Entrevista com Maria Galindo
María Galindo es una militante boliviana anarcofeminista, psicóloga, locutora de radio. Ya fue presentadora de TV y fundó el movimiento feminista Mujeres Creando en Bolivia, una asociación de mujeres de diferentes identidades sexuales, clases y condiciones, unidas para enfrentar el machismo y la homofobia. Sus acciones performáticas la llevaron varias veces a prisión. Autora de los libros: Feminismo urgente: ¡A Despatriacar!, 2014; No se puede Descolonizar sin Despatriarcalizar, 2013 y (con Sonia Sánchez); Ninguna mujer nace para puta, Edición ilustrada de Lavaca Editora, 2007.
Para Galindo, es solo mediante el cuestionamiento riguroso del individualismo y el trabajo conjunto cotidiano, con “formas de solidaridad y conexión muy exigentes”, que se puede construir un tejido social que permita a las mujeres actuar políticamente y con profundidad. En esta entrevista, María Galindo habla sobre acciones de “política concreta” en esta línea de Mujeres Creando, tales como la gestión colectiva de ahorros por parte de las mujeres participantes de cooperativas que integran el movimiento, y sobre su propuesta de un feminismo heterogéneo (de “alianzas insólitas”) y de la calle. Además de eso, critica la teoría queer (“una teoría para la elite, a partir de las elites”) y la utilización de la categoría de género (considerada por ella como parte de la agenda neoliberal) para encasillar la lucha de las mujeres, pero ve con esperanza el surgimiento de nuevos movimientos feministas, aunque estén fragmentados.
Revista DR • ¿Nos podrías contar un poco sobre Mujeres Creando, sobre las acciones del movimiento y cómo comenzó su actuación política?
Maria Galindo • Mujeres Creando es un movimientos de mujeres feministas. Tenemos una visión anarquista del poder y somos autónomas con respecto a los partidos políticos, las iglesias, las ONG y cualquier gobierno, de izquierda o de derecha. Reivindicamos la necesidad histórica de la autonomía política del feminismo en relación a cualquier gobierno. Hemos luchado muchos años con diferentes instrumentos y de distintas formas, pero, básicamente, reivindicamos la necesidad de construir un movimiento feminista heterogéneo. Esa homogeneidad dentro del feminismo latinoamericano, en general, de mujeres jóvenes blancas, profesionales, de clase media, es una homogeneidad que nos aburre, que nos incomoda y no nos interesa. Por tanto, construimos un movimiento que cultiva las alianzas insólitas, o sea, formas de alianza política entre mujeres con quienes está prohibido hacer alianza. Tenemos una metáfora muy interesante: somos indias, somos putas y lesbianas, estamos unidas, indignadas y “hermanadas”. Y no es solo una metáfora, es una realidad: las personas más jóvenes en el movimiento deben tener alrededor de 18, 19 años, y las personas mayores deben tener unos 70. Tenemos compañeras lesbianas, no lesbianas, y también provenientes de diferentes mundos sociales: hay mujeres intelectuales, profesionales, como también hay mujeres desempleadas, autodidactas.
Defendemos que el escenario político más importante para el feminismo es la calle y trabajamos partiendo de la calle. Hicimos de la calle nuestro principal foro político, y por eso nuestra resonancia es muy fuerte en Bolivia. No es una voz prestada la que tenemos, no es un espacio prestado, no es a través del Parlamento o de las leyes o de los medios de comunicación [que hablamos]. No, es a través de la calle.
Creamos un concepto interesante, que es el de la “política concreta”. Varias de nosotras veníamos de la izquierda y cuestionábamos mucho el hecho de que los diferentes movimientos – ecologista, feminista y otros movimientos de izquierda – son muy discursivos. Pocos supieron traducir el discurso en forma de prácticas concretas. Por eso, trabajamos con el concepto de “política concreta”: ofrecer servicios a las mujeres sin despolitizar esos servicios. Ofrecemos servicios a partir de una visión feminista, pero sin institucionalizarnos: esa es la política concreta.
Revista DR • ¿Por ejemplo?
M.G. • Por ejemplo, luchamos contra la usura bancaria. En Bolivia, el desempleo afecta a las mujeres de forma masiva. En consecuencia, muchas mujeres desempleadas, en vez de buscar un trabajo que nunca van a encontrar, toman préstamos. Y, cuando no pueden pagar un préstamo, toman otro préstamo más para pagar. Y eso se convierte en un proceso aterrador de sobreendeudamiento, una forma de usura bancaria muy fuerte, y las presionan mucho. Nosotras hemos generado, por lo tanto, otras formas de negociación con el banco, en las cuales nos colocamos del lado de esas mujeres. Es un servicio concreto, de política concreta antineoliberal.
Está también la cuestión de la violencia machista. Trabajamos mucho con acciones directas en el caso de la violencia machista. Todo eso se aglutina bajo el concepto de política concreta, que es una forma de establecer alianzas o vínculos, de establecer relación con amplios sectores, sectores masivos de la población, pero no mediante la ideología, sino mediante servicios.
Revista DR • ¿Así consiguen romper esas barreras entre diferentes tipos de mujeres, de clases sociales distintas? Porque esas barreras son reales… ¿Cómo romperlas?
M.G. • ¡Son reales! Las rompemos con la lucha, con la lucha concreta. Por ejemplo, somos totalmente antiinstitucionales, pero formamos una asociación muy grande de mujeres en situación de prostitución que están constituyendo el prostíbulo como cooperativa. En ese caso, ya no es el proxeneta quien es el dueño del prostíbulo, sino ellas mismas. Estas mujeres, a veces tres o cuatro, aliadas, montan pequeños prostíbulos. Hicimos, así, una asociación de prostíbulos y, como ellas quieren ser clandestinas, nosotras les prestamos nuestro nombre legal. Esas son cosas concretas. También está el tema del feminicidio, que en Bolivia es muy grave, y mediante estas luchas vamos construyendo alianzas.
Revista DR • En Brasil, hay instituciones por los derechos de las mujeres, pero la lucha feminista propiamente dicha, los grupos feministas, aumentaron recientemente…
M.G. • Creo que, en toda América Latina, el feminismo sufrió, en los años 1980 y 1990, un fuerte proceso de “ONGización”. Las ONG suplantaron al movimiento y terminaron estrangulando y haciendo desaparecer al movimiento feminista. Esas ONG se transformaron en instituciones que ofrecían servicios, pero con relaciones jerárquicas verticales, clientelistas, puestas al servicio de una agenda política internacional que era totalmente neoliberal. Así, las feministas dejaron de ser feministas y se transformaron en funcionarias de las instituciones, con un trabajo de ocho horas, con una oficina: tú estás en ese lado y yo estoy en este lado. Fue entonces que desapareció la agenda política feminista, y apareció en su lugar una agenda de género neoliberal. Eso ocurrió en toda América Latina.
Desde el comienzo, Mujeres Creando cuestionó todo eso de un modo muy claro. Cuestionamos la forma como, a partir de la categoría de género, se hizo uso del potencial y de las necesidades de las mujeres para salvar, o mejor, para generar un colchón social para el neoliberalismo. Porque, claro, con el neoliberalismo hay niveles de desempleo muy altos, ahí tiene lugar todo el ajuste estructural, así que era necesario un grupo humano capaz de sacrificarse más que el conjunto de los trabajadores, con el fin de amortiguar la crisis, y ese grupo humano fuimos nosotras, ¡las mujeres! Nosotras cuestionamos todo eso.
En este momento estoy presentando una nueva tesis, que es la tesis de la despatriarcalización. Está en mi libro Feminismo Urgente: ¡A Despatriarcar! Es una teoría que defiende, de manera muy crítica, que esa agenda de inclusión no robe el contenido subversivo del discurso feminista, que nuestro horizonte de lucha no sea robado. ¿Si no, para que nos organizamos? ¿Para convertirnos en clientes del Estado? Ley por aquí, ley por allá, funcionarias públicas… Tanto es así que, en América Latina, llegamos a tener tres presidentas, ¿no? Cristina Kirchner, Dilma Rousseff y Michelle Bachelet. Y, detrás de ellas, una gran masa de mujeres que entraron en la gestión estatal y fueron totalmente absorbidas por el carácter patriarcal del Estado.
Revista DR • Pero esta crítica sería válida para todas las luchas de las dichas “minorías”… ¿No podríamos decir lo mismo para el caso del movimiento negro? Además, esa es una crítica que se hace contra las cuotas, que serían solo para introducir a ciertos grupos en el sistema neoliberal.
M.G. • Mira, yo te diría que no. No estoy completamente de acuerdo porque, primero, nosotras las mujeres no somos una minoría. Aun siendo catalogadas como una supuesta minoría, somos la mitad de la población humana, somos la otra versión de lo humano, ¿no es así? Por lo tanto, no somos una minoría, y en las cuotas estamos siendo reducidas a una condición biológica, porque la cuota no permite un imaginario político fuera de lo existente, sino una pertenencia a lo existente, por la condición biológica de la mujer. Es la negación del sujeto político, de las mujeres como sujeto político, y creo que eso es grave. No diría que hay una forma de crítica exacta para los indígenas, para los negros, para los gays. Hay un elemento común que es el de la inclusión. Puedes formar parte del sistema, el sistema quiere que formes parte, porque cuando formas parte del sistema, si eres gay, si eres negro o si eres mujer, fortaleces el sistema, no lo debilitas, pues formas parte de él, y vas a tener un pensamiento propio.
Esa es la crítica, el denominador común de todas esas cosas. Aun así, creo que hay diferencias importantes en el caso de las mujeres. Primero, la diferencia cuantitativa: somos la mitad de la humanidad, no somos una minoría. Segundo, creo en el feminismo como teoría política. Dentro de la pluralidad de los feminismos, se generó una teoría política muy importante, que no necesariamente otros sujetos políticos desarrollaron. Una teoría política con un potencial muy grande, así que fue muy útil desvanecer, neutralizar, aniquilar, minimizar esa teoría identificándola con la mera condición biológica. ¿Por qué? Porque el feminismo es un imaginario político que trabaja lo público, pero también lo privado. Ni los negros, ni los indígenas, ni el mundo gay ponían la cuestión de lo cotidiano como político, de lo privado como político. Ese es el potencial más subversivo del feminismo, eso siempre permaneció fuera del imaginario patriarcal. Así que neutralizar el feminismo fue un arma importante para neutralizar todos esos otros discursos, el del negro, el del indio, el ecológico…
Revista DR • Aquí en Brasil, en los movimientos feministas más recientes hay una gran disputa entre las distintas corrientes. Del feminismo de ONG ya vemos poco, ahora existen muchos feminismos que disputan discursos. También hacen muchas cosas en la calle, pero con actos, no acciones continuas. Hay una gran fragmentación de las corrientes, quien sigue el feminismo radical, las teorías queer, bien fuerte por aquí… Desde nuestro punto de vista, esto debilita un poco la lucha porque produce mucha división.
M.G. • Es interesante lo que estás diciendo. Es verdad que la ola de ONG es de los años 1980 y de los 1990 y que a estas alturas está muy debilitada. Aun así, la agenda neoliberal de igualdad de género sigue absolutamente vigente. En este sentido, creo que es muy necesario continuar recordando de dónde vienen esas políticas de endeudamiento de las mujeres, de las mujeres como cuota política, del “empoderamiento” de las mujeres. Todo eso es parte de las políticas neoliberales, porque el neoliberalismo en América Latina no está en crisis, el neoliberalismo está absolutamente vigente. Creo que es muy necesario, por lo tanto, continuar hablando de eso, pues el colchón humano del neoliberalismo lo formamos nosotras, las mujeres, en nuestras sociedades, mediante el trabajo precario, mediante la búsqueda de modos de ganarse la vida, etc., etc…
Revista DR • El trabajo reproductivo, también los cuidados…
M.G. • Y mediante la migración, que es un exilio económico. La migración es una expulsión. Siempre hablo de las exiliadas del neoliberalismo. Brasil absorbe muchas exiliadas bolivianas para el trabajo precario en talleres textiles. Este exilio económico de las mujeres es también parte de ese colchón del neoliberalismo. El neoliberalismo siempre puede bajar los costos bajando el costo de la mano de obra, y esa disminución de los costos es lograda con el exilio económico de las mujeres, que están dispuestas a hacerlo porque son las que tienen menos oportunidades de trabajo en sus sociedades de origen. Está también la cuestión de los cuidados que mencionas. La precarización del trabajo de cuidado, basado en la exiliada del neoliberalismo, es lo que permite a la mujer de clase media, blanca y profesional creerse emancipada, pero porque está dejando parte del trabajo de cuidados a cargo de una mano de obra barata y sobreexplotada, que es una mujer perteneciente a otra sociedad. Una boliviana, una ecuatoriana, una paraguaya… Justamente, todo esto es muy importante porque proviene de la agenda de igualdad de géneros de las organizaciones internacionales asumida por las ONG.
Ahora bien, con respecto al movimiento queer, yo personalmente respeto mucho a intelectuales como Beatriz Preciado o Judith Butler. Las respeto como intelectuales, hacen un aporte interesante. Pero, muchas veces, fuimos bautizadas como queer y nosotras no somos queer, somos feministas, con pensamiento propio. Una gran parte de la ola queer llega a América Latina completamente distorsionada, ¿por qué? Primero, porque es una teoría política sumamente compleja, que solo puede ser traducida, interpretada o absorbida en los espacios académicos, y los espacios académicos que traducen, leen esa teoría son espacios de clase media y de clase media alta, no son los espacios que parten de las calles, que parten de la prostitución en la calle, que parten del travestismo de la calle de prostitución, son espacios de la elite, es una teoría política sumamente compleja desde su manejo de categorías. Creo que, en América Latina, la teoría queer en general es una teoría para la elite, a partir de las elites, que termina perdiendo su contenido subversivo y, en consecuencia, con una serie de prácticas que no considero interesantes. El movimiento transexual en América Latina, basado en ese movimiento que podríamos llamar, entre comillas, “proletario”, no es un movimiento que viene de lo queer, es un movimiento que viene de la discusión sobre la prostitución y sobre el cuerpo, que es otra cosa.
En cuanto a la fragmentación de los grupos pequeños, no sé, yo tengo bastante esperanza. Donde hay un grupo pequeño de mujeres que se organiza, que hace algo concreto, me parece que hay un fenómeno interesante, porque es una especie de segunda, tercera, no importa, cuarta, décima ola. Es un renacimiento de las mujeres jóvenes que quieren hacer algo a partir de ellas mismas, que no quieren ser jefas, que no quieren ser líderes, que no quieren cargar el peso del aburguesamiento de muchos feminismos, muy pesados, muy inmóviles. Son mujeres que, sin mucho equipaje, salen a hacer algo. Es un principio fabuloso, positivo. Ahora bien, también se corre el riesgo de que se esté fragmentando, de que [ese movimiento] pueda ser débil y de que pueda ser un entusiasmo que muera pronto. Pero, en principio lo veo con muy buenos ojos.
Revista DR • ¿Cómo podemos transitar entre una posibilidad de feminismo más crítico, con acciones directas partiendo de fuera de las instituciones, de fuera del Estado, y un feminismo más adentro de lo cotidiano, adentro de las relaciones cotidianas, de las relaciones de poder cotidianas? ¿Cómo podemos unir las prácticas muy radicales con las prácticas más cotidianas, de más baja intensidad, desde lo subterráneo? Este concepto de subterráneo que tú citas. ¿No podemos pensar en algo viniendo de dentro, a través de las brechas institucionales?
M.G. • No me gusta, en general, aparentar que tenemos una receta, pero hacemos exactamente eso. Personalmente creo que es necesario construir tejidos sociales. ¿Qué quiero decir con tejidos sociales? Muchas veces, cuando decimos “movimiento”, ¿de qué estamos hablando? Estamos hablando de la suma de mujeres, sean muchas o pocas, que se reúnen en su tiempo libre; conseguir tiempo libre es muy difícil. Mientras que las mujeres que pertenecen a los sectores más altos de la sociedad tienen algún tiempo libre, las que pertenecen a los sectores más populares tienen mucho menos tiempo libre. Entonces, ¿cómo construyes un movimiento? Pienso que es necesario construir tejidos sociales, más que movimientos. ¿Qué quiere decir eso? Generar espacios de construcción colectiva de la cotidianidad.
Nosotras, en principio, gestionamos nuestra cotidianeidad. No es un feminismo de fin de semana, no es un feminismo de cada 15 días, no es un feminismo del 8 de marzo, del 25 de septiembre. El 8 de marzo normalmente bebemos y bailamos, y no hacemos nada más. Pero gestionamos un comedor popular, una radio, algunas cooperativas, nuestra vida cotidiana. Si eres mi compañera y estás enferma, yo estoy al tanto. Gestionamos un ahorro colectivo, que es un ahorro donde nosotras mismas podemos prestarnos dinero unas a otras para la salud o cualquier otra cosa. Por lo tanto, estamos gestionando hasta nuestro propio interior, produciendo un tejido social. Pero ese es un trabajo muy, muy duro, muy a largo plazo, no es un trabajo fácil, simple. Supone formas de solidaridad y de conexión muy exigentes. Y supone cuestionamientos, por ejemplo, del individualismo de cada una. Estamos absolutamente convencidas de que ese discurso de “yo voy a resolver mi vivienda, mi salud, mi educación, mi trabajo sola” es un discurso falso que el neoliberalismo ha introducido en la gente. “Si eres buena, si eres inteligente, si eres bonita, vas a resolver las cosas y si no las resuelves es porque eres fea, burra, incapaz”. O sea, tenemos que luchar también contra esa noción que está profundamente inserta en las mujeres, porque todo nos costó mucho. Terminar la escuela nos costó mucho, conseguir un trabajo nos costó mucho. Entonces, una vez que consigues algo, defiendes eso con fuerza.
Nosotras estamos construyendo un movimiento que construye tejidos sociales, un movimiento que dice: no vas a resolver nada sola, no vas a resolver la vivienda, el trabajo, la educación, la salud, la libertad, la dignidad, la felicidad. No pueden resolverlo solas. O buscamos gestionar estos temas colectivamente o no vamos a hacer nada que tenga profundidad.
Revista DR • ¿Pero cómo consiguen construir las condiciones para tener esa disponibilidad? Porque es algo muy exigente y el neoliberalismo hace que tengamos cada vez menos tiempo, menos disponibilidad para algo que no produzca “rendimiento” ¡es solo trabajo!
M.G. • Bueno, nosotras lo estamos haciendo muy poco a poco, en muchos años, buscando grietas. Por ejemplo, recuerdo que cuando comenzamos, había vuelto del exilio con un dinero que había conseguido, así que conseguí comprar una casa en la periferia, que se convirtió en la casa del movimiento. Con el tiempo, fuimos construyendo pequeñas cooperativas. Lo hacemos todo en cooperativas, todo lo que hacemos es en cooperativas, desde la película hasta los libros, etc. Tres compañeras se juntan en una cooperativa y contribuyen con algo en el ahorro común. Tratamos de desburocratizar, no se institucionaliza nada, y cada cooperativa va comprando las cosas que necesita. Por ejemplo, tenemos una cooperativa de comida muy buena que fue comprando cocina por cocina, o sea, ahora es una gran cocina, pero comenzó de cero, con un pequeño horno artesanal haciendo comida para los mercados y, poco a poco, fuimos sumando.
Revista DR • ¿Y las mujeres que tienen hijos?
M.G. • ¡Hay muchas mujeres que tienen hijos! Cuestionamos la maternidad como un imperativo, pero respetamos totalmente la vida de cada una. Por lo tanto, hay muchas mujeres que tienen hijos y también hay muchas mujeres que trabajan fuera, periodistas o abogadas etc. En su tiempo libre, ellas se suman al movimiento, pero el núcleo de las mujeres del movimiento es de las mujeres que forman las cooperativas. Y siempre tenemos discusión política, discusión política permanente, ¡no puedes pertenecer a un movimiento si no tienes discusión política! Ese es el mecanismo para pertenecer: participar de las discusiones políticas concretas. Son 25 años de trabajo.
Revista DR • No tenemos dinero, así que a veces tenemos ese problema de no tener dinero para hacer algo… ¿Cómo está la cuestión del financiamiento para ustedes?
M.G. • En algunos casos, aceptamos. En las esferas que no son autogestionarias, como nuestros servicios de protección contra la violencia (uno en La Paz y otro en Santa Cruz), las compañeras reciben un salario, porque son muchas horas de trabajo. Aparte, tienen que ser siempre las mismas para un buen seguimiento. Para esos trabajos optamos por usar fondos. Lo que es importante es que tenemos una metodología propia de trabajo.
Revista DR • ¿Puedes hablar un poco más sobre la actual situación política en Bolivia? Dices que hay una gran mistificación en torno al gobierno de Evo Morales. ¿Hay conflictos entre el gobierno y ustedes?
M.G. • El gobierno boliviano reivindica y mantiene el discurso de que generó un modelo social que no es neoliberal, pero eso es simplemente una broma, una mentira, porque en Bolivia el neoliberalismo está vigente y es muy fuerte. Especialmente en torno al trabajo, pero también en muchas otras cosas. La educación es mercancía, la salud es mercancía. Todo el discurso de derechos es absolutamente neoliberal. Las formas de representación no cambiaron nada. En Bolivia lo que está ocurriendo es una democracia liberal hipócrita. Hipócrita porque dice que es una democracia participativa plurinacional y no lo es. Es una democracia liberal como la que conocemos de siempre.
De entrada, tenemos la cuestión de las mujeres. El tema es muy complicado porque estamos frente a un gobierno con un perfil de mucho control sobre la sociedad. Este es un gobierno que viene de la izquierda, que viene de los movimientos sociales y que sabe que los movimientos sociales y el tejido social son una fuerza muy importante, muy poderosa. Por lo tanto, uno de sus objetivos principales ha sido controlar, vigilar, dividir, debilitar, estar presente en los movimientos sociales, pero para cooptar todos los movimientos sociales a través de políticas clientelistas. Nuestra situación como feministas no es fácil. El gobierno tiene un discurso extremamente machista, patriarcal. Hay un movimiento social muy grande que está con ellos, el movimiento de las mujeres campesinas. Pero ese movimiento, que se llama Bartolina Sisa, también está involucrado en relaciones muy clientelistas. Así que esas compañeras son una especie de círculo del altar caudillista del presidente, pero son mujeres. Por tanto representan el apoyo de las mujeres campesinas indígenas, el apoyo de Evo Morales. Todo esto fue muy duro para nosotras, porque también teníamos alianzas importantes con mujeres Bartolinas, pero hemos perdido esas alianzas. Muchas de esas mujeres abandonaron su propio movimiento y fueron fuertemente hostilizadas. El espacio para un discurso feminista autónomo en Bolivia es muy difícil.
Ahora tenemos mucha fuerza. Hace tres semanas, fui citada en un juicio y casi fui presa. La acusación era de destrucción de la riqueza nacional por haber hecho un grafiti. Fue muy divertido, porque fui dispuesta a ir a prisión, pero no se atrevieron, porque le daría más fuerza a la gente. Así estamos resistiendo, tenemos una radio que nos da mucha fuerza, es una radio legal, una radio que no es solo online, es una cadena en abierto. Necesitamos vender publicidad para pagar la radio y ninguna empresa estatal contrata publicidad con nosotras. Tenemos un comedor muy eficiente y con el comedor tenemos que sustentar la casa y también la radio.
La idea es asfixiar cualquier disidencia. “Si no estás conmigo, entonces eres de derecha”. ¡Pero esa es una polarización absolutamente falsa! Nosotros cuestionamos las bases neoliberales del gobierno de Evo Morales. Hay una manipulación comunicacional para difamar muy grande.
Revista DR • Sí, aquí ocurre lo mismo. Nos interesa el discurso que hacen sobre el trabajo, la visión de que el trabajo de las mujeres tiene una especificidad en la sociedad contemporánea que interesa al neoliberalismo. Esa es una visión difícil de comprender para la izquierda, ¿no? ¿Cómo es el diálogo que ustedes tienen con los movimientos más tradicionales de la izquierda que, por lo menos en la experiencia de aquí, no comprenden demasiado esas cuestiones como teniendo relación con otra manera de pensar el trabajo? Para ellos el trabajo es el trabajo industrial, proletario, asalariado. No comprenden estas otras categorías.
M.G. • No, no las comprenden. Pero mira, voy a serte sincera, tengo 52 años y creo que los de mi generación no perdemos el tiempo dialogando con esa izquierda, porque es inútil (risas). No comprenden porque no toleran el cuestionamiento de su privilegio de machos. En Bolivia, la irresponsabilidad paterna y no asumir el trabajo doméstico son instituciones masculinas sagradas. Para nosotras, es muy agotador, pero dialogamos con la sociedad, por medio de grafitis, con la radio, mediante acciones en la calle.
En la radio, por ejemplo, tenemos una lista de padres irresponsables y leemos su nombre, apellido, lugar donde trabaja, uno a uno. Es una lista gratuita, las mujeres vienen y escriben el nombre. Son dos listas, una es la lista de machos violentos y la otra es la lista de padres irresponsables. Es muy divertido porque en la programación la lista sale cinco veces al día y decimos “¡Atención! ¡Ahora viene la lista de padres irresponsables!”. Entonces, [ellos] se ponen así: “A ver quién está ahí ahora”. Es muy eficaz. Hay hombres, especialmente de la clase media alta, banqueros, que dicen: “Por favor, estoy pagando [lo que debo] y no quiero estar más en esa lista”. Si la mujer dice “sáquenlo de la lista”, al día siguiente sacamos el nombre. Renovamos esa lista una vez por mes y hacemos el escrache. Causa siempre muy buen humor y, al mismo tiempo, es eficaz.
Revista DR • Los hombres políticos no quieren tener sus nombres ahí, ¿no es así? Debe haber hasta algunos de la izquierda…
M.G. • Es que nosotras con la izquierda… Mira, hay diálogos que te matan, existen diálogos que no te dicen nada, en los que se pierde mucho tiempo, existen diálogos que te cansan, existen diálogos, incluso, que te hacen retroceder. Algunos proponen: “No, el diálogo es importante, y no sé qué más”, pero nosotras las mujeres no podemos quedarnos diciendo las mismas cosas durante cien años… Si vamos a repetir lo mismo todo el tiempo, vamos a enloquecer, podemos perder las ganas de pensar cosas nuevas, lenguajes nuevos, frases nuevas, y, para mí, eso parece muy desesperante. Por eso, hay realmente algunos diálogos que nos exigen, a nosotras las mujeres, repetir siempre lo mismo, y esos diálogos no valen la pena, esos diálogos no son fructíferos, son una pérdida de energía y de tiempo.
Revista DR • ¿De dónde viene la fuerza para todo eso? Para cuestionar las instituciones, las formas de subjetividad, el individualismo, los ideales de éxito… Es una deconstrucción muy fuerte, ¿no? Estaba leyendo en su página web un artículo que decía que era necesario transformar el dolor del feminicidio en una fuerza revolucionaria… ¿De dónde viene la alegría para hacer eso? Porque es duro lidiar con la violencia contra las mujeres, la soledad, la falta de empleo, de dinero…
M.G. • Transformar el dolor del feminicidio en lucha por la justicia. De todo, lo más duro es el feminicidio, porque es la muerte. El año pasado mataron a la hija de una compañera, y eso fue terrible. Nada fue tan doloroso como eso. Quiero responder bien claramente a lo que dices. No somos excepcionales. La fuerza viene del hecho de que es nuestra única posibilidad de pensar, de disfrutar, de crear y de construir algo. Quiero decir, nosotras las mujeres no nos damos cuenta que solitariamente, individualmente, no tenemos absolutamente ninguna posibilidad – tenemos únicamente la posibilidad de sobrevivir – pero, si nos unimos, todo cambia. Podemos, además de sobrevivir, disfrutar mucho de la vida, hacer cosas interesantes, pensar, eso solamente [es posible] construyendo tejidos sociales. Por lo tanto, no es un acto de renuncia, no es un acto de renuncia cristiana, mesiánica, misionaria: “yo renuncio por ti”. No, no es un acto de redención de nadie, es la única posibilidad en una sociedad neoliberal latinoamericana. Es probable que las condiciones sean igualmente duras en Europa o en otro lugar, pero no me interesa señalar a nadie. En América Latina, nuestra única posibilidad es tomar decisiones radicales sumando nuestras fuerzas, sumando nuestras inteligencias, sumando nuestras energías, sumando nuestras historias, sumando nuestros espacios. Tienes una cocina, tienes una heladera, tienes un espacio, entonces ya tenemos algo con lo que comenzar. Puedes intentar [arreglártelas] por tu propia cuenta y vas a tener que insertarte en estructuras sexistas, clasistas, racistas. Aunque no seas negra, ¿quieres ser parte de una estructura racista y funcionar como una blanca ahí? ¡No! Si no quieres eso, no puedes sumarte a esa estructura. Creo que podemos construir microespacios diferentes. Son microespacios, pero son significativos porque traen lo posible.
Revista DR • ¿Crees que debemos llevar el debate del feminismo hacia el centro de la discusión sobre el poder? ¿Cómo podemos tener una discusión sobre el poder desde el feminismo, no ya como una cosa aislada, separada, puesta en ese lenguaje de género de las organizaciones internacionales, sino llevándolo al centro de la política?
M.G. • Diría que debemos abandonar la categoría de género. La categoría de género no nos sirve más, porque hay mucha confusión ideológica, y no es una confusión casual, es deliberada. Por lo tanto, primero, abandonemos completamente la categoría de género en el debate social. Participemos del debate social a partir de la condición de sujeto político: las mujeres como sujeto político.
En este momento, las mujeres están en el centro del debate porque, como sujeto político, discutes el trabajo, como sujeto político discutes la relación, la división entre público y privado. Ese es un debate de hace muchos años, de una larga tradición en el feminismo, y todavía muy útil y fecundo, porque esa dicotomía patriarcal, esa esquizofrenia entre lo público y lo privado, continúa siendo uno de los ejes del poder patriarcal y del propio capitalismo. El capitalismo está tan fuerte porque está inserto en nuestra vida privada, en nuestra subjetividad, nuestro deseo. Es por eso que el capitalismo es tan fuerte y, evidentemente, el patriarcado también, pues el patriarcado y el capitalismo prácticamente son lo mismo. Por lo tanto, me parece que ese continúa siendo el debate central: la cotidianeidad, la relación entre público y privado, la gestión del placer, la gestión del tiempo, la gestión del espacio, la gestión de los deseos. No tiene nada que ver con el género. Estamos, se puede decir, emancipadas del género hace mucho tiempo (risas).
Esta entrevista fue realizada en São Paulo por Alana Moraes, Mariana Patrício y Tatiana Roque, de la Revista DR (http://revistadr.com.br/), el 28 de enero de 2016, con apoyo del PACA (Programa de Acciones Culturales Autónomas), que organizó la visita de María Galindo a São Paulo. El presente artículo es una versión editada de la entrevista completa, que puede ser leída en http://revistadr.com.br/posts/maria-galindo.