Ensayos

Sobre el sueño de una nueva policía

Coronel Íbis Silva Pereira

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RESUMEN

En Brasil, en una realidad marcada por la esclavitud, el racismo, la desigualdad y la violencia, la policía ha funcionado como una máquina de la muerte. La flagrante letalidad policial en el país llama la atención sobre la necesaria reformulación de la misma estructura de seguridad. Humanizar a la policía es el sueño de un coronel de la policía de Río de Janeiro que afirma que el ejercicio policial es una tarea de cuidado y cree en la posibilidad de adaptarlo a un compromiso con la promoción y protección de los derechos humanos.

Palabras Clave

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[…] era necesario devolver a los policías la “cabeza” y el “corazón” que habían sido excluidos de su formación. Había que permitir el “pensar” y el “sentir”. El “actuar” pasaría a darse en una dimensión de integridad humana.11. Carlos Magno Nazareth Cerqueira, “O Futuro de Uma Ilusão: O Sonho de Uma Nova Polícia,” en O Futuro de Uma Ilusão: O Sonho de Uma Nova Polícia, Carlos Magno Nazareth Cerqueira (Río de Janeiro: Freitas Bastos Editora, 2001): 111. Carlos Magno Nazareth Cerqueira (1937-1999) fue un célebre oficial de la Policía Militar, comandante general y secretario de Estado en los dos gobiernos de Leonel Brizola (1983-1987 y 1991-1995) en Río de Janeiro. Estudioso de la policía, fue un pensador comprometido con la democratización, la reforma y la modernización de las fuerzas policiales durante el período de redemocratización del país.

Carlos Magno Nazareth Cerqueira

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Cuando nací, había monjes que se quemaban a lo bonzo para protestar y exigir reconocimiento y dignidad. Mi madre solía contarme esa historia. Para ella, el sacrificio de los religiosos de Saigón fue un terrible y grandioso testimonio del extremo al que los seres humanos pueden llegar en busca de la felicidad posible en este mundo. Desde muy temprana edad, la fe se me presentó como una dimensión fundamental de la vida que obliga a dar testimonio. En mi juventud, descubrí en la Teología de la Liberación el compromiso con la buena nueva de un Reino de paz y justicia, donde la desesperación y la humillación no tenían cabida.

Poco antes de cumplir los 20 años, abrumado por la necesidad, decidí hacer un concurso para la Escuela de Formación de Oficiales de la Policía Militar del Estado de Río de Janeiro. Fue a principios de los años ochenta. Brasil seguía siendo gobernado por un general, pero la dictadura estaba abandonando la escena. Era un período de cambio, de redemocratización. Y lo mismo sucedía en la Policía Militar. El reto de ese período fue sacarla del marco teórico y operacional de la doctrina de seguridad nacional.

Me gustaría decir algo respecto a esta promesa del Estado democrático de derecho que dejamos a deber: fundar una filosofía operativa para la policía brasileña fuera del modelo bélico. Como profundizar en el tema nos llevaría muy lejos y los estrechos límites de este opúsculo me obligan a una adecuación, pondré sobre la mesa algunos puntos para comentar el uso de la fuerza en un contexto de militarización de la seguridad pública. Quiero hablar sobre la guerra y la (in)humanidad. No pretendo apuntar soluciones. La síntesis nunca fue mi fuerte. Además, tras atravesar medio siglo, me he ido descubriendo cada vez más desprovisto de certezas y lleno de preguntas.

Una de esas indagaciones me remite al ingreso en la Policía Militar. En la vida, algunos acontecimientos logran escapar de las arenas movedizas del olvido. La clase inaugural del curso de formación de oficiales en 1983 fue uno de esos casos. Entré a la Policía Militar el 1 de marzo de ese año. En aquella ocasión, me presentaron las ideas de un policía llamado Carlos Magno Nazareth Cerqueira, el comandante general y secretario de la Policía Militar de los gobiernos de Leonel Brizola. Ese encuentro marcó mi carrera profesional.

La Policía Militar tiene una duración. Es el pasado que avanza sobre el presente, como todo lo que existe. Al igual que en la humanidad, en las instituciones el tiempo también se manifiesta por su impulso y en forma de tendencia. El origen de ese pasado es la División Militar de la Guardia Real de Policía, creada en 1809 por el príncipe regente. Hasta aquel momento, la Corporación había sido comandada por solo seis oficiales de sus propias filas; el resto vino del Ejército Brasileño. Nazareth Cerqueira fue el primer hombre negro en ocupar este puesto en 174 años de historia.

A su llegada al auditorio de la Escuela todos nos levantamos como un único soldado. Era un hombre delgado, alto y elegante, de gestos lentos, y una voz casi inaudible. Pese a que usaba micrófono y había buenos equipos de sonido, había que esforzarse para oírlo. No era un buen orador. Interrumpía una frase para elegir cuidadosamente las siguientes palabras. Esa suspensión del flujo de una idea podía durar varios segundos. Nazareth Cerqueira pensaba. E invitaba a pensar. Era un orador singular y había elegido un tema provocativo: “Detestada por los delincuentes, la Policía Militar no tiene ni la estima ni la confianza del pueblo: ¿Por qué?”.

Afortunadamente había llevado un cuaderno. Anoté con atención las principales cuestiones planteadas. Era material para muchas reflexiones, a la par una clase y una invitación a la reflexión. Se sentía un ambiente incómodo. El comandante general nos invitó a reflexionar sobre las razones del desprecio de la población por la policía, vinculando el desdén a la violencia policial, especialmente al tratar con los más pobres. Aquel día escuché por primera vez la expresión “Nueva Policía”, como un desafío: construir una institución policial destinada a garantizar y promover la dignidad humana. Años más tarde, Nazareth Cerqueira desarrolló ese mismo tema en artículos publicados por el Instituto de Criminología de Río de Janeiro.

Entender como atribución de la policía el compromiso con la protección y la promoción de los derechos humanos. Con esto podemos reafirmar la idea de la labor policial ética y legal que, para nosotros, significa la subordinación de la técnica policial a los valores éticos y legales. Esto requerirá una nueva formulación de la eficiencia y la eficacia de la policía […]. Los cadáveres de los delincuentes no podrán servir como indicadores de éxito […].22. Carlos Magno Nazareth Cerqueira, “Políticas de segurança pública para um estado de direito democrático chamado Brasil,” en O futuro de uma ilusão: o sonho de uma nova polícia, Carlos Magno Nazareth Cerqueira (Río de Janeiro: Freitas Bastos Editora, 2001): 82.

He trabajado con este tema y he tratado de mostrar a la policía que la violencia arbitraria e innecesaria que adoptan contra los delincuentes y sospechosos acaba volviéndose contra su propia integridad física y psicológica.33. Ibid., 205.

Yo estaba acostumbrado a ver la fe como un compromiso de amor. En mis oídos, esas palabras sonaban encantadoras y precisas como una pieza de Bach. La aventura del ser humano ocurre en la preocupación por el prójimo. Estar ante el prójimo es no ser indiferente a su sufrimiento. Es no poder matar. La vocación de existir para el otro. Me di cuenta de que, para Nazareth Cerqueira, el papel de la policía implicaba cuidar. Como práctica de cuidado, la acción policial requería el sentir y la atención inherente al pensar. Era pensamiento y poesía. Después de escuchar cosas como esas, dentro de un cuartel de policía en 1983, empecé a desear esa renovación. Eso impregnó mi idea, como los versos de Siruiz lo hicieron con la idea de Riobaldo.44. Se trata de una referencia a la novela de João Guimarães Rosa Grande Sertão: Veredas. En ella, Riobaldo, protagonista-narrador, al escuchar los versos de la canción de Siruiz, desarrolla un gusto por la “idea especular”, un gusto por el pensamiento. En: ROSA, João Guimarães. Grande Sertão: Veredas. Río de Janeiro: Nova Fronteira, 2006, p. 110.

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Nada es más contrario a esta perspectiva humanista que el cotidiano de la seguridad pública brasileña: un mecanismo de triturar pensamiento y poesía. A lo largo de los años fracasaría el intento de superar el empleo militarizado de la policía a través de una “construcción democrática del orden público”, en palabras de Nazareth Cerqueira. ¿Y cómo había de ser diferente en un país estructurado por el racismo, la desigualdad y la violencia?

Lo descubriría, justo después de terminar los estudios, en el trabajo diario. Y en este punto tenemos que hablar de la esclavitud y su herencia. Nunca está de más reiterar este punto, pues sigue obrando entre nosotros. En Brasil, el carácter autoritario en el trato con el orden público actualiza una crueldad antigua, la inherente a la disciplina que requiere un tipo de organización social que se estructura a partir del cuerpo humano torturado y reducido a la categoría de animal de carga. La base de sustentación de la sociedad de esclavos, que de alguna manera aún somos, es el trabajo de la muerte.

Este dispositivo de aplastar a las personas, que Darcy Ribeiro denominó “molino de personas”,55. Darcy Ribeiro, O Povo Brasileiro (São Paulo: Cia. das Letras, 1995): 106. ha creado una sociedad jerárquica que normaliza la desigualdad y la exclusión. Por eso nos atormenta la idea de orden. Cualquier perturbación de la realidad considerada “normal”, aunque constituya la más inhumana e intolerable de las injusticias, es una agresión contra la forma en que reproducimos nuestras existencias, legitimando el uso del poder punitivo, desde la perspectiva de una confrontación radical contra el peligro, representado en la figura de un enemigo. Si hay un enemigo, habrá guerra, pretextos para establecer la excepción y el ejercicio del derecho a matar.

Ese mecanismo tiene un motor. Hasta entonces yo no lo había identificado en el orden de las cosas. Fue un shock. Ocurrió cuando entré por primera vez en una comisaría de policía. Había sido convocado para ayudar a mis colegas de la policía civil en una rebelión. En ese momento, algunas prisiones distritales concentraban a los detenidos en prisión preventiva hasta que se resolvían sus casos en los tribunales. Había muchos. Se rebelaron contra el hecho de que su comida se había vuelto, como pude ver, no apta para el consumo. Estaban todos hacinados en cubículos sucios, como la comida que recibían. El olor y el calor eran insoportables. ¡Y eran todos negros! No estaba en alta mar, como el poeta, pero era como contemplar la bodega de un barco negrero.66. Es una alusión al poema Navio Negreiro, de Castro Alves (1847-1871). Véase Castro Alves, Navio Negreiro (São Paulo: Edición Saraiva, 1960).

Hay que reconocerlo: en Brasil, la energía que sigue moviendo este “molino” es el racismo. En esencia, el racismo es una tecnología al servicio de la dominación; una táctica, el establecimiento de una incompatibilidad de existencias: para que un grupo exista, de la manera en que existe, hay que someter a otros. Desecharlos. Era lo que veía delante de mis ojos, en aquella comisaría de policía. El pasado colonial esclavista sigue vivo en nuestras estructuras y dispositivos, funcionando, operando en la materialidad de la relación entre el Estado y la miseria humana.

Esta brutalidad social, e históricamente constituida, adquirió un aire de ciencia en la década de 1950 con la asimilación de la denominada “Doctrina de Seguridad Nacional”. Se ha convertido en, digamos, una filosofía de empleo para las fuerzas del orden, que ha inspirado manuales, protocolos de actuación, planes de formación y una mentalidad. El estado permanente de guerra, que sufrimos desde los primeros días de la colonización, aumentó de nivel con la dictadura militar.77. Francisco Weffort afirma que Mem de Sá (1500-1572), gobernador general de Brasil en la segunda mitad del siglo XVI, le habría escrito al rey de Portugal: “Encontré toda la tierra en guerra”. Véase Francisco Weffort, Espada, Cobiça e Fé: As Origens do Brasil (Río de Janeiro: Civilização Brasileira, 2012): 17. Adquirió densidad intelectual y operativa. Incluso tras la entrada en vigor la Constitución ciudadana, el funcionamiento de los organismos policiales siguió inspirándose en el discurso y las prácticas de la guerra. Metamorfoseamos la lucha contra la subversión comunista, de los tiempos de la Guerra Fría, en una movilización permanente contra las drogas. La guerra contra las drogas dio un nuevo impulso a la militarización, introducida como ideología por la Doctrina de Seguridad Nacional, en pleno Estado democrático de derecho.

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Cuando me preguntan: “¿Por qué no abandonaste?”, recuerdo a Pascal: “El corazón tiene razones que la razón ignora”.88. Blaise Pascal, Pensamentos (São Paulo: Martins Fontes, 2001): 140. El desafío; la idea de humanizar las condiciones de un trabajo esencial; en lo que podría convertirse la actividad policial; todo eso me sigue fascinando hasta el día de hoy. Por otro lado, yo era oficial. Habría sido un poco más complicado de haber estado en una posición más baja dentro de la jerarquía. Por cierto que nuestro modelo de policía no ayuda mucho. Hay una particularidad de la que tenemos que hablar.

La peculiaridad del diseño de la policía brasileña agrava el escenario, especialmente en lo que respecta al llamado racismo estructural. En el Brasil, la policía ostensiva se ve privada de la atribución de investigar delitos comunes, una circunstancia que induce a la Fuerza Pública a actuar buscando el flagrante delito. En la medida en que la “actividad delictiva bruta”99. Alejandro Alagia, Nilo Batista, Alejandro Slokar y Eugenio Raúl Zaffaroni, Direito Penal Brasileiro: Primeiro Volume (Río de Janeiro: Revan, 2003): 46. está relacionada con la vida en condiciones de precariedad, la combinación de una “política militarizada” con la ausencia de una arquitectura institucional capaz de articular acciones consistentes y duraderas en las tres esferas del poder político, a lo que se suma un modelo policial esquizofrénico,1010. Con ese término hago referencia a la separación de las funciones de policía preventiva y represiva, en el modelo brasileño, entre dos instituciones: la Policía Civil, que actúa solo en la investigación criminal, y la Policía Militar, que realiza exclusivamente la vigilancia proactiva. Estas funciones están integradas en casi todos los países del mundo. hace que la guerra contra las drogas y la llamada “lucha contra la criminalidad”, en general, se transmuten en una guerra contra los más vulnerables a la selección criminalizante: los jóvenes pobres, negros y habitantes de las favelas.

En el momento de finalizar este artículo, vivimos una pandemia que ya ha costado la vida a más de 50 000 personas en el Brasil. En Río de Janeiro, el Instituto de Seguridad Pública acaba de revelar las cifras de la violencia del mes de abril de 2020. En los primeros cuatro meses de este año, la policía del estado de Río de Janeiro mató a 606 personas. Solo en abril murieron 177 sospechosos en operaciones policiales. Durante el año 2019 este número alcanzó la impresionante cifra de 1.814 personas, casi cinco muertes por día.1111. “ISP Dados Visualização,” Instituto de Seguridad Pública, 2020, consultado el 27 de mayo de 2020, http://www.ispvisualizacao.rj.gov.br/. Los datos nacionales no son muy diferentes. Según el Foro Brasileño de Seguridad Pública, en 2018 la policía brasileña mató a 6.220 personas en la “guerra contra el crimen”.1212. “Anuário Brasileiro de Segurança Pública”, Foro Brasileño de Seguridad Pública, 2019, consultado el 27 de mayo de 2020, http://forumseguranca.org.br/anuario-brasileiro-seguranca-publica/.

Hay otro aspecto que tener en cuenta. Nazareth Cerqueira siempre nos llamaba la atención sobre el efecto del abuso de la fuerza en los oficiales de policía: la producción de una subjetividad capaz de matar. Simone Weil, una filósofa francesa que dedicó numerosos estudios a las causas de la opresión, también nos advierte de las sutilezas de este poder ejercido como trabajo de la muerte:

La fuerza que mata es una forma sumaria y burda de fuerza. Cuanto más variados son sus procesos, más sorprendentes son los efectos de la otra fuerza, la que no mata, es decir, la que aún no mata. Seguramente matará, o quizá vaya a matar, o quizá esté suspendida sobre el ser […]; de cualquier modo, convierte al hombre en piedra. Del poder de convertir a un hombre en piedra haciéndolo morir viene otro poder, prodigioso de otra forma: el de transformar en cosa a un hombre que continúa vivo.1313. Simone Weil, “A Ilíada Como o Poema da Força,” en A Condição Operária e Outros Escritos Sobre a Opressão, Simone Weil (São Paulo: Paz e Terra, 1996): 380-381.

Todos los que trabajan para la policía deberían ser alertados de esa verdad matemática: quienes cometen excesos en el uso de la fuerza condenan algo en sus almas. Una parte del homicida muere con su víctima. Como observó Marx, el uso del poder implica una especie de fatalidad.1414. Me refiero al análisis de Marx sobre el trabajo alienado, en los manuscritos de París. Véase Karl Marx, Manuscritos Econômico-filosóficos (São Paulo: Boitempo, 2018). En el monopolio de la violencia, en esta condición privilegiada de unos trabajadores sobre otros ―en toda la división del trabajo que determina a unos para el mando y a otros para la obediencia― los que oprimen también son oprimidos de alguna manera. He visto gente así en muchos puestos de poder, no solo en la policía. ¿Qué sé yo? Seres alterados por un trabajo que los hizo extraños a sí mismos.

El gran riesgo para la integridad del trabajo policial, en un entorno complejo como el nuestro, es el uso apasionado de la fuerza. Evitar la desproporción es siempre una geometría difícil, porque la fuerza es seductora. Dominar, ordenar, subordinar a un ser humano genera un tipo demoníaco de embriaguez, una necesidad de muerte. La fuerza corrompe, promoviendo tipos de identidad y formas de convivencia atormentados, entre las que la milicia es un ejemplo elocuente.1515. “Milicia” es el término que se ha utilizado en el Brasil desde principios de la década de 2000 para designar una forma de delincuencia en las comunidades pobres, fundada en la extorsión y la venta de servicios de seguridad, por bandas integradas en su mayoría por miembros y exmiembros de las fuerzas de seguridad. Aunque parezca increíble, también se vive de la violencia.

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Contra ese peligro es necesario crear antídotos. Yo he intentado cosas así. Fallé en la mayoría de los casos, menos en uno, quizá. Al final de mi carrera volví a la Escuela de Formación de Oficiales para dirigirla. Un día, reuní a la Unidad con motivo de la celebración de un concierto de poesía y música. Mi festival terminó con un concierto sinfónico: la Obertura 1812, de Tchaikovski. Le pedí a un comandante que me enviara oficiales de primera línea. Quería compartir la experiencia con esas almas heridas en la tribulación de las calles. Vinieron con sus familias. Vi a algunos llorando.

Nazareth Cerqueira dio en el clavo. Observó que solo un afecto puede derrotar a otro. Si los afectos tristes causan violencia, debemos responder con afectos alegres. Abrir las instituciones policiales al arte y al pensamiento podría ayudar. Hannah Arendt nos enseñó la estrecha relación existente entre el pensamiento y la ética: “La manifestación del viento del pensamiento no es el conocimiento; es la habilidad de distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo bello de lo feo”.1616. Hannah Arendt, Responsabilidade e Julgamento (São Paulo: Companhia das Letras, 2004): 257.

Las acciones gubernamentales que ignoran la letalidad policial condenan la humanidad de esos funcionarios. Después de todo, la brutalización gana, la democracia pierde y la muerte reina sobre todos los políticos. Necropolítica.1717. Achille Mbembe, Necropolítica (São Paulo: N-1 Edições, 2018). El resultado es este devastador escenario en el que están insertos nuestros policías. Según el Foro Brasileño de Seguridad, en 2018, 343 policías fueron víctimas mortales de la violencia; de ellos, 104 se suicidaron.

Nuestros policías están enfermos. Sufren y hacen sufrir. Mucha guerra y poca política pública han convertido a hombres y mujeres en criaturas desesperadas, aunque la mayoría ni siquiera puede entender la naturaleza de este mal. La desesperanza que se ignora, la acción que se vuelve contra el propio agente. Un trabajo extraño y triste. Como dijo Nazareth Cerqueira en uno de sus textos de la década de 1990: “El panorama de violaciones policiales […] conforma una policía violenta y peligrosa, tanto para los criminales como para la población”.1818. Nazareth Cerqueira, O Futuro de Uma Ilusão..., 207. Y yo me atrevería a añadir que es destructiva también para los propios policías.

Las observaciones que hizo Nazareth Cerqueira aquel martes por la mañana siguen esperando nuestra decisión. Hasta que no reformulemos nuestra forma de entender y tratar el fenómeno delictivo, cambiando radicalmente las condiciones de la acción policial, el sueño de una fuerza policial comprometida con la promoción y garantía de los derechos humanos seguirá siendo la dulce ilusión de un jefe de policía excepcional y de otros como él, que no pueden dejar de admirar a los seres humanos y reconocer en la actuación sobre el mundo una ocasión para la mejora de nuestra propia humanidad.

Coronel Íbis Silva Pereira - Brasil

Íbis Silva Pereira es coronel de la reserva remunerada de la Policía Militar del estado de Rio de Janeiro; Graduado en Derecho, Tiene un posgrado en Filosofía, una maestría en historia y es estudiante de doctorado en Historia política  por la Universidad del estado de Rio de Janeiro.

Recibido en Mayo de 2020

Original en portugués. Traducido por Fernando Campos Leza