿Cómo queremos que se relacionen entre ellos? ¿Y con su sexualidad? Pronto se dieron cuenta de que, para tratar con las criaturas, tenían que hablar con sus madres. Entonces empezaron a tener reuniones con las madres. Luego, los padres dijeron: “¿Y nosotros no?”, y empezaron a tener reuniones con los padres. Empezó toda una discusión sobre la infancia, sobre crecer. Ahora ellos también tienen un restaurante, que es muy barato, un lugar para reuniones y los archivos con los periódicos, además de producir el bonito Mujeres Públicas. Entonces decidieron que era importante tener un baño, porque muchas mujeres que trabajaban en casa ahora trabajan en la calle, pero no tienen ningún sitio a donde ir. Y entonces hacen toda esa cosa cultural, tienen todos esos slogans, Ellas usan la sátira y el humor. Ellas ridiculizan a Evo. Dicen: “No somos originarias, somos originales”.
Y luego en Argentina, en una villa miseria la mujeres han construido sus comunidades con sus manos y con la ayuda de los hombres. Es una enorme área con 50.000 personas. Empezó en la década de 1950 con migrantes de Bolivia, Paraguay y todavía hoy tiene muchos migrantes. Colectivamente ocuparon la tierra y empezaron a construir. Y todo se hace a través de la decisión comunal. Me mostraron el área donde están tratando de construir espacios en los cuales las mujeres puedan obtener consejos médicos sin tener que ir siempre a un doctor. Ahora están construyendo huertas para cultivar alimentos. Están usando el Teatro del Oprimido para discutir temas políticos, y resulta muy poderoso. Me pareció verdaderamente brillante.
Entrevista realizada en septiembre de 2016 por Alana Moraes y Maria A.C. Brant para Conectas Derechos Humanos.